Roxana escuchó lo que dijo Catalina a través del teléfono y supo que Estela no se sentía bien, por lo que se preocupó. Después de escuchar lo que dijo Luciano, hizo una vuelta en U, se dirigió a toda velocidad a la residencia Fariña y veinte minutos después llegaron al lugar. Al recordar el estado de Estela, Roxana miró al hombre con vacilación.
—Cuide bien a Ela. Si necesita ayuda, solo avíseme.
Luciano la miró con sorna.
—Si tanto le preocupa, ¿por qué no se baja a verla? Además, ella la adora. Creo que se sentirá mejor si la ve. —Dicho eso, abrió la puerta y se bajó del auto antes de dirigirse a la mansión.
Parecía que dejaba que ella decidiera si quería visitar a Estela. Roxana frunció un poco el ceño al ver su espalda. «Ela está enferma. ¿No debería pedirle a su madre que la visite? No importa lo ocupada que esté Abril, no ignorará a su hija enferma, ¿verdad?». Cuando la imagen de la pequeña enferma en la cama apareció en su mente, se bajó del auto e ingresó a la mansión detrás de Luciano.
En el instante en que el hombre entró a la casa, Catalina se adelantó y lo saludó con la niña en brazos.
—Señor Fariña, al fin regresó. La señorita Estela está enferma, así que quería que descansara en la cama; sin embargo, ella insistió en esperarlo y no tuve más remedio que hacerle compañía —informó Catalina.
La niña tenía las mejillas enrojecidas y un parche refrescante en la frente; se veía bastante débil. Al ver a su padre, extendió los brazos para pedirle que la alzara. Luciano la tomó en brazos y revisó su temperatura.
—¿Por qué tiene fiebre? —preguntó con el ceño fruncido.
Catalina miró preocupada a la niña.
—Esperemos un poco.
La mujer lo miró perpleja, dado que no sabía qué estaba esperando. Comenzó a asustarse cuando escuchó unos ligeros pasos provenientes de la puerta. «¿Por qué parece que es una mujer?».
Los tres se voltearon para mirar hacia la puerta y la mirada de Luciano se enterneció al ver a la recién llegada. Catalina se tensó de la incredulidad; no podía creer lo que veía cuando se dio cuenta de quién era la mujer. Roxana acababa de entrar a la casa cuando se percató de que tres miradas estaban puestas sobre ella, por lo que se detuvo de inmediato. Tuvo sentimientos encontrados cuando se dio cuenta de que la mansión se veía casi igual; hacía seis años, esa fue su casa.
Había vivido allí unos pocos años. Puede que Luciano fuera indiferente con ella, pero le permitió hacer lo que quisiera; por lo tanto, había comprado algunas de las decoraciones de la casa. Pensó que él cambiaría todo después de su partida, pero, para su sorpresa, todo permaneció igual después de seis años. Después de darle un breve vistazo a la casa, Roxana apartó la mirada y se burló de sí misma en su interior. «No puedo creer que sienta nostalgia después de ver las antiguas decoraciones». Ni en sus sueños más locos se imaginó que Luciano no habría tocado nada, ya que nunca les prestó atención.
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