En cuanto terminó de hablar, un silencio incómodo invadió el auto. Cuando se dio cuenta de lo que había dicho, Roxana se sintió arrepentida y bajó la mirada, sin decir nada más. Luciano miró fijo el perfil de la mujer, con una mirada sombría e indescifrable. «¿Tanto se resiste a mí? ¿Por qué siempre me empuja hacia Abril?».
—Ella tiene algo que hacer y no planea irse todavía —respondió con desdén.
Roxana apretó enfurecida el volante. «¿Cómo se atreve? Abril está demasiado ocupada para llevarlo, pero eso no significa que yo me vea obligada a hacerlo». Por desgracia, por la manera en la que Luciano se sentó inmóvil en el lugar, Roxana supo que no podría sacarlo de allí. Por consiguiente, no tuvo más remedio que poner el auto en marcha e irse de la mansión Quevedo.
Al mismo tiempo, Abril se fue del lugar y se enfureció al instante cuando vio a Luciano por el espejo retrovisor; sin más demora, arrancó el auto y los siguió.
Cuando llegaron a la carretera principal, Roxana recordó algo y le preguntó:
—¿A dónde va?
Luciano había tenido un largo día de trabajo y tuvo que ir a toda prisa a cenar con Alfredo, dado que al fin había encontrado un momento de tranquilidad, pudo sentir que lo invadía el cansancio. Después de escuchar la pregunta de Roxana, se masajeó las sienes para despabilarse.
—A mi oficina. Recuerdo que le queda de camino.
—Señor Fariña, ¿cuándo regresará? La señorita Estela tiene fiebre… —dijo nerviosa Catalina.
La expresión del hombre se volvió tajante de inmediato.
—Entiendo. Ahora mismo regreso. —Finalizó la llamada y se volvió hacia Roxana—. ¿Puede llevarme de regreso a la mansión? Ela no se siente bien, así que tengo que ir a verla.
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