Mi Jefe y Yo romance Capítulo 24

Me acerqué hasta donde se encontraban casi con mala cara, detallando que en la camilla de nuevo estaba la pequeña hija de Jack inconsciente.

Masajeé mi sien con dos de mis dedos intentando calmar mis deseos de vociferar horripilantes cosas a la madre de Jack, quien no se cansaba de quejarse a todo pulmón, porque los internos eran unos inútiles según ella. 

La enfermera Kim temblaba bajo sus manos, sin saber muy bien que hacer y lógicamente nadie se molestaba en ayudarla, dado que era la madre del presidente, a la cual a simple vista se podía ver que le temían demasiado para mi agrado.

—¡¿Cómo es posible que no haya ningún médico disponible?! —gritó soltando a la enfermera Kim, dándole un breve empujón que la hizo retroceder aterrorizada.

—S-señora Walters, la mayoría están en su hora de descanso o atendiendo casos más serios.

—¡¿Acaso que mi nieta esté enferma no es algo que valga de su tiempo?!

—N-no es eso señora Walters, por favor, sea un poco más paciente —farfulló la enfermera Kim con voz quebradiza, indicándome que a pesar de la distancia a la que me encontraba de ellas, estaba a segundos de romper a llorar—. Buscaré un médico que esté disponible —cuchicheo apresurada, rebuscando su celular entre los bolsillos de su uniforme.

Solté todo el aire que contenían mis pulmones y acorte los pasos que nos separaban, plantándome junto a ellas con mi rostro inexpresivo.

—Yo estoy libre —le informé antes de que marcara innecesariamente a alguno de los colegas. Ella asintió aliviada con mi llegada, y finalmente, le dediqué una frívola mirada a Deborah para preguntarle—: ¿Qué ocurrió esta vez con Lucila?

—¿Tú? —se carcajeó sin poderse creer lo que veía, se cruzó de brazos y me observó con desprecio, haciéndome sentir minúscula en esa estancia, como una pequeña hormiga. Demasiado insignificante como para poder mantenerme impenetrable por mucho tiempo—. ¿Qué hace una asquerosa  pueblerina jugando a ser médica?

—Señora Walters, ¿podría responder lo que le acabo de preguntar?

—Se desmayó cuando íbamos al teatro —bufó, poniendo sus ojos en blanco, irritada porque había ignorado su hiriente comentario.

Incluso a pesar de sentirme humillada, preferí seguir adelante con ello, no me dejaría vencer tan rápido por sus cortantes palabras. Sentía mis manos temblorosas y mi respiración irregular a causa del miedo que intentaba ocultar con todas mis fuerzas. 

Me encontraba más asustada de lo que me hubiera imaginado que viviría algún día bajo la penetrante de esa extravagante mujer, que se mantenía atenta, analizando cada uno de mis movimientos. 

Revisé a Luna de pies a cabeza, notando que de nuevo tenía fiebre, pero no era tan alta como la última vez. Ahora por alguna extraña razón sudaba excesivamente y su rostro estaba más pálido de lo normal, también se notaba que no estaba comiendo bien; porque estaba más delgada de lo que recordaba.

Por mi mente pasaron miles de posibilidades, miles de enfermedades que podría tener en su cuerpo, pero necesitaba una pequeña pista para deducir qué era. 

Impaciente, levanté la manga de su suéter, encontrándome con moretones en todo su antebrazo. El sudor helado recorrió mi espalda al reconocer ese tipo de marcas y entonces, mientras más la detallaba con paciencia, podía notar más manchas rojas en su piel.  

—¿Ha tenido sangrado de algún tipo? —inquirí, mordiéndome el labio inferior, nerviosa de que aquello que pensaba que podría padecer, se terminara por confirmar.

—No lo sé, no recuerdo que haya mencionado algo —murmuró Deborah chasqueando la lengua, asqueada con tener que mantener una conversación pacífica conmigo.

Tantee su torso con mis manos, asegurándome de que no tuviera ningún órgano inflamado, pero podía sentir en la punta de mis dedos que su hígado estaba agrandado más de lo normal. 

Veloz como un rayo, la respuesta vino a mí sin necesidad de pensarlo demasiado, pero deseaba con todas mis fuerzas que no fuera cierta, que me estuviera equivocando porque sabía cuán destrozado estaría Jack si se lo dijera o incluso Victoria, ambos sufrirían demasiado.

—Necesitamos hacerle un conteo sanguíneo completo y de plaquetas, enfermera Kim —mascullé apresuradamente, para que ella se encargara de ello.

—¿Por qué hay que hacer eso? —quiso saber Deborah enarcando una de sus cejas, deteniendo con su furiosa mirada las acciones de la enfermera, junto con mi respiración. 

Deseaba decírselo sólo como venganza, escupirle tantas cosas a la cara, refutarle todo lo que había guardado en mi interior por años, pero sencillamente no era capaz, todo se atascaba en mi garganta cuando tan solo lo pensaba.

—Quiero confirmar una cosa, Señora Walters —susurré en total calma, ganándome su mirada llena de repulsión por tener que seguir mis órdenes, por tener que depender de mí para salvar a su nieta, algo que era realmente irónico si lo pensaba detenidamente, ya que la persona que ella más odiaba sobre la faz de la tierra, era la estúpida que ahora le daba la mano en su momento de necesidad—. Enfermera Kim, por favor proceda. 

Tras escuchar mis palabras, se acercó a la niña para sacarle varias muestras de sangre. 

Me alejé indiferente a revisar a las demás personas mientras los resultados salían, lo cual probablemente llevaría un buen rato. 

Aquella horrible mujer se limitó a sentarse en una silla a cambiar los paños fríos para bajarle la fiebre a Lucila, quien no tardó mucho en despertar somnolienta como nunca antes, en su voz se le notaba el cansancio, como si estuviera luchando una prolongada batalla que ninguno podía ver con facilidad.

—Abuela… —susurró la débil voz de Lucila a mis espaldas, 

Deborah, al verla allí de pie desde sabría Dios cuánto tiempo, intentó sonreír con ternura, no obstante, con solo echarle una ojeada a su desfigurado rostro, mi piel se ponía de gallina.

—Lucila, ¿qué haces afuera?

—Quería tomar un poco de aire fresco… —balbuceó extrañada con el cambio de actitud en su abuela, pero las cosas se volvieron aún más bizarras cuando los pasos firmes de Jack aproximándose por el pasillo retumbaron en mis oídos, dispuesto a averiguar qué era lo que había pasado con su adorada hija.

—¿Cómo puedes ser tan descarada de pedirme dinero de nuevo? —rugió, lanzándose contra mí como una fiera salvaje a jalarme de los cabellos, dejándome completamente desubicada.

Quería defenderme, pero sabía que no era correcto agredirla y más siendo una señora tan mayor.

Grité angustiada con sus acciones imprevistas, mientras sus manos me golpeaban con desespero; por aún mantener esa farsa lo más posible y como una imbécil, me dejé hacer después de un rato, sintiendo las lágrimas correr por mi rostro. Ñ

—¡Eres una maldita bastarda! ¡Eres un demonio! ¡No tienes sentido de la vergüenza!

—¡Mamá!

—¡Abuela, basta!

Jack corrió espantado con la escena, rodeó a Deborah con sus brazo apartándola de mí con dificultad, ya que esta no cedía ni un poco. 

Entretanto, Lucila muerta de pánico se había pegado a mí, totalmente perdida con el comportamiento de su abuela, quien gritaba cosas como una demente en brazos de Jack, el cual intentaba calmarla sin mucho éxito. 

No supe en qué momento ni con qué energía logré tomar la helada manita de Lucila, para de inmediato caminar lejos de allí intentando no mirar atrás o de lo contrario, terminaría lloriqueando como una bebé.

La niña siguió mis pasos en silencio, sin saber muy bien qué decirme para animarme. 

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