Me había mantenido por horas trabajando como una posesa y discutiendo con uno que otro interno con el que no me llevaba para nada bien, ya que siempre estaba el petulante chico que creía tener la razón y buscaba desesperadamente la forma de llevarme la contraria en mis indicaciones, pero lastimosamente lo único que conseguían era cabrearme, para ponerlos aún más cargados de tareas a todos, sin excepciones.
Así que agotada con tanta tensión en el ambiente, terminé por escaparme de la sala de urgencias, para pasearme por la habitación de Lucila a asegurarme de su estado.
No obstante, antes me había detenido a comprar un café para mí y para la rubia, quien estaba segura, no pegaría ojo en toda la noche, más ahora que Cody no parecía tener ánimos de aparecer tras escuchar que Lucila era su hija.
Victoria al verme llegar se levantó de la silla en la que se encontraba llorando en silencio, mientras su hija dormía plácidamente, se limpió sus lágrimas con sus manos temblorosas, y le entregué el café con una leve sonrisa, que ella me devolvió agradecida.
No era como si siempre estuviera pendiente de ella, pero había logrado comprender un poco a la rubia, al punto de empatizar y apoyarla en sus duros momentos, ya que tenía sus lados buenos a pesar de ser tan cruel cuando se le antojaba, sin embargo, este último lado vil que corría por sus venas había desaparecido por completo, después de tantas cosas ocurridas desde que se había enterado de la enfermedad de su hija.
Había logrado percibir con el paso de los días un cambio positivo en su actitud para con todo el mundo, por lo tanto, no nos llevábamos tan mal como en el pasado, más cuando yo era la médico encargado de Lucila.
Por ende, compartíamos una camaradería peculiar, que probablemente daría como fruto una amistad en un futuro.
—Sé que Cody aprenderá a manejarlo, sólo dale un poco de tiempo —le aseguré en un susurro, antes de beber un sorbo del tibio café—. No te preocupes demasiado, es dañino para tu salud; además, debes mantenerte fuerte para Lucila.
Ella al escucharme asintió, dibujando una tímida sonrisa en sus labios, le eché una última ojeada a la niña, quien se veía como un ángel descansando bajo las sábanas y con un gesto me despedí de Victoria, dispuesta a regresar a mi lugar, no obstante, su delicada voz me detuvo de sopetón.
—Lucy —dijo temerosa, casi aterrorizada de que me enfureciera ante la confiancita.
Me di la vuelta lentamente totalmente perdida, era la primera vez que ella me llamaba por mi nombre, y por alguna extraña razón, sentí una inmensa alegría recorrer mi cuerpo, me hacía feliz entender que ya no éramos enemigas mortales, que no existía ni un solo rencor de por medio.
—¿Puedo decirte así?
—Está bien.
—Quería darte las gracias, por todo lo que has hecho por mí, y por Lucila —admitió avergonzada, podía percibir en su expresión retraída que decir esas palabras realmente le suponían un gran esfuerzo de su parte, bajar la cabeza ante mí era para ella horripilante, pero lo había conseguido—. Y también quería darte una disculpa por lo que sucedió hace 8 años, por todo lo feo que te he dicho, por todas las veces que te hice sentir mal, yo realmente lo siento.
—Tranquila, eso ya lo he olvidado —murmuré, dejando escapar unas risitas nerviosas. Nos observamos unos segundos más, donde pude sentir en sus ojos azules el afecto que había logrado tomarme en esas semanas—. Espero podamos llevarnos mejor de ahora en adelante, ¿de acuerdo?
—Gracias, Lucy.
—Descansa, Vico —farfulle antes de salir de la habitación, dedicándole una última sonrisa benevolente que ella me devolvió sin pensárselo dos veces.
Caminé por los pasillos desolados en dirección a la terraza del edifico principal, donde me dejé caer al llegar en una cómoda banca.
Llené mis pulmones con el aire puro que me ofrecía esa madrugada, eran casi las 2 de la mañana, y me sentía realmente exhausta, pero para mí desgracia, aún me faltaban unas horas para poder regresar a casa en paz.
Probablemente por ello Jack me había propuesto volver a mi lugar original, ya que me quería solo para él mucho más tiempo.
Me bebí el resto de café que me quedaba y marqué el número de Cody por enésima vez, ya que le había enviado montones mensajes desde que había desaparecido y este me seguía ignorando.
Escuché su tono familiar a la distancia, extrañada, me puse en pie de un salto, haciéndome las peores ideas en la cabeza.
¿Y si planeaba suicidarse?
Sentí mi corazón acelerarse en mi pecho, lastimando mis costillas más de la cuenta. ¿Era tanto su miedo de ser papá que se quitaría la vida?
Anduve espantado con el teléfono pegado a mi oreja, analizando el lugar del que provenía ese ruido, hasta que me encontré con el pelinegro sentado en el suelo transformado en un ovillo, escondido tras una pared, observando hacia la nada.
—¿Qué se supone que estás haciendo? —gruñí, asustada con la mirada vacía que me dedicó, al percatarse de mi presencia.
Sentí mis piernas perder toda la fuerza y caí al suelo soltando un respingo lleno de alivio al verlo moderadamente bien.
Me pasé las manos por el rostro, limpiando el sudor helado de mi frente, e intenté volver mi respiración regular, ya que estaba descontrolada a causa de mis arrolladores pensamientos, para continuar cuestionándolo ante su silencio.
—¿Qué haces aquí a estas horas, Cody?
—Pensando —contestó secamente para acto seguidoc ocultar su rostro entre sus rodillas, impidiéndome vislumbrar las lágrimas que derramaba—. Quería visitar a Lucila, pero no fui capaz, Lucy. No soy lo suficientemente valiente como para darle la cara a esa niña, no ahora.
Me acerqué lentamente a él, afligida de verlo de esa manera, sin vacilar ni un segundo lo rodeé con mis brazos dándole un mimo cargado de cariño, al que él no se negó.
Pero entonces, me alejé asqueada al notar el olor a alcohol de sus ropas.
—¿Has estado tomando? —refunfuñe cruzándome de brazos, indignada con la forma en que lidiaba con la situación.
Pero sí había palidecido un poco, aunque sabía que estaba en buenas manos; ya que Victoria en el pasillo nos esperaba pacientemente, para llevárselo a la habitación de la menor a que descansara.
Me paseé por la sala de urgencias, atendiendo el montón de accidentados que habían llegado muy temprano en la mañana, sentía las ojeras muy marcadas bajo mis ojos y el cansancio sobre mi espalda, sin embargo, sentí la dicha correr por mi cuerpo en el instante en que mi jornada laboral terminó.
Me dirigí a mi oficina a dejar mis pertenencias y empaparme la cara con un poco de agua helada, ya que estaba que me echaba a dormir en cualquier lado del hospital.
Salí al pasillo estirándome con una espléndida sonrisa, no obstante, los deseos de llegar a casa cuanto antes se esfumaron, en el instante en que la enfermera Kim se plantó delante de mí.
—¡Doctora Wolfang!
—¿Qué sucede?
—¡Ha aparecido un donante! —anunció dando saltitos, emocionada con la noticia—. ¡Alguien es compatible con Lucila!
—¿Quién? ¡Déjame ver! —le ordené maravillada, ella con una amplia sonrisa, me entregó la carpeta que tenía entre sus manos, la abrí de inmediato encontrándome con la sorpresa más extraña de mi vida—. Jackson Louis Thierry… —leí con mis ojos abiertos como platos—. ¿Es una broma, cierto?
—¡Qué maravilla divina que el padre sea el indicado para donarle a su hija! —canturreó aplaudiendo fascinada con la coincidencia, no obstante, algo en mi interior me decía que no era correcto compartir esa felicidad.
—Déjame ver la historia clínica del presidente Jackson.
—Doctora Wolfang, le he traído todo… —me informó muy seria, estaba segura de que había continuado parloteando cosas que para mí no tenían ni el más mínimo sentido, ya que al pasar a la hoja siguiente, me encontré con lo que me inquietaba.
Al leer cada uno de los papeles, las palabras de Jack regresaron a mi cerebro. Me lo había insinuado en más de una ocasión, sin embargo, no había imaginado que sería algo tan grave.
"Estuve seis meses en coma, y seis más recuperándome de los daños colaterales, un año entero en una maldita cama postrado, Lucy…"
"¿Sabías que mi operación había sido complicada y de alto riesgo?"
"Sigo siendo yo, Lucy. Un poco atrofiado, sínico y con montones de operaciones encima…"
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