Mi Jefe y Yo romance Capítulo 10

Había intentado con todas mis fuerzas no ser un demonio con los internos, sabía cómo era aquello de horrible. 

Los nervios que se sentían el primer día yo lo había vivido en primera fila, pero lastimosamente, todo la furia que sentía correr por mis venas recayó en el grupo de chicos, que tuvieron que aguantar mis regaños cuando se equivocaban con la más mínima cosa, o incluso con mis cortantes respuestas cuando preguntaban algo. 

Estaba de malas pulgas y ellos, los pacientes y todos a mi alrededor habían tenido que pagar los platos rotos.

Al llegar a casa tras ese intenso día, lo primero que hice fue echarme en mi cama a gritar contra la almohada y golpearla desesperada, hasta que me quedé profundamente dormida, deseando que aquella pesadilla acabara de una buena vez, pero no fue así.

Emergencias era un completo caos, no sólo porque tenía que vigilar a los internos como si fuera su mamá y corregir sus errores a la hora de dar el diagnóstico, sino por el montón de personas que llegaban a todas horas del día, con distintos dolores y enfermedades, algunos peores que otros.

Y no faltaba el estudiante que se alteraba al ver demasiada sangre, y se desmayaba, sacándome de quicio con ello. 

No sólo había sido suficiente para Jack mandarme al infierno, si no también había decidido acompañarme en él, sólo por diversión. En ocasiones, iba a pararse en medio de la sala a verme ir y venir, sólo le faltaba un pote de palomitas para estar aún más a gusto con lo que veía. 

Sin embargo, ahí no le bastó, también tuvo que empezar a acosarme día tras día, haciéndome la misma pregunta una y otra vez, a pesar de obtener siempre la misma respuesta.

En conclusión, había sido la peor semana de toda mi vida.  

Contuve mis ganas de asesinarlo cuando se plantó junto a mí muy temprano en la mañana del lunes, en aquella cafetería, a la que definitivamente no debía volver si seguía encontrándomelo de esa manera, en los instantes en que menos lo deseaba ver.

Ignoré su presencia y al obtener mi orden, salí disparada muy lejos de allí, pero él me siguió fresco como una lechuga por las calles. 

Caminé a zancadas a la espera de que me dejara tranquilo, pero me seguía el paso con facilidad, la única que se agotaba innecesariamente, era yo. 

Respiré profundo contando hasta diez y lo dejé ser, intenté que su presencia no me afectara, como si fuera un fantasma, pero realmente tenerlo tan cerca me irritaba sobremanera.

—¿Tú no tienes nada mejor que hacer? —pregunté, fulminándolo con mi mirada.

—Sí, pero primero quiero saber algo.

—¿Qué cosa? —inquirí, deteniéndome de sopetón, quedando los dos cara a cara.

Él me observó con una amplia sonrisa, mientras bebía un sorbo de mi café a la espera de su respuesta.

—La verdad.

—Ya te la he dicho miles de veces, Jack —bufé, poniendo mis ojos en blanco ante su insistencia con el tema.

—Repítela, no la acabo de comprender del todo; porque de alguna manera, siempre terminas cambiando alguna parte de la historia —murmuró, dedicándome una sutil expresión de afecto que no logre devolverle, quizás porque me encontraba demasiado molesta con su comportamiento. 

Sin embargo, podía notar en sus ojos acaramelados y su forma inexplicable de mirarme, cómo le comenzaba a gustar más de la cuenta el estar a mí alrededor, arruinandome la vida.

—No digas babosadas —refunfuñé, cruzándome de brazos—. Además, estoy vieja y es normal que las cosas inútiles se me olviden rápido.

Al escucharme, rompió a reír entretenido con mis palabras, como si le hubiera contado el mejor chiste del mundo. 

Puse mis ojos en blanco al sentir su estruendosa risa invadir mi cerebro. 

Cuando se hubo calmado segundos más tarde, se me quedó viendo fijamente, poniéndome el cuerpo a flor de piel, haciendo que mi corazón se acelerara desbocado cuando aproximó su rostro al mío, dejándolo sólo a unos centímetros,  para acto seguido, despelucar mi cabello con una de sus manos, como si fuera alguna niña pequeña.

—Sigues siendo un desastre mintiendo, Lucy.

—Y tú sigues siendo un incordio —mascullé, apartándome incómoda—. ¡Ahora déjame en paz!

Me di la vuelta dispuesta a seguir caminando en dirección al hospital.

Afortunadamente, Jack detuvo su acoso por el momento, y no volvió a aparecer frente a mí hasta horas más tarde. El perseguirme era como un ritual, tenía que hacerlo o quizás no podría dormir llegada la noche. 

Caminé exhausta por los pasillos en dirección a la máquina dispensadora de jugos, en donde decidí comprarme uno, mientras me daba masajes en la nuca, agotada con tanto trabajo sobre mis hombros. 

Clavé el pitillo en el empaque y bebí un sorbo, antes de girarme para ir de regreso por donde había llegado, sin embargo, al ver a Jack caminando en mi dirección, me sobresalté, atorándome con el líquido.

Tosí desesperada e intenté irme por el pasillo contrario, no obstante, en cuestión de nada aquel hombre de traje estaba frente a mí, interponiéndose en mi camino.

—No huyas, cobarde —susurró, causando que su embriagador aliento acariciara mi rostro produciéndome cosquillas a su paso.

Jack me guiñó un ojo desde el asiento del copiloto, y le hice mala cara instantáneamente al cruzar miradas.

—¿No te aburres, Jack?

—No —canturreó sin perder su felicidad—. Sube al carro.

—Iré caminando, gracias.

—Quiero llevarte a dar un paseo, Lucy.

—Suena interesante, pero no gracias, quiero ir a descansar a mi casa.

—La casa de Cody, querrás decir —me corrigió impenetrable con mi rechazo y no pude evitar chasquear la lengua, malhumorada con su comentario.  

—Da lo mismo, Jack. 

—No me obligues a meterte a la fuerza —dijo finalmente con aquel tono de voz, que me recordó lo que lograba hacerme en el pasado cuando se le antojaba. 

Solté un respingo, conteniendo mis ganas de carcajearme en su cara, fascinada con sus amenazas estúpidas.

—No me asustas.

—Contaré hasta tres… Uno —me miró fijamente, entrecerrando sus ojos a la espera de mi reacción, la cual fue sonreír burlona—. Dos —apagó su auto, y abrió la puerta para salir a mi encuentro—. Dos y medio… — nos quedamos mirándonos, yo me crucé de brazos, mientras él apoyó sus manos en el borde de la puerta deseoso de que me metiera sin rechistar de una buena vez—. Tres.

Antes de que si quiera pudiera escucharlo por completo, pegué una carrera lejos de su alcance.

Sentía mi corazón acelerado en mi pecho, mientras corría desesperada por la acera, esquivando a las personas que se interponían en mi camino. 

Estaba demente si pensaba que llegaría a hacerle caso, no sucedería ni un millón de años, me escaparía de sus deseos y no habría forma de que me obligara, esta vez no sería como en el pasado, yo saldrá ilesa de sus órdenes, sería libre.

Sin embargo, sus manos me agarraron antes de que pudiese impedírselo y me subió a su hombro como si fuera un costal de papas, sin importarle en lo más mínimo lo que pensara la gente, mientras pataleaba porque me bajara.

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