—Padre, madre, ¿qué están haciendo aquí? —preguntó, frunciendo el ceño.
—Tuve que arrastrar a tu padre porque estaba muy preocupada cuando me enteré de que mi pequeña desapareció esta mañana. ¿Por qué no me dijiste? —se quejó Sonia mientras revisaba a su nieta.
Luciano no sabía qué responderle.
—Ela, ven. Dile a la abuela a dónde has estado. —Sonia estaba aliviada de que Estela llegara a casa a salvo—. ¿Cómo pudiste escaparte de esa forma? Todavía eres una niña y la abuela estaba muy preocupada por ti. No vuelvas a hacerlo, ¿sí? —dijo, abrazándola.
—Puedes hablar conmigo si te sientes mal. No salgas de la casa sin decirnos. Los abuelos estaban muy preocupados por ti ¡y yo también! Si no hubieras venido a casa, hubiera salido a buscarte —repitió Abril.
Estela no reaccionó mucho al abrazo de Sonia y a la pregunta de Abril; tenía una expresión apática.
Como sabía que ese ambiente incomodaba a Estela, Luciano caminó hacia Sonia y tomó a la niña.
—Ela solo estaba en el barrio. Es una niña inteligente, así que no hay necesidad de preocuparse por ella.
Estela abrazó a Luciano del cuello y le apoyó la cabeza sobre el hombro.
Sonia estaba angustiada por su nieta.
—Debes haber desatendido a Ela porque siempre estás ocupado con el trabajo. No se hubiese sentido sola si te hubieras casado con alguien que cuide de ella y no se habría escapado si alguien estuviera aquí para cuidarla —se quejó, dándose vuelta.
—¡Madre! —la interrumpió con voz ronca y reiteró—: Dije que no es el momento indicado y mi hija siempre será mi prioridad antes de tomar cualquier decisión, así que deja de presionarme.
La expresión de Abril se tornó sombría cuando vio la molestia reflejada en su rostro.
—Está bien, señora Fariña. Puedo esperar. Creo que Ela algún día me aceptará; tenemos que darle tiempo —dijo para aliviar la tensión.
Conmovida por el comentario de Abril, Sonia enseguida le palmeó la mano para consolarla. «Qué mujer amable y afectuosa. No entiendo cómo Luciano se rehúsa a casarse con ella de inmediato».
Estela escuchó la conversación y se malhumoró. «¡No quiero que esta mujer malvada sea mi mami!».
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