Dado que los niños eran muy educados, negaron con la cabeza a pesar de que les gustaron los juguetes, ya que sabían que no eran económicos.
—No podemos aceptarlos; son demasiado costosos.
Estela inclinó la cabeza confundida, colocó los juguetes junto a ellos y volvió a escribir en su cuaderno: «Para ustedes. Gracias. Ayuda».
Bautista le dio un vistazo a lo que había escrito con desconcierto. «No puede escribir una oración completa. ¿Qué intenta decir?».
Andrés también se quedó perplejo al principio, pero luego se dio cuenta de algo.
—¿Intentas decir que nos agradeces por haberte ayudado ese día?
La pequeña asintió con fervor, dejó el cuaderno y sostuvo los autitos frente a ellos una vez más. Roxana recordó lo que le había contado la maestra del jardín de infantes sobre sus hijos sobre cómo habían protegido a Estela. «Recuerdo que la maestra lo mencionó. ¿Qué demonios pudo haber sucedido entre unos niños? Sin embargo, a juzgar por el comportamiento de Ela, lo que sea que hicieron Andrés y Bautista parece algo muy importante para ella».
—¿Qué sucedió ese día? —preguntó Roxana sin poder contenerse.
—Ela se lastimó después de que otra estudiante la empujara —explicó Andrés—. Bautista y yo hicimos que esa niña se disculpara con ella y la llevamos a la enfermería. —La mujer asintió con la cabeza—. ¿Podemos aceptar estos regalos, mami? —Andrés sintió pena al ver que la pequeña continuaba sosteniendo los juguetes.
Roxana se rio entre dientes.
—Está bien. Denle algo de ustedes a cambio.
La niña no sabía que había hecho quedar mal a su padre y miró con entusiasmo a la mujer. Roxana percibió la mirada de la pequeña, por lo que volvió en sí y pasó los dedos sobre el moretón.
—Espérame aquí. Regresaré con el botiquín —susurró.
Estela asintió con entusiasmo y los ojos brillantes. A Roxana se le derritió el corazón al verla, se levantó para buscar el botiquín y trató el moretón de la niña con cuidado. Después de todo, ella era doctora, así que por supuesto que sería más cuidadosa y amable que cualquier otra persona.
—¿Te duele? —le preguntó, frotando un poco de ungüento sobre la mano de la niña mientras la miraba preocupada.
Estela negó con la cabeza, bajó la mirada hacia la mano y observó cómo Roxana la atendía. «Las manos de la señorita Jerez también son muy hermosas. Y es mucho más amable que papá; no siento nada de dolor. ¡Ahora me agrada más!».
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