Roxana buscó el número de Luciano en su lista de contactos. Solo lo había guardado porque no quería perder la llamada cuando Estela se había escapado de casa días atrás. Solo entonces la mujer recordó que había guardado el contacto como «A». Después de cambiarlo a su verdadero nombre, Roxana marcó el número.
Luciano estaba a punto de partir a buscar a Estela por su cuenta cuando le sonó el teléfono y, al ver el nombre en la pantalla, entrecerró los ojos y respondió:
—Soy yo. —Se escuchó la voz de Roxana al otro lado del teléfono.
El hombre se burló en su interior al pensar en cómo ella se había escapado de sus anteriores travesuras.
—¿Qué quiere? —le preguntó en el mismo tono distante que ella.
Roxana miró a la pequeña junto a ella. «¿Qué es ese tono? Habría cortado de inmediato si no fuera por la niña».
—Ela vino a buscarme a primera hora de la mañana. Si está libre, venga a buscarla o puede darme su dirección y la llevo.
Luego de escucharla, Luciano frunció un poco el ceño.
—Deme su dirección.
—Jardín del Oeste, 32.
Él cortó de inmediato. Roxana se sintió aliviada cuando vio que su pantalla se apagaba y se dio la vuelta hacia la pequeña sentada junto a ella.
La mujer no pudo evitar reírse.
—Gracias, Ela. También me agradas —respondió mientras acariciaba la cabeza de la niña.
Andrés y Bautista no se habían imaginado que la pequeña llevara regalos, por lo que también bajaron del sofá de un salto.
—¿Le diste un regalo a nuestra mami? ¿Qué hay de nosotros? ¿También nos darás algo?
Estela asintió con una sonrisa y volvió a hurgar en su mochila. Enseguida, sacó dos autitos de carreras y corrió hacia los niños. Tanto a Andrés como a Bautista se le iluminaron los ojos, ya que siempre habían disfrutado jugar con ellos y, por lo general, Roxana les compraba esa clase de juguetes. De hecho, ellos habían puesto los ojos en esos dos modelos de autos en particular desde hacía tiempo, pero no se les había ocurrido una buena excusa para pedirle a su madre que se los comprara. Además, eran un poco costosos; sin embargo, Estela se los había comprado. Los niños pudieron confirmar que esos juguetes eran auténticos.
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