La verdad de nuestra historia romance Capítulo 58

Roxana había querido llamar al instituto de investigación solo para avisar que llegaría un poco más tarde, pero Conrado fue quien contestó y le consultó sobre el proyecto que habían estado apresurando los últimos dos días. Él le pidió ayuda sobre unos datos agrupados antes de que ella siquiera pudiera decir algo.

Como Roxana ahondó en una larga conversación con él, al final perdió la noción del tiempo.

La mujer solo se acordó de terminar la llamada después de escuchar la voz de Luciano desde abajo. Ahí fue cuando enseguida terminó la conversación con rapidez, cortó y bajó las escaleras. Casi se había olvidado de que Luciano iba a ir a su casa y de que sus dos hijos todavía le hacían compañía a Estela. «Si Luciano ve a los niños…». Se puso nerviosa inmediatamente después de pensarlo y, por desgracia, para cuando llegó para evitar que se conocieran, ya era demasiado tarde.

En cuanto bajó, vio al hombre de pie al lado de la alfombra y a los tres niños guardando los juguetes. Luciano se dio vuelta de forma distante después de escucharla bajar. Roxana se tensó cuando cruzó miradas con él, pero apretó los puños en un intento de tranquilizarse antes de saludarlo de forma casual.

—Ha llegado.

Luciano asintió con apatía y mantuvo la mirada fija en ella. Nadie podía saber lo que pensaba. Como creyó que se había dado cuenta de quiénes eran los niños, Roxana no pudo ocultar la culpa.

—Entonces… ¿se va a llevar a Ela a casa o…?

Estaba atemorizada de que Luciano la obligara a sentarse para hablar sobre el origen de los niños, pero, para su fortuna, el hombre solo creyó que ella le indicaba que se fuera.

—Nos iremos, no se preocupe; no me quedaré más tiempo —respondió de forma distante. Luego, miró a Estela que de a poco guardaba los ladrillos de Lego—. ¿Terminaste de ordenar? Es hora de irnos.

Estela al final tomó el cuaderno y comenzó a escribir de nuevo. Parecía que le llevó mucho escribir «gracias», pero cuando terminó, le levantó el cuaderno a Luciano con un mensaje que decía: «Papi, ¿puedo venir a ver a la señorita Jerez una próxima vez? Quiero ser amiga de Andrés y Bautista».

Todos vieron lo que había escrito. Roxana y los dos niños sintieron pena, pero no se atrevieron a decir nada debido a la expresión seria de Luciano. Al ver sus reacciones y lo cercana que era su hija con ellos, Luciano apretó los dientes.

—No.

Estela se entristeció al escucharlo. Con los ojos enrojecidos, frunció los labios y comenzó a llorar en silencio.

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