Ver a Roxana de pie junto a las otras dos personas le recordó a Catalina el pasado. Ella quería que pasaran más tiempo juntos y se marchó luego de intercambiar algunos cumplidos. Enseguida, solo quedaron los tres en la sala de estar y la mirada de Luciano se tornó sombría mientras las miraba.
Al sentirse observada, Roxana se dio la vuelta despacio y se dirigió al sofá para bajar a Estela; no obstante, la niña se le aferró a los hombros con fuerza y se negó a soltarla. Al verla, la mujer se sentó con ella en el sofá.
—Ela, sé una buena niña —le dijo—. Estás enferma y debes ir a la cama temprano. ¿Quieres que te haga dormir?
Estela hundió la nariz en el cuello de Roxana y negó con la cabeza, por lo que la mujer frunció el ceño.
—¿No quieres dormir?
La niña asintió y se volteó para señalar su cuaderno sobre la mesa. Roxana se estiró para tomarlo y se lo entregó; luego, observó a la niña mientras escribía. «Se irá si me quedo dormida y no quiero que se vaya». Estela frunció los labios con tristeza. Roxana leyó lo que había escrito y la sorpresa se vio reflejada en sus ojos. «¿Tan apegada está a mí?».
—De acuerdo, no me iré. Puedes dormir ahora. —Estela levantó la mirada con recelo y Roxana le acarició la cabeza de forma reconfortante—. Te haré compañía, así que cierra los ojos y duerme.
La niña se acurrucó en sus brazos y enseguida se quedó dormida. Tenía la cabeza apoyada en el hombro de Roxana y se aferraba a su blusa con fuerza, como si temiera que se fuera a escondidas. La mujer sintió que se le derretía el corazón mientras miraba a la niña en sus brazos. La mirada de Luciano se tornó sombría cuando vio esa interacción. Se unió a ellas en el sofá de al lado y le dijo al mayordomo que preparara dos tazas de café para ellos; luego, sacó su teléfono y procedió a trabajar desde casa. No había mentido cuando dijo que tenía que trabajar horas extra y, recientemente, había estado demasiado ocupado.
El silencio se apoderó de la sala de estar. Al escuchar la respiración acompasada de Estela, Roxana le pidió al mayordomo que le llevara una manta para cubrir a la niña. La pequeña se volteó en sus brazos como si el calor la molestara y la mujer limpió el sudor de las cejas de Estela con cuidado y con una mirada que reflejaba dulzura.
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