Cody se quedó mudo del asombro, no entendía absolutamente nada, estaba absorto en sus profundos pensamientos, analizando probablemente cada una de las palabras que le había dicho.
Jack se apartó con una sonrisa cínica dibujada en sus labios y rompió a reír, entretenido con la forma en que había reaccionado. Pasó junto a él siguiendo su camino lejos de allí, bajo mi mirada enfadada.
Era un hombre tan infantil, que deseaba desesperadamente golpearlo, pero en parte le agradecía que lo hubiera hecho, ya que era hora de que el pelinegro supiera la verdad.
—Siga por aquí, señor Thierry —escuché que le pedía una de las enfermeras.
—¡Espera, Jack! ¡¿Qué quieres decir con eso?! —Gritó Cody dándose la vuelta, con la esperanza de que se tomara la cordial molestia de contárselo, pero Jack había preferido ignorarlo y seguir andando sin problema.
El más alto convirtió sus manos en firmes puños, estaba realmente furioso.
Nos observó unos segundos y apenada, desvié mi mirada en otra dirección no muy segura de que decirle, mientras la rubia era la única que se la mantenía aún cuando sus labios temblaban, conteniendo las ganas desesperadas de echarse a llorar.
—Por favor, te lo suplico, hazte la prueba, necesito que la salves, Cody —susurró la rubia, abrumada como nunca antes, parecía como si fuese a desmayarse en cualquier momento, su rostro había perdido todo color y su mirada estaba llena de pesadumbre, incluso el timbre alegre de su voz era ahora algo sin vida.
—No los estoy entendiendo —bufó, pasándose una de sus manos por su cabello, despeinándoselo de inmediato, angustiado con el enredo que tenía en su cerebro—. ¿Cómo podría yo ser quien la salve? ¡Eso es imposible! No tenemos relación consanguínea… —cuchicheó casi entre risas, pero al notar que nosotros nos tensábamos con su último comentario, nos escudriñó con su mirada, casi sospechando la respuesta—. ¿Verdad?
Guardamos silencio incómodos, sus ojos se abrieron lentamente como platos, anonadado con que no le refutamos, con que no lo corrigiéramos, porque a fin de cuentas no estaba equivocado.
Vi su cuerpo estremecerse y retroceder unos cuantos pasos, espantado.
Victoria respiró profundamente y se acercó con torpeza hasta él para tomarle de las manos, pero el pelinegro se alejó aún más, sin poderse creer lo que estaba ocurriendo, me observó decepcionado por unos cortos segundos y sentí mi mundo caer de sopetón al suelo, por habérselo ocultado tanto tiempo.
—Tú y yo nos conocimos en una fiesta, ¿recuerdas? —murmuró Victoria con su voz quebradiza a causa de las lágrimas, que se desbordaron por sus rosáceas mejillas. Cody asintió lentamente, recordando aquel momento que le mencionaba—. Tú y yo nos acostamos muy borrachos hace seis años y creo que no necesito explicarte todo lo que ocurrió esa noche, porque ni yo la recuerdo bien. Sin embargo, sí sé que eras tú el que amaneció a mi lado, sé muy bien que no podría olvidar el rostro del papá de mi hija. Esa niña es tuya, no de Jack y lamento no habértelo dicho, pero pensé que no la conocerías nunca, ni que tampoco nos reencontraríamos algún día. No creí que ella se enfermaría y necesitaría de ti tanto como ahora —masculló entre sollozos y se cubrió el rostro con sus manos, bajo la mirada devastada del chico, quien estaba distante, sumido en sus pensamientos, quizás enlazando todos los cabos sueltos—. Lo siento, Cody.
—¿A dónde vas? —le pregunté cuando lo vi alejarse de nosotros con pasos sosegados, casi sin ganas de andar, parecía más un muerto viviente que otra cosa.
—Por un poco de aire fresco —contestó secamente, para desaparecer segundos más tarde de mi visión.
Calmar a Victoria no fue una tarea del todo sencilla, pero tras consolarla un poco y brindarle palabras de aliento, había vuelto a sonreír, aunque un tanto compungida.
Caminé por los pasillos en dirección al laboratorio con ella a mi lado, la sostenía de la cintura para que no se fuera de bruces; ya que estaba fatal del equilibrio, incluso su estado mental no era nada bueno. Y este empeoró cuando nos encontramos a Jack, quien se veía muy cabizbajo, aproximándose distraído hasta nosotros.
Ella se soltó de mi agarre y se lanzó a propinarle puños débiles en el pecho, pero al notar que no le hacía daño se terminó rindiendo, le gritó un montón de cosas horripilantes que él aceptó indiferente e histérica de no desestabilizarlo con absolutamente nada, se fue a hacer la prueba, dejándonos solos en medio del pasillo.
—¿Por qué lo hiciste? —quise saber, enarcando una de mis cejas, curiosa por su respuesta.
Al escucharme, dejó escapar una sonrisa que me acelero el corazón, era tan sexy cualquier gesto de su parte, que comenzaba a asustarme de todas las sensaciones que ese estúpido podía causar en mí.
Nos miramos a los ojos con los labios sellados, quería descubrir si no estaba bromeando conmigo y al percibir su tierna sonrisa, me puse de puntitas para robarle un beso fugaz antes de que alguien nos viese.
—Me he acostumbrado a la sala de urgencias y a los internos, pero no sería mala idea —admití encantada con regresar a mi verdadero lugar como médico—. Gracias, Jack.
—Aunque tengo una condición.
—¿Sabes qué? Ya no quiero el puesto —refunfuñé, alejándome de su cuerpo para cruzarme de brazos, fingiendo estar muy molesta con cualquiera de las propuestas pervertidas que estaba a punto de confesarme.
—No es nada extraño, solo da lo mejor de ti para salvar a Lucila, por favor —me pidió, tomándome del rostro para que lo observara fijamente.
Sus ojos acaramelados me hipnotizaron contra mi voluntad, dejándome totalmente fuera de este mundo, subiéndome en segundos hasta lo más alto del cielo y luego dejándome caer como una pluma por los aires.
—No necesitas pedírmelo, sabes que lo haré —le aseguré, demasiado seria para mi gusto—. Te lo prometí, Jack.
Él sonrió, complacido con mi respuesta.
Quería besarme de nuevo, pude percatarme de ello por la manera en que se relamía los labios deseoso, no obstante, se detuvo al escuchar el carraspeo de Victoria, quien se había quedado a unos pasos de distancia observándonos con curiosidad, aunque en gran parte eran miradas de odio que clavaba en la espalda a Jack.
Este último, poco entusiasmado de aguantarse otra reprimenda por parte de su ex esposa, se despidió en un susurro de mí para desaparecer veloz como un rayo, haciéndome reír con su forma de huir de la rubia, la cual se unió a mis carcajadas, entretenida con el espectáculo.
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