MADRE (Secretos) romance Capítulo 1

¿De verdad es tu mamá? —me preguntó Ricky, quien estaba sentado en el pupitre que se encontraba justo detrás de mí. 

Por toda respuesta, asentí con la cabeza, y volví la vista hacia adelante, sólo para darme cuenta de que no eran pocos los compañeros de curso que se habían dado vuelta a mirarme, asombrados por lo que se acababan de enterar. 

En efecto, la profesora que se encontraba frente al pizarrón, explicando —algo nerviosa—, cómo se desarrollaría la materia de contabilidad en los próximos meses, era mi madre. Ya lo habíamos hablado, y llegamos a la conclusión de que lo mejor sería reconocer nuestra relación filial de entrada, y por eso ella lo comentó, como al pasar, mientras explicaba cuáles serían los temas que veríamos en el futuro. Estábamos conscientes de que ese detalle llamaría la atención de muchos, no sólo por la casualidad de la situación, sino porque la profesora Delfina Cassini era inusitadamente joven, si se tenía en cuenta que tenía un hijo de mi edad, que ya estaba por el último año de la escuela secundaria. Apenas había cumplido los treinta y tres años. Es decir, me había parido siendo muy joven. Cosas que pasaban en su época. 

Mamá se había vestido de manera sobria. Una falda que le llegaba hasta las rodillas y una camisa blanca con rayas celestes. El maquillaje era sutil. El pelo negro, que le llegaba hasta los hombros, estaba atado. Se asemejaba más a una oficinista que a una profesora. Su rostro reflejaba una seriedad exagerada. Sus labios finos estaban apretados, y por momentos su ceño se fruncía. Todo eso no era producto sólo del nerviosismo del momento, sino que era un estado que la acompañaba desde hacía meses. Sin embargo, a pesar de todo esto, no podía evitar irradiar ese encanto natural que era inherente en ella. Sus ojos marrones eran grandes y expresivos, y fuera cual fuera el estado de ánimo del momento, solía transmitir una extraña emoción que resultaba enternecedora. En su mejilla se formaba un pozo cada vez que reía —aunque en esa primera clase fueron muy pocas las veces que lo hizo—, y lo peculiar era que la mejilla derecha se hundía aún más, generando una sutil asimetría en su cara ovalada, que la hacía diferenciarse del resto de las personas, estuviera donde estuviera. Por otra parte, a pesar de que se había esforzado por lucir de manera que no llamara demasiado la atención, no lo había conseguido por completo, ya que la fisionomía de su cuerpo no se lo permitía. Debido a que la camisa estaba metida dentro de la falda, había quedado tan ajustada a su cuerpo, que sus pechos, que no eran particularmente grandes, pero tampoco pequeños, sobresalían, erguidos y asfixiados por su prenda. La pollera, que escondía buena parte de sus piernas, no podía ocultar en cambio, la sinuosidad de sus caderas. Siempre me enorgulleció el hecho de que mi mamá fuera la más joven, y sobre todo, la más bonita de las madres que conocía, pero en ese momento, por primera vez deseé que fuera una vieja y obesa cincuentona. 

Yo estaba incluso más nervioso que ella. Para empezar, me había tomado por completa sorpresa el hecho de que comenzara a ejercer la docencia, y mucho mayor fue el asombro cuando me dijo que iba a dar clases en la escuela a la que yo mismo asistía. No tenía idea de que su título de contadora pública le permitiera dar clases, pero por los visto así era. Pero lo cierto era que, lo que más me alteraba, era el hecho de que, en los días previos, había descubierto algo sobre ella que me tenía sumido en una confusión e impotencia que ahora se veía agravada.

En esa época, ella se había quedado sin trabajo. Fue algo repentino y mamá no quería dar muchas explicaciones al respecto. Lo único que dijo fue que la empresa en donde trabajaba estaba pasando por un mal momento y se vieron obligados a hacer una reducción de personal. Cosa que no me convenció en absoluto. 

Apenas se encontró desocupada, se puso a llevar su currículum a muchos lugares, pero pasaban los meses y los únicos que la llamaban no la terminaban de convencer, ya que ofrecían salarios muy bajos. Por este motivo se vio obligada a sacar el as que guardaba bajo la manga. Solicitaría puestos de suplencia en distintas escuelas secundarias, y además daría clases particulares de matemáticas y contabilidad. De a poco fue tomando horas, y se hizo de unos cuantos alumnos que iban a casa, principalmente chicos que pretendían pasar el curso de admisión de distintas universidades, y necesitaban mejorar sus habilidades, ya que en la escuela secundaria el nivel solía ser muy bajo. 

Pero a pesar de que estaba progresando, la notaba de un humor lúgubre. Tenía insomnio, y no pocas veces la descubrí vomitando en el baño. Le recomendé en varias ocasiones que fuera al médico, a lo que ella me respondía que no era nada, que ya se le iba a pasar. 

Pasaban los días, y mi preocupación iba aumentando. Yono tenía mucha idea de cómo actuar para ayudarla. Era evidente que su despido había sido en condiciones muy diferentes a la que me había contado, y que eso, por algún motivo, la tenía aún triste y preocupada. Además, hacía un par de años que había muerto Daniel, su pareja más duradera, y quien había oficiado como algo parecido a un padre para mí. Es decir, estaba sola, y tampoco tenía muchas amigas, cosa que jamás comprendí, pues antes de su despido, se caracterizaba por tener un carácter alegre que siempre la hacía sobresalir, y atraía la atención tanto de mujeres como de hombres. Era de esas personas que le caían bien a todo el mundo, sin embargo, casi nunca la veía con amigas del barrio o del trabajo. Parecía que, por algún motivo que yo desconocía, era difícil intimar con ella. 

Hubo una tarde, apenas unos días antes del comienzo de clases, en la que mi preocupación había crecido tanto, que decidí tomar una medida radical. 

Una de las cosas buenas que tenía mamá, era que siempre respetó mi intimidad. Siempre golpeaba la puerta de mi cuarto antes de entrar, y no me atosigaba con preguntas. En alguna ocasión había llamado a la puerta cuando me encontraba en plena paja, a lo que yo le pedí que volviera después. Ahora, viéndolo una década después, me doy cuenta de que ella se percataba perfectamente de mis momentos de masturbación, pero nunca me puso en evidencia. Hacía de cuenta de que no pasaba nada. Habría pensado que era algo perfectamente natural. Mamá no era de hablar mucho de cuestiones sexuales conmigo, más allá de lo que se considera educación sexual, pero pronto me daría cuenta de que era muy abierta en esas cosas. Pero me estoy adelantando. 

El respeto por la intimidad fue algo que se traspasó a mí, sin que ella jamás tuviera que darme un discurso al respecto. Yo simplemente la imitaba. Nunca iba a su cuarto a husmear qué guardaba en él. Ni siquiera cuando estaba en la edad en la que empezaba a darme curiosidad los temas sexuales, y quizá me hubiese gustado saber cómo se sentía colocarse un preservativo, por dar un ejemplo cualquiera. Tampoco le exigía que me dijera con quién había estado en esos días en los que llegaba a casa al anochecer. Pero la cosa es que ese día decidí romper con la intimidad de mamá. Había llegado a la conclusión de que la situación lo ameritaba. 

De hecho, ya lo venía meditando desde hacía un par de semanas. El hermetismo de ella me inclinaban a hacerlo. Una vez, mientras estaba viendo un programa en la televisión, vi que le llegó un mensaje. De reojo, observé detenidamente dónde presionaba para desbloquear el teléfono. Dos, tres, uno, cero. Pude ver la clave perfectamente, sin que se diera cuenta. Así que, cuando por fin me decidí a hacerlo, mientras se estaba duchando, fui a su cuarto, donde suponía que estaba el celular. En efecto, ahí se encontraba, sobre la cama. Así que, escuchando el sonido de la cortina de agua cayendo sobre su cuerpo, mientras se bañaba, hice una rápida inspección al aparato. 

Lo primero que hice fue revisar su Whatsapp. Ahí me encontré con la primera cosa llamativa. Los únicos mensajes que había eran los de sus nuevos alumnos, para coordinar cuándo vendrían a casa a tomar clases. Vi rápidamente dos o tres conversaciones, sin encontrar nada raro. Lo inusual era que no había otros mensajes recientes. Si bien mamá no tenía muchos amigos, sí que solía chatear, con quienes yo suponía que eran pretendientes, o algo parecido. Pero ahí no había nada. Luego pude ver muchas conversaciones viejas con su madre, o con alguna colega, pero nada llamativo. 

Entonces, dándome cuenta de que no contaba con mucho tiempo, fui rápidamente a las redes sociales. En esa época sólo utilizaba Facebook. Aquí me encontré con muchos más mensajes, pero otra vez, nada interesante, aunque en este caso no me dio la sensación de que podía haber conversaciones borradas, como había sucedido con WhatsApp. Con quien más interactuaba en esa red social era con su profesora de manualidades, pues cuando se había quedado sin empleo se había anotado en todo tipo de cursos; también había un intercambio de mensajes con una pastelería a la que le había encargado una torta por el cumpleaños de su mamá, y con otros contactos que no parecían trascendentes. Sí había muchos mensajes de tipos que ni siquiera eran sus contactos en esa red. Pero ella no les respondía a ninguno. Eran hombres a los que seguramente les había gustado su foto de perfil y se tiraban el lance a ver si pescaban algo. En esos tiempos no había Tinder, y Facebook cumplía con ese rol, el menos en parte. 

Entonces decidí ir al buscador de internet del celular. Si tuviese una enfermedad que no me quisiera develar —cosa que era una de mis hipótesis—, seguramente aparecería en el historial, pensé. Así que eso fue lo primero que hice. Fui a configuración, y di clic en historial. 

Viéndolo en retrospectiva, quizá hubiese sido mejor no haberlo hecho, aunque tampoco me siento arrepentido de ello. 

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