Afortunadamente, nos limpiamos con unas toallitas húmedas que Jack tenía guardadas en su escritorio, lo que me hacía pensar que quizás aquello que habíamos hecho, había sido premeditado por su parte.
No existía forma de ducharnos, así que de mala gana había tenido que quitarme el sudor con aquello y perfumar mi cuerpo, dado que realmente no deseaba tener ni un solo rastro del intenso olor a sexo en mi piel.
Tras vestirnos, decidimos caminar por los pasillos sin un rumbo fijo, estaba dispuesta a contárselo absolutamente todo, no obstante, no deseaba aún romper el cómodo silencio que nos invadía, anhelaba que ese momento durase aún más tiempo; ya que estaba segura que se enojaría como un poseso por no decírselo antes.
Anduvimos en total calma, mientras bebíamos cada uno un jugo que habíamos conseguido en las dispensadoras, por los pasillos que cruzábamos podía notar que íbamos en dirección a la habitación de Lucila, ya que era hora de sus revisiones, al igual que la visita rutinaria que Jack le hacía todos los días.
—¿Me puedes decir qué es lo que sucede? —preguntó antes de beber un largo trago de jugo de fresa desde el pitillo que tenía el colorido envase, y sentí por un instante mi corazón detenerse a causa del miedo—. ¿Qué es lo urgente que supuestamente tienes que hablar conmigo?
Detuve mis pasos en seco presa del pánico, tragué saliva ruidosamente sintiendo mis manos temblar.
Jack, al percibir que estaba demasiado tensa, se dio la vuelta con su mirada cargada de confusión, me escudriñó con sus ojos acaramelados, atontando cada parte de mi ser con el inocente gesto que tenía pintado en su rostro.
Sentí mis dientes castañear, me bebí todo el líquido que me quedaba, tomando con ello la fuerza que necesitaba, y al terminarlo de sopetón, respiré profundamente, lista para decírselo:
—Hay un donante para Lucila.
—¡¿En serio?! —canturreó emocionado sin poderse creer lo que acababa de escuchar, se aproximó a mí a zancadas y me abrazó, lleno de felicidad con la noticia—. ¡Eso es genial! ¡¿Por qué no me lo dijiste antes?!
—P-porque te pusiste a tocarme, y no pude —balbucee decaída con su entusiasmo, dado que por mucho que quisiera, no lograba compartirlo.
—¡Debemos decírselo a Vico y a Cody! —musitó, tomándome de los hombros con una brillante sonrisa que intenté devolverle con todas mis fuerzas, pero esta fue un total intento fallido ante sus palabras.
—¡No, Jack! —negué con mi cabeza, aterrorizada con sus ideas, dejándolo perdido como nunca antes con lo que salía de mis labios, y lo observé pesarosa, conteniendo mis ganas de romper a llorar en ese instante—. ¡No se lo podemos decir!
—¿Por qué no?
Entreabrí mi boca para contestarle, darle los suficientes motivos por los cuales no debíamos ni siquiera mencionar el asunto enfrente de esos dos, sin embargo, mi voz fue interrumpida por otra que reconocía demasiado bien como para sentirme dichoso al oírla.
Mi piel de inmediato se puso de gallina, cómo odiaba a esa mujer que profesaba alaridos inescrupulosos en la habitación de Lucila.
Jack me liberó de su cálido agarre, asombrado con lo que escuchaba, incluso más consternado que yo.
—¡Eres una maldita zorra! —chilló la histérica voz de Deborah Aisha Walters, a sólo unos pasos de distancia.
Con mis ojos abiertos como platos, caminé, alarmada de lo que me encontraría al irrumpir en la estancia junto con Jack, quien me siguió desorientado con los estridentes insultos.
—¿Cómo pudiste hacerme esto? ¡Yo te ayudé demasiado! ¡Te di toda mi confianza, Victoria!
—¡Abuela! —lloriqueaba la blandengue voz de Lucila—. ¡Detente!
El abrumador terror se apoderó de cada centímetro de mis venas, rogaba en mi interior que nada grave le ocurriese a la pequeña en su delicado estado de salud ante tanto escándalo, ya que estaba segura de que este último podría hacerla desfallecer sin más.
Caminé apresurada con la intención de detener aquella locura cuanto antes, necesitaba evitar que Deborah hiciera otra estupidez que lastimara a alguien más por simple gusto.
—¡Cállate niña asquerosa, tú no eres nada para mí! —escupió las palabras con desprecio, casi con asco y podía imaginarme aún cuando no la veía, la mirada asesina que probablemente le había dedicado a la niña, destruyéndole aún más su frágil corazón—. Pensé que tus padres te habían criado bien, pero no eres más que una puta barata, Victoria Alkovok.
Cuando nos detuvimos bajo el marco de la puerta, la cual estaba abierta de par en par, nos encontramos con la escena más desgarradora: la madre de Jack, al notar que la rubia no se dignaba a ofrecer ni una disculpa, le propinó un sonoro bofetón, que le volteó la cara con violencia.
Victoria, de pie frente a esa horrible mujer, tenía el cabello alborotado como si le hubiesen dado la mechoneada de su vida, lloraba en silencio, callándose sus sollozos y su rostro cabizbajo se veía realmente lastimado desde donde nos hallábamos, incluso podía percibir uno que otro moretón.
Entretanto, Cody con el ceño fruncido, se había interpuesto veloz como un rayo entre la rubia y su ex suegra, para que la última no le hiciera daño de nuevo.
—¡Señora, creo que ha sido más que suficiente! —le recriminó Cody cruzándose de brazos, con la rabia apoderándose de su cordura.
Deborah, al verlo tan imponente e inquebrantable, dispuesto a poner su cuerpo como pared entre las dos, dejó escapar un bufido lleno de irritación.
—¡¿Y tú quién te crees para darme órdenes?! —rugió la desquiciada mujer, preparada para lanzarse a golpearlo, sin importarle en lo más mínimo si lo conocía o no, ni se había percatado entre su discusión de nuestra presencia petrificada, a solo unos pasos de ellos—. ¿Eres su amante? ¿Su nuevo novio? ¿Quién eres?
Acomodó un mechón de su cabello castaño y le dedicó una mirada de rabia a su único hijo.
No me molesté en prestarle atención a sus comentarios hirientes, después de tanto tiempo, comenzaba a aprender a hacer oídos sordos a ellos, dado que si por lo menos le refutaba con algo aún peor, terminaríamos peleando atrozmente tarde o temprano.
Por lo tanto, caminé a zancadas, ignorando el rencor que los ojos de Deborah me transmitieron al pasar a su lado, me planté junto a la cama para abrazar a Lucila; quien lloraba desconsolada sin saber muy bien qué hacer en ese instante tan extraño.
Limpié sus agrias lágrimas con mis manos y acaricié su cabello, intentando tranquilizar su estado de angustia. Mientras, Cody se limitaba a calmar a Victoria, entre sus berridos de niña pequeña, destrozada hasta lo más profundo de sus entrañas.
—Lucila, ¿estás bien? —quise saber, acunándola entre mis brazos. Ella negó con su cabeza, apretando sus labios en una fina línea, conteniendo sus intensos sollozos—. Ya todo pasó, no te preocupes. Todo estará bien.
—Qué repulsión la que me da solo verles la cara a cada uno de ustedes —masculló Deborah entre dientes, escudriñándonos asqueada de hito en hito, conteniendo las ganas arrolladoras de armar otro escándalo inigualable o quizás quería insultarnos de miles de formas, sin embargo, sus deseos se disiparon en el instante en que Jack la tomó con furia del brazo, para que lo mirase fijamente a sus ojos.
—¡Estoy harto, mamá! —le confesó iracundo, dejándola de piedra con esa manera tan ruda de expresarse para con ella, tal vez habían tenido sus roces gracias a sus diferencias muchas veces, pero estaba seguro de que aquella sería la última y la más severa de todas—. ¡Estoy cansado de ti y de que te metas en todo asunto que no te concierne! Y te lo diré una sola vez, porque sé que no eres tonta como para no entenderlo. Te vuelves a aparecer delante de mí o de cualquiera de nosotros con la intención de afectarnos de algún modo y te aseguro que yo le diré a la policía lo que hiciste hace ocho años, les diré que mandaste a matar a Lucy, les contaré lo que acabas de hacerle a Victoria hoy y cada una de las agresiones físicas que arremetiste bajo mi mirada, lo diré absolutamente todo. No me importa que seas mi madre, si no te detienes ahora mismo, voy a hacer que caigas en la más profunda de las miserias, así que, ¿te vas por las buenas o te vas por las malas?
—¡¿C-cómo puedes hablarme de esta manera?! —gruñó con sus ojos fuera de sus órbitas, sorprendida con la amenaza que acababa de escuchar—. ¡Todo lo que tienes es gracias a mí!
—Pues quédate con todo, al fin y al cabo no lo necesito —murmuró Jack, encogiéndose de hombros, indiferente.
Ella colérica se liberó de su agarre, para marcharse con su cabeza en alto, escuché el ruido de sus tacones al tocar el suelo por toda la estancia, sin embargo, antes de salir al pasillo se dio la vuelta para decir las que parecían seria sus últimas palabras, su despedida.
—Todos ustedes se van a arrepentir…
Verla partir para quizás jamás regresar, fue maravilloso.
Sabía que a Jack le había dolido hacerlo de esa manera, no obstante, se había mantenido firme en su posición, a pesar de las cosas horribles que Deborah había hecho.
Existía un vínculo entre madre e hijo que no se podía borrar por mucho que se deseara, así como los recuerdos del pasado no se podían simplemente dejar de lado, ya que siempre quedarían guardados en lo más remoto de nuestras memorias.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Mi Jefe y Yo