Su cabello estaba completamente canoso, este le llegaba casi a los hombros, por ende, lo tenía amarrado en una horrenda coleta y algunos mechones rebeldes que se le pegaban a la cara, lo hacían parecer aún más demente de lo que ya estaba.
Sus ojos grises me analizaron de pies a cabeza, podía notarlo sin necesidad de acercarme, ya que estaba totalmente borracho y drogado, quizás ni siquiera sabía dónde se encontraba parado.
Llevaba una camisa blanca realmente sucia – que me permitía notar que a pesar de la avanzada edad que ya tenía, estaba con su cuerpo muy bien torneado – y a juego, un jean demasiado desgastado.
Sentí los deseos de gritar por ayuda, de salir corriendo pero ningún músculo de mi cuerpo obedecía mis órdenes, el sudor helado se aglomeraba en mi frente y mi piel se erizaba con cada gesto burlón que me dedicaba.
Arthur Jerome Wilson, mi padre, a quien no veía desde que era una niña, estaba de pie frente a mí con una navaja entre sus manos, con la cual jugueteaba sólo para espantarme, cosa que conseguía con el simple hecho de respirar.
Siempre había creído que algún día nos reencontraríamos contra mi voluntad, pensé por años enteros que tendría la pésima oportunidad de verle la cara de nuevo, no obstante, yo no me sentía preparada, no estaba mentalmente de acuerdo con ello, y por alguna razón, estaba convencida de que Arthur se había adelantado mucho tiempo en hacerme esa horrible visita, en la cual realmente sus intenciones no eran nada agradables para conmigo, después de todo nunca lo eran, no se sentaría como las personas normales a platicar, él iba con un plan macabro perfectamente trazado desde Dios sabría cuánto.
—¿Cómo estás, preciosa? —preguntó con demasiado interés, casi podía sentir la amenaza en su tono de voz inocente.
Respiré profundamente, calmando el latir descontrolado de mi corazón, porque este estaba que se escapaba por mi garganta ante el pánico que corría por mis venas.
Mientras me mantuviera tranquila y buscara una forma estratégica de salir de ese apartamento, todo estaría bien, no podía dejarme invadir por el miedo tan pronto, necesitaba estar en mis cinco sentidos si quería sobrevivir.
—¿Qué haces acá? —inquirí cruzándome de brazos disgustada, cambiando por completo mi asombro a la firmeza, dejándolo extrañado con ello—. ¿Cómo me encontraste? ¿Qué es lo que quieres, Arthur?
—¿No puedo venir a saludar a mi amada hija? —bufó soltando unas risas siniestras, que me dejaron sin aliento por un segundo—. Te extrañé demasiado durante todo este tiempo que estuvimos separados —admitió, aproximándose veloz como un rayo en mi dirección, no obstante, me aparté de inmediato escondiéndome en la esquina contraria, junto al sofá—. Realmente me hizo mucha falta ver tu cara, Lucy.
—¡No me toques! —grité furiosa, con mi rostro crispado en la desconfianza, combinado con una profunda repulsión que sólo él me podía hacer sentir.
Definitivamente tenerlo tan cerca me traía a la cabeza los peores recuerdos de mi vida, y si continuaba siendo de esa forma conmigo, terminaría perdiendo los estribos.
—Vamos a jugar algo, Lucy —propuso animado, aplaudiendo como si con ello fuese a contagiarme. Anduvo de un lado a otro en mis narices, pensando qué era lo mejor para divertirnos, sin embargo, estaba segura de que no sería algo que me encantaría—. Vamos a jugar a lo que tanto nos gustaba cuando eras pequeña, tú corres por toda la casa, y si te atrapo, te haré lo que a mí se me dé la gana —canturreo, dedicándome una mirada cargada de odio, que me hizo estremecer.
Mi respiración se convirtió en un jadeo, al traer de regreso aquellas espantosas experiencias de mi juventud.
Si me dejaba libre, no existiría forma de vivir a esa altura, sería mi fin.
Siempre dicen que cuando estás a punto de morir, ves tu vida pasar frente a tus ojos o una tenue luz acercándose a ti, pero yo sólo podía vislumbrar el desprecio de mi padre en sus pupilas, podía ver la rabia en su expresión fusionado con la felicidad de descubrir que no me quedaba mucho tiempo, desgraciadamente para mí, cumpliría con su cometido.
Odié con toda mi alma ese instante, esos eternos segundos en los que me lamentaba por no haberle dicho por ultima vez a Jack cuánto lo amaba, por haberme portado como una idiota ante su decisión, me arrepentía de no haberle dicho a mi madre cuanto la quería, cuánto agradecía todo lo que había hecho por mí para estar bien.
Me lastimaba saber que no podía ver a mis hermanos como se los había prometido y detesté el no despedirme de mis únicos amigos, aborrecía con todas mis fuerzas que mi vida fuese de esa manera, que las cosas horribles no se detuvieran nunca.
—Siempre supe que eras una idiota buena para nada, pero eres grande, niña —farfulló, invadiendo mis fosas nasales con su asqueroso aliento a licor. Sentí los fervientes deseos de vomitar, pero me contuve, sólo podía concentrarme en respirar, en al menos llenar con lo más mínimo mis pulmones—. Eres una médico, pero tuviste que arruinar mi vida para lograrlo. ¡Casi 20 años en esa asquerosa cárcel! No te haces una idea de lo desagradable que era vivir con todos esos reos malolientes, y el no poder dejar de pensar en ti, en todo lo que me gustaría hacerte sólo para calmar esta frustración que se apodera de mí, era tan agotador.
—¡Papá, por favor! —chillé, girando mi rostro en otra dirección, al percatarme de que buscaba como diera a lugar rozar nuestros labios—. ¡Detente, te lo suplico!
—¿Papá? —murmuró, incrédulo de que eso hubiera salido de mis labios, enarcó una de sus cejas y chasqueo la lengua, antes de propinarme un puñetazo en el rostro con su mano libre—. ¿Te atreves a llamarme así, cuando me enviaste al peor roto del universo con tal de estar bien? ¿Sabes qué haré contigo? ¡Lo que no pude hacerte cuando tuve la oportunidad! —masculló con su rostro brillante de alegría ante su espléndida idea, todo lo contrario a mí, que entre abrí mi boca para gritar por ayuda, pataleé intentando soltarme y clavé mis uñas en sus muñecas, pero no servía de nada. Arthur frunciendo el ceño enfadado con mi resistencia, paso su navaja por mi mejilla obligándome a detenerme mecánicamente, ya que sentí un corte suave en ella—. Voy a matarte, te cortaré pedazo por pedazo de tu tersa piel y te haré sufrir lenta y tortuosamente así como yo sufrí por años al extrañarte. Por lo tanto sólo déjate hacer, y no rechistes, ¿de acuerdo?
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Mi Jefe y Yo