Luciano acomodó sus pensamientos y siguió al pequeño adentro de la mansión. En cuanto ingresó, vio a Estela sentada en la alfombra prestándole total atención a las piezas de Lego que tenía enfrente. También había un pequeño niño junto a ella que se veía igual al que le había abierto la puerta. «Mellizos, ¿eh?». Con una mirada sombría, Luciano apartó la vista de los niños y, en cambio, examinó el resto de la sala de estar. Roxana no estaba por ningún lado.
—¡Llegó tu papá! —le exclamó Andrés a Estela con desdén al entrar, su comportamiento amigable se había desvanecido por completo.
Luego de escucharlo, ella dejó lo que estaba haciendo y miró a Luciano que no estaba muy lejos de allí. No obstante, en el instante en que lo vio, apartó la mirada y comenzó a escribir algo en su cuaderno; Luciano y los niños la miraron. Tanto Andrés como Bautista se mostraron reacios a que se fuera, pero, dado que su padre había llegado, no había motivos para que la dejaran quedarse. El hombre frunció el ceño, ya que sabía qué estaba por decirle la niña. Enseguida, Estela levantó el cuaderno: «Todavía no quiero irme a casa». Justo lo que él había imaginado; el ceño fruncido de Luciano se hizo más profundo y en su voz se percibía el desdén.
—Estela Furtado, te fuiste de casa sin avisar. ¿No crees que me debes una explicación? Esta es la segunda vez que huyes de casa en lo que va del mes. ¿Por qué demonios lo hiciste?
La pequeña lo miró a los ojos con firmeza y bajó la mirada para volver a escribir en su cuaderno: «Me agrada la señorita Jerez. Me agradan Andrés y Bautista. Quiero ser su amiga». Una mirada burlona se vio reflejada en los ojos de Luciano al leer la nota.
—Te agradan, pero ¿les preguntaste si tú les agradas a ellos? Viniste corriendo a su casa e interrumpiste sus vidas. ¿Sabes lo grosero que es eso? —le preguntó con severidad.
Estela frunció los labios y miró a los niños con detenimiento. Ella sabía que los molestaría al ir temprano en la mañana, pero no pudo evitarlo, sentía mucho agrado por ellos; sin embargo, su padre no la dejaba jugar con los niños. «Ya intercambiamos regalos y también me invitaron a jugar con ellos. ¿Eso no significa que yo también les agrado?».
Los niños asintieron con desdén, luego, la sala de estar quedó sumida en un silencio absoluto.
—¿Dónde está su madre? —preguntó Luciano frustrado mientras se masajeaba las sienes.
A pesar de que tenía una hija, no era bueno interactuando con niños.
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