Mi Jefe y Yo romance Capítulo 22

Los observé marcharse desde el marco de la puerta de la casa, Jack se había ido de piloto, mientras mi madre en la parte de atrás del viejo auto, le daba caricias a un inconsciente Ryan. 

No supe cuánto tiempo me quedé allí de pie mirando hacia la nada, pero cuando regresé al interior, los chicos se encontraban sentados en el comedor, con sus rostros teñidos por el desconsuelo.

Me senté en una de las tantas sillas libres para mantener aquella charla en la que habíamos quedado minutos atrás, donde me contaron cómo esa botella había terminado allí. 

Días antes de que nevara por primera vez, a Maximilian se le había ocurrido la pésima idea de jugar a romper botellas de vidrio con piedras, era para medir la puntería de cada uno de los hermanos, así que no había necesariamente un solo culpable después de todo. 

Aunque habían intentado recoger el desastre a escondidas de mamá Mónica –quien no estaba ni enterada de esto–, por su error, olvidaron uno que otro vidrio.

Dado que Jack y mamá Mónica se tardarían demasiado, decidí hacer el almuerzo para los chicos.

Después de que dieron las dos de la tarde, Ryan entró por la casa demasiado sonriente, cojeaba un poco y se quejaba del dolor, pero todo valía la pena según él; ya que llevaba entre sus manos una paleta gigantesca, que el médico le regaló como premio por su buen comportamiento. 

Como todos habíamos comido de antemano, serví los platos restantes cuando ellos tomaron asiento en el comedor y yo me escabullí a la cocina a terminar de limpiar el desorden que había hecho.

—Tendrás que tomarte la medicina para que no duela tanto tu herida y sanes sin dejar una cicatriz muy fea —escuché que le recordaba la masculina voz de Jack a Ryan—. No puedes correr mucho, ni hacer movimientos bruscos o todos esos puntos se echarán a perder.

—Sí, señor.

—¡Buen chico!

—Muchas gracias por tu ayuda, Jack —susurró mi madre, antes de dar un bocado a la deliciosa carne.

—Con mucho gusto, señora Mónica —farfulló el castaño, regalándome una mirada coqueta cuando pasé por enfrente de la sala de estar al salir de la cocina.

—Deberían quedarse esta noche, Lucy querida.

—Mamá… —suspiré, nerviosa por su propuesta.

—¡Es una maravillosa idea! —canturreó Ryan, entusiasmado.

—Los chicos extrañan a su hermana mayor y aún no he podido charlar cómodamente contigo —masculló, sonriéndome con tanta dulzura, que me fue imposible rechistar, sin más opciones, terminé por asentir, accediendo a ello—. Puedes dejar tus cosas en tu habitación, nadie ha querido ocuparla aún.

—¿Necesita ayuda en algo más, señora Mónica? —quiso saber Jack, con curiosidad en su tono de voz.

—¡Claro que sí! ¿Recuerdas lo que te comenté esta mañana?

No supe qué más le diría mi madre, porque me alejé de aquel lugar antes de oírlo. 

Caminé con pasos temblorosos hasta la estancia que me traía miles de recuerdos perturbadores, sentía un gran peso sobre los hombros con cada paso que daba, había sido sin duda alguna, un día muy largo para mi gusto, pero aún así era feliz de estar con los chicos y de ver tan saludable a mi querida madre.

Me oculté tras la gruesa pared, sin saber muy bien por qué no me iba de una buena vez de ese lugar.

No era correcto espiarlos y oírlos hablar de mi padre no era algo que me causara mucha satisfacción, pero por mucho que intentaba ordenarles a mis piernas que se movieran lejos de allí, estas no me respondían, como si mis pies hubieran sido clavados al suelo de repente.

—¿Qué hizo el papá de Lucy para estar en la cárcel?

—¿Ella no te lo ha dicho?

—No.

—A Lucy… —selló sus labios, no muy convencida de tener que confesarle aquello, pero tras lo que me pareció una eternidad, se lo soltó sin piedad—, su padre abusó de ella.

Mi cuerpo retrocedió, estaba aterrorizada con las imágenes que se arremolinaban en mi cerebro, sin percatarme de que al hacer aquello, me había llevado conmigo el florero que reposaba en una mesita a mi lado. 

Ellos, al escuchar el estruendo  dejaron de hablar, Jack fue quien salió a encontrarse conmigo, observándome tan sorprendido como yo. 

Mis ojos se llenaron de lágrimas, y lo único que pude hacer fue salir corriendo, empujándolo con violencia al pasar, ya que no deseaba que me detuviera por nada del mundo. 

Estaba espantada con la idea de que mi secreto hubiera sido revelado a la persona que menos deseaba que lo supiera. 

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