Luciano frunció el ceño. Nunca imaginó que la niña se enojaría tanto así que, luego de escuchar a Catalina, asintió y se adelantó para llamar a la puerta.
—Ela, abre la puerta. Papá quiere hablar contigo.
Cuando terminó, un golpe sordo sonó en la puerta; era evidente que Estela había lanzado algo para mostrar el rechazo que sentía hacia él. Luciano se quedó quieto por un momento y volvió a hablar en un tono más suave.
—¿Qué quieres que haga? ¿Puedes abrir y decírmelo? Hablaremos sobre eso, ¿de acuerdo?
Luego, se oyó de nuevo un golpe débil. Era la primera vez que Catalina veía actuar de esa manera a Estela y se sintió angustiada en cuanto pensó en la condición de la niña; le preocupaba que le ocurriera algo así que se apresuró a decir:
—Señor Fariña, creo que deberíamos entrar. Me preocupa que la señorita Estela pueda...
Luciano dudó un momento, pero luego asintió con la cabeza. Pronto, Catalina llevó una llave de repuesto, abrió la puerta e ingresaron a la habitación. Se quedaron sorprendidos en cuanto vieron el desorden que había allí. Las muñecas que Estela siempre había atesorado estaban tiradas en el suelo, también había unas cajas de música de aspecto exquisito junto a la puerta y dos de ellas estaban rotas. Era evidente que los objetos que había arrojado eran las dos cajas de música. Estela se encontraba acurrucada en un rincón entre todo ese desorden y tenía la mirada perdida en el suelo mientras lloraba desconsolada. Sentadas a su lado había dos muñecas bastante feas que los adultos no habían visto nunca.
Al darse cuenta de que los adultos estaban allí, la niña retrocedió inconscientemente y bajó la cabeza para evitar encontrarse con la mirada de ellos. Luciano se sintió angustiado al verla así y se sintió muy arrepentido; luego, dio un paso adelante para intentar abrazarla. Sin embargo, cuando Estela vio que se acercaba a ella, levantó la cabeza de inmediato y lo miró como imponiendo resistencia; con las manos en el suelo, retrocedió frenéticamente. Luciano se detuvo al ver sus reacciones.
—No... tengas miedo. Sé que me he equivocado.
Estela no pareció escuchar sus palabras. Al final, se apoyó en la pared y giró su cuerpo hacia un lado para evitar su mirada. Luego se abrazó a sus rodillas y metió la cabeza en ellas.
Ambos adultos no pudieron ver su expresión, ya que lo único que podían ver eran los movimientos agitados de Estela mientras sollozaba. Al instante, Luciano se quedó en silencio. Desconsolada, Catalina dio un paso hacia adelante.
—Está bien, no haré que dejen el jardín de infantes.
Fue entonces cuando Estela lo miró afligida. El estado de su hija no dejó a Luciano más opción que ceder.
—Te lo prometo. No pediré que los expulsen.
Estela siguió mirándolo como si lo estuviera acusando y, comprendiendo el significado de su mirada, Luciano le dijo con suavidad:
—Hoy no han ido a la escuela porque están enfermos. La maestra no les comunicó nada acerca de la expulsión.
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