Jack se mordió los labios, parecía nervioso, se pasó una de sus manos por su cabello y tragó saliva.
Finalmente, tras debatirse unos segundos, se despojó de sus ropas con sus manos temblorosas, me tomó con firmeza de los tobillos para obligarme a abrir las piernas en todo su esplendor, dejándole ver partes de mí que probablemente se sabía de memoria.
Se acomodó muy cerca de mi intimidad, rozando la punta de su pene contra ella, estremeciéndome por lo que estaba a punto de hacer.
Tragué saliva y me mojé lo suficiente para permitirle paso a su virilidad, así que mi vagina le dio la bienvenida a pesar de que me había parecido descabellada su idea inicial, gimiendo sonoramente ante su contacto.
Sin embargo, recordé que estaba casado y con una hija, lo que me hizo revolverme desesperada debajo de él, esperanzada de que se detuviera si se lo pedía.
—¡No quiero! ¡No! —chillé, sintiendo cómo de a poco iba abriéndose paso más y más en mi interior—. ¡Deja de hacer esto, Jack! ¡Aléjate de mí!
—¡Entonces deja de mentirme! —murmuró encolerizado.
Podía sentir su punta abrirse paso aún más y supe que no se detendría, por más que le suplicara, estaba enojado y no era capaz de pensar con raciocinio.
¿En qué clase de monstruo se había convertido este hombre que amé?
Siguió avanzando más, mis piernas temblaron y mis músculos no reaccionaron, me había quedado en medio de la cama con mi vista borrosa muy fija en el techo, esperanzada de que acabara cuanto antes.
De pronto optó por quedarse muy quieto, sin moverse más, sin hacer nada más que respirar, con su cabeza gacha y sin poder mirarme, ante la vergüenza que le producía estar tratándome de esa manera, sólo por capricho.
—¿Por lo menos me visitaste antes de irte? —inquirió, agarrándome de la cintura son sus heladas manos. Lo que estaba ocurriendo me traía tantos recuerdos que pensaba olvidados, ni siquiera podía hablar, ya no podía sentir placer ante semejante situación—. ¿Realmente te dio lo mismo estar sin mí? ¿No te dolió marcharte? ¿No te arrepentiste ni una sola vez?
—Eres igual de repulsivo que mi padre… —fue la única frase que logró salir de mi boca.
Al escucharme su rostro se crispó y no fue capaz siquiera de mantenerme la mirada de nuevo.
Salió de mi interior de inmediato, se acomodó suavemente sobre mi estómago, para poder quitarme aquellos amarres, soltando mis manos por fin tras varios intentos fallidos.
Sus labios estaban transformados en una fina línea y su rostro había perdido todo color, podía ver en su expresión compungida que se sentía culpable.
Trató de limpiarme las lágrimas con sus manos, pero aparté mi rostro en otra dirección, él se hizo a un lado al percibir que no existía manera sobre la tierra de que pudiera perdonarlo.
Aturdida como nunca antes, logré levantarme de la cama, sin embargo, sentí mi cabeza dar vueltas y mi estómago encogerse al tratar de caminar. Sin más opciones, corrí hacia el baño, cerrando la puerta a mi paso.
Me tendí en el suelo frente al reluciente inodoro y vomité lo poco que había comido en todo el día.
—¿Estás bien? —quiso saber un alarmado Jack al otro lado de la puerta.
Tiré de la cadena cuando me sentí mucho mejor, y me recosté contra la pared, sentándome en el suelo a abrazar mis piernas como lo hacía cuando quería volver a juntar todo el destrozo en mi alma, quería juntar las partes esparcidas de mi corazón roto, de mi vida, de mi mundo.
—Lucy. ¿Puedo entrar?
—Déjame sola, ¿quieres? —susurré con mi voz quebrada, estaba llorando de nuevo y no importaba cuánto intentara tranquilizar mi tristeza, esta seguía escapando al exterior.
Recordaba a ese ser que debía protegerte y más bien me había hecho tanto daño. Sentía miedo también de que Jack se hubiera convertido en un monstruo similar, cruel y despiadado, frío e insensible.
Cubrí mi rostro con mis manos temblorosas, tratando de callar mis sollozos, pero fueron los pasos de Jack aproximándose los que me hicieron detener todo movimiento.
Antes de que siquiera pudiera decir algo más, me tomó el rostro entre sus cálidas manos, y me hizo guardar silencio, plantando sus suaves labios sobre los míos.
Golpeé su pecho, asustada de que esta vez me hiciera algo más aterrador, pero él no desistió con ello, haciéndome temblar con cada roce delicado de su boca sobre la mía.
El miedo se fue disipando a medida que sus manos me acariciaban lentamente, me quedé congelada sin saber muy bien qué hacer y entonces, al percibirme más calmada, se alejó con una leve sonrisa.
—Realmente lo siento, no debí hacer todo esto, pero creo que me dejé llevar demasiado por los consejos de la doctora Braver —se rió sin dignarse a soltarme.
Podía sentir su respiración sobre mis mejillas produciéndome cosquillas, sin embargo, al oír aquella confesión, mi corazón se aceleró desbocado, y por mi sangre comenzó a correr la frustración de otro nuevo engaño.
—¿Cómo que la doctora Braver?
—He estado en terapia con ella desde hace unos meses, es quien me recomendó aparecer delante de ti más seguido y también obligarte a decirme la verdad, no importa cuánto le pregunte a ella, no me lo cuenta, así que supongo que realmente algo me ocultas.
Mi respiración se convirtió en un simple jadeo, quería gritar y romper todo a mi paso.
Primero, había sido su madre y ahora, mi propia amiga me había traicionado.
Quería creer en mi fuero interno que había una explicación coherente a todo esto, pero no la había, podía estar segura de ello.
Me puse en pie con torpeza, dejando a Jack anonadado con mi semblante trastornado, intentaba organizar mis ideas, pensar con claridad, pero mi mente estaba en blanco, y mi cuerpo no pudo soportarlo más.
—¡¡Lucy!! —escuché que gritó ese idiota cuando la negrura se abrió paso, para llevarme muy lejos de esa habitación.
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