Vagué junto a Lucila sin despegar nuestros labios, en dirección al parque alejado del hospital.
La verdad, agradecía el silencio que nos rodeaba, me ayudaba a pensar con claridad lo que había ocurrido y ella parecía no molestarle el que estuviera tan callada.
Parecía comprender a pesar de su corta edad, que no quería mantener una conversación incómoda.
Nos detuvimos tras largos minutos caminando en la orilla del lago de ese espeso bosque, por donde a duras penas, uno que otro paciente pasaba cada tanto tiempo, dando un breve saludo, para luego desaparecer por el camino empedrado.
Ella observó el lugar encantada con el montón de mariposas que revoloteaban de un lado a otro, me senté en una de las bancas a mirar cómo corría con una sonrisa brillante en sus labios, intentando atrapar alguna de las polillas con sus pequeñas manos.
Al verla tan distraída, oculté el rostro entre mis manos, tapando de sus ojos azules mis lágrimas, sentía el dolor punzante recorrer todo mi cuerpo cada vez que recordaba los tratos denigrantes por parte de Deborah.
Me había utilizado a su antojo de nuevo, humillándome a su conveniencia, haciéndome parecer una completa tarada.
En el momento en que la niña se sentó suavemente a mi lado, limpié mis lágrimas apresuradamente, intentando parecer alguien fuerte, fingiendo ante su inocencia que estaba de maravilla, pero seamos sinceros, por dentro estaba muriendo lentamente, sin saber muy bien qué hacer para salir cuanto antes de esa perturbadora situación.
Deseaba desesperadamente, liberarme de las ataduras que Deborah me había puesto; con la intención de estancarme las veces que a ella se le diera la gana en el tormentoso pasado.
Lucila me escudriñó con su hipnotizante mirada, intentando adivinar lo que realmente pensaba. Le sonreí mecánicamente para que no se preocupara más de lo necesario, después de todo, no era bueno para su salud.
—¿Estás bien, doctora guapa? —susurró acariciando mi mejilla, que probablemente estaba amoratada, con sus delgados dedos y de inmediato le sonreí con dulzura al verla tan intranquila por mi estado.
—Sí, no te preocupes —asentí acariciando su largo cabello, era una niña hermosa, estaba seguro de que sería la mujer más bella del mundo cuando creciera, incluso aún más que su madre.
—Es la primera vez que veo a mi abuela tan enfadada, ella nunca habría tratado a alguien de esa manera —se excusó avergonzada con su delicada voz, su cuerpo se estremeció levemente al recapitular en su fuero interno la golpiza que esa demente mujer me había dado y vislumbré sus ojos llenarse lágrimas por un segundo, ante la angustia de lo que había presenciado por error.
—Tu abuela, ella es una buena persona — mentí con cierta torpeza, quizás conmigo fuera el mismísimo demonio, pero al parecer, con la pequeña niña era toda una perita en dulce, quizás yo era la única persona desafortunada que Deborah aborrecía sobre la tierra—. Sólo que antes de que nacieras ocurrió algo fatídico entre las dos, que dañó por completo nuestra fantástica relación.
—Lo siento, doctora guapa.
—No tienes por qué, no es tu culpa —murmuré con una brillante sonrisa, que ella no fue capaz de devolverme con la misma energía, dado que se sentía apenada por algo que no tenía nada que ver con ella, lo cual la hacía ver demasiado tierna—. Nadie tiene la culpa, Lucila.
—¿Y por qué no arreglan los problemas? Creo que mi abuela estaría dispuesta a solucionar las cosas contigo, ella no es rencorosa.
Quería decirle que existían cosas que eran imposibles, que hasta yo había pensado que todo podría mejorar con el tiempo, pero el odio de Deborah era tan grande como para intentar asesinarme, sin embargo, las palabras se estancaron en mi garganta cuando ella se levantó con su rostro iluminado por la dicha de ver a su padre acercándose en nuestra dirección.
Corrió a sus brazos encantada con el girito que le dio al recibirla con una sonrisa. Ella le dio un dulce beso en la mejilla que el correspondió sin dudar. Ambos se veían como sacados de alguna película y por alguna extraña razón, en mi interior sentí el profundo pinchazo del remordimiento.
Estaba arrepintiéndome sobremanera de que nuestros sentimientos fueran tan fuertes como para no pensar en el daño que esa pobre niña sufriría con el engaño.
—¡Papi!
—¿Cómo te sientes, preciosa? —preguntó Jack, acomodando con amor un mechón rebelde de su cabello tras su oreja, para acto seguido pellizcarle suavemente la punta de su nariz, haciéndola reír con la travesura.
—Muy cansada, pero la doctora guapa me ha dado un lindo paseo mientras salen los exámenes —respondió, haciendo un puchero.
Jack enarcó una de sus cejas al escucharla, confundido con lo último que había comentado.
—¿Qué exámenes? —masculló, con su expresión bañada en la sorpresa ante mi mirada nerviosa, sabiendo de antemano que me pillaría de inmediato si una mentira salía de mis labios— ¿Qué ocurre, Lucy?
—Te lo diré luego, no te preocupes por ahora —le pedí, sin ser capaz de siquiera darle la cara.
Primero, porque estaba demasiado disgustada por la horripilante actitud de su madre, aún cuando sabía que él no era el culpable en gran parte por ello o quizás sí un poco culpable, ya que si no me hubiera enamorado de él, probablemente Deborah no hubiera aparecido en mi vida para atrofiarla aún más.
Y segundo, porque una parte de mí estaba convencida de que Lucila se encontraba demasiado enferma como para comentárselo sin una prueba que me corroborara.
Espantada, observé en dirección a la niña que seguía distraída, ni siquiera se había percatado de lo ocurrido.
Me puse en pie de un salto antes de que Jack se atreviera a hacer una locura de nuevo e intenté tranquilizar mi corazón acelerado en mi pecho, sin embargo, me era imposible.
—Y-yo debería irme —dije antes de comenzar a andar lejos de su presencia, pero él ni corto ni perezoso me detuvo, agarrándome de la muñeca.
—Te amo, Lucy —me recordó, con una sonrisa encantadora que me arrebató el aliento y solo me causó una confusión más grande en mi cerebro—. No importa qué hagas, eso no va a cambiar; ya deberías saberlo. Voy a querer permanecer a tu lado, porque así es como me siento cuando te veo, porque estar contigo es lo que me hace feliz y no porque sea correcto o no, es porque deseo tanto estar contigo que no me puedo controlar, que nada realmente me logra asustar como para detenerme.
No lograba comprender cómo ese estúpido podía hacerme vibrar con sus palabras cada parte de mí, no entendía de lleno cómo su simple mirada podía ponerme el rostro rojo como un tomate, no sabía cómo era que podíamos querernos tanto a pesar de todo, como podíamos seguir contra la corriente, todo aquello era sencillamente inexplicable para mí.
Me solté de su agarre nerviosa como nunca antes y caminé a zancadas, escapando de sus ojos.
Me adentré en el edificio principal, para escabullirme veloz como un rayo a la sala de emergencia para poder respirar, sentía que mi corazón emocionado aplastaba mis costillas y quería echarme en cualquier lugar a calmarme, pero desgraciadamente, aún tenía trabajo por hacer.
—Han salido, doctora Wolfang —anunció la melódica voz de la enfermera Kim, plantándose a mi lado, dándome un susto que pudo haberme matado.
Pero al verle entre sus manos unos papeles que me extendía con una sonrisa, me relajé por completo.
—Gracias.
Al darles una ojeada cuando ella se marchó, pude percatarme que eran los exámenes de la hija de Jack.
Analicé cada detalle con minuciosidad, descubriendo de inmediato que había algo anormal en los resultados, la cantidad de glóbulos blancos que tenía su sangre estaba sobre la media, al igual que sus plaquetas; en pocas palabras, mi suposición se había cumplido.
—Lucila tiene leucemia… —solté al aire, sin saber qué hacer llegado a ese punto, sin tener la menor idea de cómo decírselo a Jack, a Victoria y a su lunática abuela.
Sentía que el mundo a mi alrededor se detenía y todo pasaba ante mí en cámara lenta.
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