Antes de darse cuenta, su conciencia la abandonó con rapidez.
Leonor no supo cuándo se desmayó, ya que se encontraba entre la enervación y la vigilia. Cuando volvió en sí, sintió el cálido resplandor del sol y la fresca humedad del aire, procedente de las ventanas abiertas, que acariciaban su piel.-
El paño de seda que le cubría los ojos desprendía un sucio olor a sudor. Mientras se estremecía contra el dolor que impregnaba cada fibra de su cuerpo, el sonido de las salpicaduras de agua llegó a sus oídos. Pasó un tiempo indeterminado antes de que la puerta del cuarto de baño se abriera de un empujón. Salió Claudio Blandón con un traje recién planchado; sus zancadas lo llevaron hasta el lado de la cama.
Entre las sábanas revueltas, una mancha de color carmesí destacaba como un pulgar adolorido. El hombre dejó que sus ojos se detuvieran en ella antes de retirar su mirada. A continuación, se dio la vuelta y se marchó sin
sentimentalismos.
La mujer dejó que la puerta se cerrara sin piedad ante ella y luego luchó para que su agotado cuerpo adoptara una posición sentada. Las lágrimas corrieron por su rostro de forma inconsciente en el momento en que el hombre se marchó. Se abrazó al edredón y se mordió el labio mientras la salinidad de sus lágrimas colmaba sus sentidos.
Para que su padre viviera, era necesario que se entregara a un desconocido. Una tristeza inexplicable la embargaba cuanto más pensaba en ello. Se sentó ahí, sola, llorando en la habitación, hasta que consiguió calmarse por fin. Se tomó su tiempo para secarse la cara y se tranquilizó.
Al principio se quedó atónita al recibir la llamada, pero consiguió recuperarse con la misma rapidez.
-Sí, es él. ¿Puedo saber de qué se trata? ¿Mi padre ha recuperado la conciencia?
—No... —la enfermera al otro lado sonaba vacilante y apenada-. Lo sentimos mucho, Señorita Sandoval. Como no pudimos atenderlo a tiempo, su padre no lo logró.
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