Luciano dejó de moverse.
—Ahora voy para allá.
Luego de colgar el teléfono, condujo hacia la residencia de los Fariña.
—¿Qué sucedió? Son muchos los que la vigilan, ¿cómo pudo desaparecer? —preguntó Luciano en cuanto puso un pie en la mansión.
En la sala de estar, todo el personal de la casa estaba de pie, nervioso. La ira de Luciano era tan grande que nadie se atrevía a levantar la cabeza.
—No estamos seguros. La señorita Estela había vuelto a su habitación después que desayunó y cuando Catalina subió unas horas más tarde, no la encontró por ninguna parte —respondió con cautela el mayordomo.
Disgustado, Luciano frunció el ceño.
—¿Y las cámaras de vigilancia?
—Señor Fariña, las cámaras de vigilancia... no estamos seguros de cuándo se apagaron. Casualmente, no hay ninguna grabación de esta mañana —explicó el mayordomo con un tono de derrota.
Al oír eso, la expresión de Luciano se ensombreció y la sala de estar se quedó en un silencio sepulcral. Todo el personal agachó la cabeza con temor y bajaron los hombros como si quisieran hacerse lo más pequeños posible; incluso deseaban poder esconderse detrás de algún mueble. «Quién iba a pensar que la señorita Estela desaparecería dos veces en tan poco tiempo. Además, se nos escapó delante de nuestras narices. Si le pasa algo a la niña, el señor Fariña nos despedirá».
Luciano levantó la vista y vio que los guardaespaldas que había enviado para proteger a Estela estaban entre el personal y, en cuanto los vio, se sintió aún más furioso.
—¿Qué hacen ahí parados? ¡Pónganse en marcha y búsquenla! Si no pueden encontrarla, están todos despedidos.
Los guardaespaldas obedecieron de inmediato y salieron con urgencia y sin mirar atrás.
Por otro lado, Roxana se sentía angustiada mientras miraba a la niña que tenía delante. «Se está haciendo tarde. Debería llevar a los niños al instituto de investigación, pero la repentina aparición de Estela arruinó mi plan. Además, tomó un taxi hasta aquí ella sola. No puedo enviarla de vuelta sola». Tras un breve silencio, Roxana suspiró resignada mientras se levantaba para dejar que la niña ingresara a la casa.
—Entra.
Los ojos de Estela reflejaban un brillo mientras asentía con alegría y seguía a Roxana al interior de la mansión.
—¿Has desayunado? —le preguntó la mujer.
Roxana estaba confundida. «¿Mucho? ¿Mucho qué?».
—¿Te agradamos mucho? —adivinó Andrés.
Estela volvió a asentir.
Roxana se sintió conmovida ante la sinceridad de Estela. «Esta niña es tan dulce. Sinceramente, me agrada mucho. Aunque sea la hija de Luciano con otra mujer, no me atrevo a odiar a una niña tan obediente después de haberla conocido en los últimos días. Sin embargo, sigue siendo demasiado peligroso para ella hacer lo que hizo».
—Nos alegra que te agrademos, pero está mal que una niña se escape de su casa. Tu padre debe estar muy preocupado. ¿Está bien si le aviso? —Luego de pensarlo, Roxana pidió la opinión de Estela.
«Aunque de verdad no quiero tener ningún contacto con Luciano, es un hecho que su hija está conmigo y, como padre, sé que debe estar terriblemente preocupado».
Estela bajó la mirada para ocultar el rechazo que sentía. «Papá es un gran malvado. La hermosa señorita Jerez, Andrés y Bautista son muy buenos conmigo, pero papá no me deja hablar con ellos. ¿Qué voy a hacer? La voz de la señorita Jerez es tan dulce».
Unos segundos después, Estela al fin asintió con obediencia.
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