Aunque el apartamento era pequeño, estaba inmaculado. Todo estaba limpio, ordenado y reluciente. Un agradable olor a comida deliciosa salía de la cocina y Leonor no pudo evitar dirigir su mirada hacia la mesa del comedor. Parecía que Miguel había preparado algo de comer.
Se volvió hacia su hijo sorprendida, pero se encontró con su fría mirada. El chico se quedó en la puerta, mirándola de arriba a abajo antes de soltar un bufido y marcharse. Leonor fue tras él enseguida y lo cargó en sus brazos.
-Miguel, ¿estás enfadado con mamá? Mamá estuvo trabajando ayer.
Miguel levantó la cabeza y le lanzó una breve mirada.
-No estoy enfadado. Sólo estaba preocupado -dijo en tono seco.
Una oleada de tristeza invadió de repente a Leonor, que acercó a su hijo y lo abrazó con fuerza. La culpa la carcomía cada vez que Miguel se comportaba como un niño maduro. Todo lo que ella quería era que él tuviera una infancia feliz y sana sin preocuparse por nada. Pero los gemelos no estaban en buen estado cuando ella dio a luz antes de tiempo. Este fue en especial el caso de Miguel.
Leonor casi se derrumba cuando descubrieron que Miguel no respiraba al nacer. Los médicos y las enfermeras estaban a punto de abandonarlo cuando por fin volvió en sí y lo reanimaron con rapidez. Y así, Miguel llegó a su vida y se convirtió en su único consuelo y propósito.
El padre de los gemelos se había ido cuando ella trajo a Miguel a casa. Nunca supo quién era ese hombre, ni tampoco qué pasó con el otro bebé. Desde entonces, toda su vida giraba en torno a ganar dinero. Quería darle a Miguel una buena educación y un mejor entorno de vida, donde pudiera estar libre de todos esos vecinos desagradables y chismosos. Miguel se dio cuenta de su dolor y le dio una suave palmadita a Leonor.
—No pasa nada, mamá. Ya estoy bien. Vamos a comer juntos.
Después de la comida, Leonor limpió la mesa y arropó a Miguel. Justo cuando cerraba la puerta de su habitación, su móvil sonó y una notificación apareció en la pantalla. Era su jefe. Su corazón se hundió al leer el mensaje.
«Leonor, te necesito en la empresa. Ahora mismo».
Se apresuró a agarrar una hoja de papel y dejó una nota sobre la mesa antes de salir corriendo de nuevo.
El taxi no tardó en detenerse frente a la empresa y ella se bajó enseguida, para dirigirse al despacho del Director. Pero antes de que pudiera llamar a la puerta, el grito agudo de Amanda atravesó la puerta.
-¿Creen que pueden arreglar esto con dinero? ¡Les dije de manera clara que no había lugar para el fracaso! ¡Y ustedes dijeron que nada saldría mal!
Leonor se tragó las palabras justo cuando iba a negar las acusaciones de Amanda. Sí se acostó con Claudio. Y no era algo que quisiera que todos los presentes supieran.
—¡Vamos, dime si te acostaste con él! —Amanda prosiguió con la pregunta.
-Prefiero no responder a tu pregunta -murmuró Leonor, evadiendo su mirada.
—¡Z*rra! —Amanda aulló.
Todos sus esfuerzos se fueron a la basura por culpa de Leonor: «No sólo se cruzó con Claudio, sino que Leonor también se aprovechó de toda la situación».
Las humillantes escenas de ayer pasaron por la mente de Amanda y apretó la mandíbula con rabia. Amanda se dirigió a Leonor y la agarró del cabello, le exigió que diera una explicación de lo sucedido.
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