Mi Jefe y Yo romance Capítulo 42

Sentí un intenso ardor en el lugar donde Arthur me había hecho la herida y el olor a sangre invadió mis sentidos, poniéndome la vista borrosa a causa del desgarrador dolor que no se detendría, a menos de que me curase de inmediato. 

Apreté mis labios en una fina línea conteniendo mis sollozos, con la esperanza de que alguien, quien fuera, llegase solo para salvarme la vida, lo cual hasta el momento no sucedía. 

Paseó la navaja por mi garganta, acariciándome con la filosa punta de ésta, buscando el lugar perfecto para lastimarme de nuevo. Se relamió los labios divertido con verme tan callada y sin poderse contener más, acercó su lengua lujuriosa, para de inmediato lamer descaradamente la piel desnuda de mi cuello. 

Poco a poco, me rodeó la cintura con sus brazos, aproximándome a su desagradable cuerpo. 

Sentí mi piel ponerse de gallina y las lágrimas caer más a prisa con mi pecho subiendo y bajando acelerado, gracias a que no podía respirar con normalidad, llené mis pulmones con el oxígeno que les faltaba, calmando mi devastador estado absorto, necesitaba una idea urgente para escapar de su garras, no obstante, no importaba cuánto pensara, nada era lo suficientemente bueno como para arriesgarme.

A ese asqueroso hombre no le importaba que la espesa sangre se cruzara por su camino de besos, incluso llegaba al punto de locura de saborearla gustoso. Seguía tocándome, dado que sabía que aún cuando lo intentara detener sería imposible, por lo tanto, prefería aguantarme aquel calvario, solo si así se dignaba a dejarme vivir.

Rasgó mi blusa, desesperado por continuar con ese contacto que sólo me encogía el estómago, mientras a él lo excitaba sobremanera, sentía mi cuerpo temblando bajo sus roces, y entonces cuando mordió mi hombro como un salvaje, no contuve los alaridos.

Él, enfurecido, me jaló del cabello, para acto seguido cortar sin temor un poco de la piel de mi espalda, sacándome un berrido aún más profundo. 

Prefería sobre todas las cosas caer a la calle, que continuar de esa manera, realmente Arthur estaba preparado para desmembrarme a su antojo y su sonrisa desquiciada ante mi sufrimiento me lo confirmaba.

—Mira, si guardas silencio esto será más fácil para los dos —me aconsejó, mordisqueando mi quijada de forma bruta, quise gritar pero a duras penas podía soltar uno que otro quejido leve. 

Rechiné los dientes con rabia, dado que era mejor quedarme callada, sin embargo, aquella situación me estaba sacando de mis casillas, terminaría enloqueciendo del hastío si continuaba. 

—Sólo déjame disfrutar el verte retorciéndote ante este suplicio, y luego si quizás me dan ganas, te haré todo eso que tanto te gustaba cuando eras una niña, te dejaré un último recuerdo, Lucy —murmuró entre chupetones y lamidas, dirigiéndose a mi oreja, la cual mordió violentamente al punto de malherirme sólo por diversión—. Te haré mía, porque eres mía y siempre lo serás. Ese estúpido que tienes de novio no se compara en nada a mí, soy mil veces mejor para ti. ¡Te hago inmensamente feliz cada vez que me ves!

—Papá, basta…. —susurré en un hilo de voz, que denotaba el terror que se apoderaba de mí, pero él me ignoró olímpicamente.

Sus manos, sin vergüenza alguna, se pasearon por cada parte de mí que no deseaba que él volviese a tocar, cada extremo que sólo había pertenecido a los cariños de Jack, él trataba de invadirlos dichoso, eliminando cualquier rastro de la persona que amaba. 

Sus palabras entre gemidos ante su calentura me producían tal repulsión, que no importaba cuánto intentara apartarlo, él conseguía ágilmente lastimarme sin piedad con su cuchillo en donde se le ocurría. 

Al menos lo único que agradecía era que las lesiones no eran tan profundas, no obstante, el montón de líquido que estaba perdiendo me haría desmayar en cualquier momento, y allí si no sabría qué sería de mí.

—No pongas esa cara, se supone que debes estar contenta por reencontrarnos —farfulló, decepcionado con mi semblante decaído, posó sus manos sobre mis hombros y sin previo aviso, aruñó mis senos, obligándome a morderme el labio inferior para contener mis chillidos, ahogándolos de golpe en mi pecho.

—Papá, te quiero —solté de repente, era mi última oportunidad de salir de ese espantoso escenario. Él al escucharme se mantuvo petrificado bajo mi mirada afligida, al percibirlo tan consternado con ello, una magnífica forma de escapar paseó por mi mente—. Seré buena, haré lo que me pidas. No me hagas más daño, por favor.

—No importa lo que digas, Lucy. Mis ganas de descuartizarte no cambiarán, preciosa —masculló con cierta tristeza en su voz, no obstante, su semblante era imperturbable, incluso cuando me veía llorar desconsolada, se notaba a kilómetros de distancia lo placentero que era ese momento para él—. Así son las cosas para ti y para mí, cuando te mate yo me iré contigo, no hay forma de que me separe de ti, no podría vivir en paz si no estás a mi lado.

Asentí, forzándome a dibujar una dulce sonrisa en mis labios, que lo complació sobremanera, con mis manos temblorosas tomé su rostro, preparada psicológicamente para hacer aquello que estaba seguro en algún momento me haría vomitar.

Acerqué mis labios a su boca, poniéndome de puntitas dado que era más alto que yo. Asombrado con mi sumisión, lo besé como lo hubiera hecho si él fuese Jack, de inmediato lo atonté con la manera en que me restregaba sobre su cuerpo. 

Lo seduje a tal punto que logré zafarme de sus manos, lo conduje con torpeza hasta la habitación qu e alguna vez había logrado compartir con Jack, en donde al cruzar por el umbral, le propinó un fuerte empujón que lo hizo caer al suelo y cerré la puerta de un portazo, dejándolo allí tirado anonadado con mis acciones.

Había caído redondito en mi engaño, así que satisfecha con lo que había conseguido sacrificando mi integridad y reprendiéndome mentalmente, porque aquello no se me hubiese ocurrido mucho antes, corrí en dirección a la cocina, en la cual busqué desesperada en los cajones, con los escalofríos azotando mi espalda. 

Su cuerpo perdía color precipitadamente bajo el mío, mi corazón latía a mil por hora y abrí la boca al notar la gravedad de sus heridas.

¡Yo había hecho eso! ¡Me había defendido de mi agresor, que era mi propio padre!

Conmocionada, me puse en pie para buscar ayuda, sin embargo, al observar mis manos llenas de ese líquido carmesí que definitivamente no era mío, involuntariamente me las llevé al rostro, apartando los mechones de cabello de mi frente.

Quería gritar por lo que había pasado, por lo que ese maldito me había obligado a hacerle, sentí las lágrimas empapar mis mejillas, y el miedo vagar por mis venas, congelándome en medio de ese pasillo. 

Respiré profundamente tranquilizando mi pánico, necesitaba concentrarme en ese momento crucial, no podía dejarme apoderar por el desasosiego. 

Regresé con dificultad al apartamento, donde encontré mi celular con la pantalla rota y aturdida, marqué el número que me salvaría de aquel desastre que Arthur había causado.

—Es una emergencia… Por favor ayuda, creo que he matado a alguien…

El teléfono se resbaló de mis manos, antes de volver a escupir sangre por mi boca. 

Puse mis manos en mi estómago, conteniendo con la poca fuerza que me quedaba aquel sangrado, pero quizás era demasiado tarde. 

Escuché el latir débil de mi corazón en mis oídos, junto a unos pasos aproximándose a la distancia. Mi respiración entrecortada se volvía más inaccesible, mi vista se fue distorsionando.

Agotada como nunca antes, me dejé caer en un profundo sueño, del cual no sabía si lograría despertar. 

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