Los días siguientes fueron un completo calvario.
Tuve que presenciar cómo Victoria y Jack le contaban a su hija que estaba realmente enferma, ella había aceptado el tratamiento y había llorado un poco en los brazos de su padre, pero al escuchar de mi parte que estaría bien si era juiciosa con la medicina, se había animado de inmediato.
Jack no volvió a presentarse en el hospital por una semana entera, no importaba cuántos mensajes le enviara o cuantas llamadas le hiciera; él no se dignaba a responder, ni menos a aparecer, parecía como si se lo hubiese tragado la tierra.
Ni siquiera se tomó la maldita molestia de visitar a su hija tan solo una vez en lo ocurrido de esos días.
En ese tiempo, Victoria no se despegaba de Lucila por nada del mundo, la llevaba de una sala a otra bajo mis indicaciones, la cuidaba como estaba seguro que no había hecho en toda la corta vida de la pequeña y le daba el amor que sabía, su hija necesitaba.
Dormía con ella en esa habitación, comía en el hospital, prácticamente se había acostumbrado a vivir allí junto a su hija, quien parecía aceptar bien la quimioterapia.
Había tenido los horribles efectos secundarios como era de esperarse; vómitos, mareos, y sangrados, pero se mantenía con energía suficiente como para no desfallecer ante ello.
La rubia, para mi sorpresa, me había empezado a tratar más dócilmente, se notaba en su mirada que algo grave había ocurrido que yo desconocía y que la atormentaba demasiado, pero no me sentía en la confianza suficiente como para preguntárselo directamente.
Por otro lado, Cody se había vuelto casi el mejor amigo de Lucila, no se separaba de ella ni un segundo; salvo cuando el tiempo de visitas se acababa. Le llevaba peluches, flores, globos y todo lo que se ocurría.
Quizás porque le había agarrado tanto cariño, que sólo deseaba hacerla un poco feliz en su pesada tortura, lo que agradaba sobremanera a Victoria, la cual sonreía divertida cada vez que el pelinegro llegaba a la habitación a contarles cosas sobre su vida e incluso de sus aventuras cuando era un pandillero y a veces cuando los veía a la distancia, me preguntaba si lo hacía por la niña o porque se había interesado más de lo debido en Victoria, pero prefería guardar silencio, ya que Lucila se veía contenta con su presencia.
Aquel chico estúpido le ayudaba a olvidar el dolor que se cernía a su cuerpo.
Mi madre estuvo alentándome en esa eterna semana donde me sentía completamente sola y abandonada por la persona que me había dicho que siguiéramos adelante, pero en gran medida entendía que Jack estuviera dándose su tiempo para asimilar lo que ocurría con su hija y yo no era quien para invadir ese espacio que se estaba tomando.
Sin embargo, cuando los siete días más horripilantes habían pasado, me dejé caer en la silla de la cafetería, soltando un largo respingo que hizo que Nia, Ryan y Cody levantaran sus miradas de la apetitosa comida de sus bandejas, extrañados con mi comportamiento.
—¿Qué te pasa? —preguntó Nia levantando una de sus cejas, confundida con mi expresión de agotamiento.
—Nada —suspiré deprimida, para acto seguido llevarme una cucharada de ese pegajoso arroz a la boca.
Definitivamente su sabor era asqueroso, pero era mejor que morirme de hambre.
—Es por Jack, ¿cierto? —inquirió Cody con una sonrisa burlona, antes de meterse un trozo de carne a la boca.
—Cállate Cody, tú no sabes absolutamente nada —gruñí frunciendo el ceño, causando que Nia y Ryan se echaran una mirada sorprendidos, sin saber muy bien de parte de quién ponerse—. Dime la verdad, que pases tanto tiempo en este hospital, ¿es por Victoria o por Lucila?
—¡Por Lucila! —contestó de inmediato, lanzándome una mirada asesina que le devolví con mucho más rencor.
—¿Te gusta la esposa del presidente Jackson? —se carcajeó Nia, estupefacta con la noticia. Cody se ruborizó al escucharla y se limitó a devorar su plato de comida ansiosamente, huyendo de tener que responder esas preguntas, que ante su silencio confirmaba—. ¡Increíble!
—¿Podrían discutir luego de acabar el almuerzo? —bufó Ryan, quien últimamente andaba de malas pulgas, tal vez porque se estaba retrasando tanto en la universidad, que en lo único que podía pensar era en el montón de trabajos que se le acumulaban con cada día que se quedaba en Dosi cuidando de nuestra madre.
Aunque no todo era malo, dado que la mayoría del tiempo andaba por la ciudad, teniendo citas con Nia.
—¿Y Jack no aparece? —farfulló Nia, dedicándome una sonrisa pícara que no supe qué significado traía, pero Ryan al verla soltó un resoplido de fastidio, porque no siguiéramos su cordial petición.
—¡No, es como si se hubiera muerto! —rugí dejando caer mi rostro entre mis manos, angustiada con su repentina desaparición—. Nadie me da razón de él, sencillamente no sé si estará bien o mal. No tengo ni idea de nada sobre él y eso me preocupa.
—Bueno, no ha venido a ninguna de las sesiones que teníamos planeadas —suspiró Nia, mordiéndose el labio inferior un tanto intranquila con la situación
Después de todo, ese idiota trabajaba con ella para superar sus traumas y saltarse una de las citas, era como caer en picada de regreso al hueco del que intentaba salir.
—¡Gracias, gracias! —chillé emocionada lanzándome a rodearlo con mis brazos, causando que el moreno se atorara ante el asombro y Nia junto con Cody, rompieran a reír con mi reacción—. ¡Eres el mejor hermano menor del mundo!
—Te emocionas con demasiada facilidad, hermana Lucy.
Intentaba controlar mis deseos de marcharme antes de lo debido del hospital, pero mi cuerpo no lo resistió por mucho tiempo, tenía que asegurarme de que ese idiota estuviera bien y no sumido en una tristeza tan inmensa como para que hiciera una locura.
Me quité la bata, dejándola en las manos de la enfermera Kim al pasar a su lado a zancadas, ella me observó con su boca abierta, sorprendida con ello.
—Enfermera Kim, ya regreso.
—¡Doctora Wolfang! —me llamó anonadada con mi cambio de ánimo—. ¿A dónde va?
No me molesté en responderle, porque ya estaba demasiado lejos como para gritar algo de vuelta.
Salí al exterior llenando mis pulmones del aire fresco, tomé el primer taxi que vi porque sabía que terminaría perdida por las calles de la ciudad en busca de esa dirección con mi auto.
Tras media hora de viaje, este se detuvo frente a una mansión, estaba rodeada por un muro con unas rejas de hierro.
Toqué el timbre insistentemente.
Creo que Jack, desesperado porque no cesara decidió abrirme, ya que sabía por las cámaras que era yo quien estaba afuera.
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