Mi Jefe y Yo romance Capítulo 40

Dado que Jack se debía acondicionar para la operación lo mejor posible, decidió alejarse un tanto del trabajo para quedarse en el hospital por días, en donde la enfermera Kim le administraba los medicamentos necesarios para la recolección de células madre, y así el día que se había establecido sería su cirugía, todo saliera sobre ruedas. 

En ocasiones, me quedaba afuera observando desde el pasillo su cara de dolor y cansancio, no le había dirigido la palabra por mucho que lo intentara, así mismo él no había hecho gran esfuerzo por obligarme a mantener una conversación. 

El castaño en total calma había optado por mantenerse al margen, a pesar de que en ocasiones, cuando nuestras miradas se cruzaban, podía sentir su silencioso dolor invadir todo mi cuerpo, estar de esa manera era una horripilante tortura. 

Sin embargo, aún cuando sabía que estaba mal quedarme enfurruñada en un rincón, el ver como se mataba lentamente lo detestaba y aún más el no poder hacer nada para detenerlo, me hacía sentir una completa idiota.

Victoria, días después de la escena catastrófica con Deborah, tuvo una extraña visita de sus padres, los cuales histéricos con todo lo que estaba ocurriendo, decidieron el darle la espalda en su sufrimiento, la desheredaron de absolutamente todo lo que le habían brindado por años, quedándose a duras penas con una pequeña boutique que ella había logrado montar con sus ahorros años atrás, la cual Jack, con ayuda de sus especializados trabajadores, habían tenido que mantener en pie, para que la rubia de alguna manera lograse sobrevivir cuando Lucila estuviera totalmente curada. 

Cody por su parte, había comenzado a trabajar más de la cuenta, al punto de no dormir por días sólo para poder continuar con sus estudios y estar con su hija en aquellos instantes tan contundentes, además de que era el único pilar de apoyo para Victoria. 

El pelinegro había comenzado a aceptar su realidad, esa en la que tendría que velar por las dos en algún futuro próximo, y a decir verdad no estaba nada afectado con ello, podía decir que hasta lo estaba disfrutando. 

Ambos, un poco alarmados con mi semblante decaído, habían escuchado mi versión sobre él por qué Jack no debía operarse y les rogué casi entre lágrimas que lo interrumpieran, lo cual fue en vano, ya que este no quería escuchar a absolutamente nadie.

—Jack, ¿estás seguro de esto? —escuché que le preguntó por tercera vez la angustiada voz de Cody.

Me escondía como una tonta tras la pared a solo unos pasos de la puerta entreabierta de la habitación de Jack, podía ver a mis pies pintada en el suelo, la intensa luz del sol colándose por toda la estancia y sin poder controlar mi ansiedad jugueteé con mis dedos, en busca de un poco de paz mental.

Estaba en esos momentos más cruciales, era la oportunidad perfecta para que Jack se arrepintiera y todo volviese a su cauce tal y como debía ser.

—Ya te he dicho que sí, Cody.

—Mira, podemos esperar otro donador, en serio no hay apuro —le aseguro el chico, nervioso de otra negativa—. Creo que Lucila podrá aguantarlo.

—No, si yo soy el indicado para ayudarla, ¿por qué perder más tiempo?

—Porque estás poniendo tu vida en riesgo, tarado. No siento que sea justo que tú tengas que hacer esto por tu hija… —murmuró enojado con su terquedad, guardó silencio unos segundos, para corregirse a sí mismo con su voz quebradiza—. No quiero que des tu vida a cambio de la de nuestra hija, ¿entiendes? No me agradas; pero no me gustaría sentirme miserable de nuevo, permitiéndote que simplemente cometas un suicidio porque quieres salvarla. No sería capaz de ver a la cara a Lucila, ni menos a Lucy, no cuando sé el precio que tienes que pagar para ello. Las dos te aman demasiado como para que lo asimilen tan fácil, ellas no están preparadas para dejarte partir, y sé que Lucila estaría realmente decepcionada de que su papá sea de esta manera, y Lucy… — sus palabras se fueron debilitando al punto de desaparecer en el aire, quizás porque el pelinegro estaba conteniendo su llanto desesperadamente. 

Sabía que esos dos no tenían una relación maravillosa, pero habían aprendido a soportarse gracias a su hija, y ahora que sabía que Jack estaba dispuesto a sacrificarse por Lucila, Cody se hallaba entre la espada y la pared, agradecido, pero al mismo tiempo devastado. 

—Lucy no saldrá de esta si realmente te pasa algo, Jack. ¿No piensas en eso?

—Lucy te ha pedido que me convenzas, ¿verdad? — inquirió Jack en un hilo de voz.

—¿Cómo lo sabes?

—Victoria vino hace un rato, y me dijo exactamente lo mismo… —farfulló, soltando unas risitas burlonas que me hicieron un poco de gracia, casi al punto de sacarme una sonrisa leve que en días no dibujaba en mi rostro. 

Realmente me habían intentado ayudar, pero no habían conseguido éxito alguno, no obstante, estaba convencida de que tenía buenos amigos a mi lado.

—¡Esa tonta, se me adelantó!

—No voy a cambiar de parecer, Cody y Lucy debe entenderlo por duro que sea.

Puse los ojos en blanco, irritada con su inmadurez y cerré la gaveta, para acto seguido y con todo a la mano, echarme la pesada mochila al hombro. Sin embargo, el sonido escandaloso de mi celular en el bolsillo de mi pantalón, me obligó a detener mis joviales pasos. 

Contesté con el ceño fruncido sin siquiera mirar el número, pero mi corazón se detuvo por un segundo al escuchar esa alegre voz al otro lado de la línea.  

—¡Hermana Lucy!

—¿Ryan? ¿Por qué me estás llamando si tú estás…? —no fui capaz de terminar mi pregunta, dado que mis pies anduvieron solos hasta la sala de estar.

Me quedé petrificada al plantarme bajo su mirada, esos ojos que por desgracia compartíamos, me analizaban burlones con el palidecer precipitado de mi rostro.

—¿Compro de chocolate o de vainilla? —gruñó Ryan, pero su voz fue alejándose cuando el teléfono cayó de mis manos, hasta el suelo—. ¿Hermana Lucy?

—Lucy Wilson —murmuró el hombre delante de mí, dejando escapar una sonrisa lasciva, que me revolvió el estómago de inmediato—. Oh no, no, perdón, Lucy Wolfang. ¡Cuánto tiempo!

—Arthur… —dije con el corazón desbocado en mi pecho, y mi respiración irregular.

Sentí un ardor en la garganta al mencionar su nombre, junto con un escalofrío que recorrió mi espalda, al ver la dicha en su expresión porque aún lo reconociera, a pesar del montón de tiempo sin vernos. 

Pero él era esa persona que jamás podría olvidar por mucho que lo deseara, ese hombre de edad avanzada que me veía con sus ojos dilatados, fascinados con mi terror, era quien más daño había causado en mi vida. 

Mi padre había regresado. 

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