Mi Jefe y Yo romance Capítulo 43

Recuerdo que en mis siniestros sueños, vagaba sin rumbo por un sendero de piedras, que lastimaban las plantas de mis pies con cada paso que daba, sin embargo, no me importaba porque seguía andando, hasta que al final del camino me encontré con toda manchada de sangre.

Aterrorizada, me observé las manos, encontrándome con aquel cuchillo entre mis manos, las cuales estaban empapadas de ese líquido carmesí. Estaba preparada para gritar espantada, no obstante, mis ojos se abrieron de sopetón trayéndome de regreso a mi realidad. 

Lo primero con lo que me encontré fue una pared blanca, el aroma a medicamentos invadió mis fosas nasales y mecánicamente respiré, tranquilizando mi desbocado corazón, percatándome sin mucho esfuerzo que me encontraba en un hospital. 

Escuchaba las voces distorsionadas de dos personas a unos pasos de mí, dejé que mis ojos se pasearan por la iluminada estancia, encontrándome con Nia y Ryan en el sofá, charlando entre susurros.

Me incorporé con dificultad, soltando un quejido que llamó su atención, ambos al notar que había despertado –después de quién sabe cuántos días–, se pusieron en pie para ayudarme.

—¡Lucy! —me reprendió la chica plantándose a mi lado, para con sus delgados brazos auxiliarme a la hora de sentarme en medio de esa cama. 

Sentí un ardor recorrer gran parte de todo mi cuerpo.

Involuntariamente, llevé mis manos por cada lugar que recordaba Arthur había hecho cortadas, topándome con gruesas gasas cubriendo mi rostro, la espalda y en mi vientre donde había enterrado su navaja tenía un vendaje, probablemente el médico me había tenido que poner más de una sutura. 

—No te muevas o se abrirán tus heridas.  

—¿Cómo te sientes, hermana Lucy? —preguntó Ryan alarmado junto a su chica, al ver mi expresión de dolor con cada leve movimiento que hacía.  

—Fatal… —contesté, respirando con dificultad—. ¿Cómo se encuentra, Arthur?

—Lucy… por ahora estable, aunque en cuidados intensivos, pero estuvo a punto de morir en más de una ocasión —susurró Nia, dedicándome una mirada llena de desconsuelo.

Sentí sus manos palmear mi hombro con delicadeza, dándome ánimos con ese pequeño gesto ante mi aflicción.

—Debió haberse muerto después de lo que te hizo, hermana Lucy —bufó Ryan, poniendo sus ojos en blanco, realmente enfadado con ello.

Regresaron a mi mente esos horribles momentos con su insulso comentario, mi rostro se crispó aterrorizado y en mi lugar me estremecí, intentando con todas mis fuerzas no echarme a llorar frente a ellos.

—¡Ryan, no digas esas cosas!

—¡Pero es lo mínimo que se merece, Nia!

—No debes desearle el mal a otras personas.

—Entonces, Arthur Jerome no debería de hacer lo que hace, así quizás yo tendría un poco de clemencia con él —farfulló, cruzándose de brazos, echando chispas por sus intenso ojos que contenían un odio inigualable contra mi padre y no podía recriminárselo, después de todo, yo tampoco es que lo quisiera demasiado. 

Nia frunció el ceño igual de enojada, sin embargo, antes de que le refutara algo que los hicieran mantener por más tiempo esa inútil pelea, los interrumpí.

—Por favor, no discutan. No me siento de ánimos como para soportarlos, déjenme sola, ¿sí? —ambos se quedaron mudos de inmediato, ganándome su mirada llena de tristeza, porque fuera así en esos momentos tan desagradablemente duros, lo único que necesitaba era un poco de paz, para así pensar con claridad sobre todo lo ocurrido, y lo que haría llegados a este punto.  

—Pero, hermana Lucy…

—Quiero estar sola por ahora, Ryan —lo corté con firmeza.

—Mamá está realmente preocupada y Jack también —refunfuñó cabizbajo, a porque estuviera apartándolos cuando más los necesitaba.

Al notar mi expresión de súplica, terminó por soltar un respingo resignado, mientras pasaba una de sus manos por su cabello, despeinándolo instantáneamente. 

—La verdad, todos estamos muy preocupados por ti.

Apresurada, se quitó la sábana de encima casi a patadas, se bajó de su lecho con sumo cuidado, rodeándome con sus brazos antes de siquiera llegar a mitad de camino.

—¡Querida! —chilló estrechándome con un inmenso cariño, que me saco una sincera sonrisa, encantada con su ternura—. ¡Lo lamento tanto!

—Mamá, no tienes que disculparte —murmuré en su oído, brindándole un casto beso en la mejilla, limpiando con mis labios su llanto silencioso.

—Me alegro tanto de que estés bien, ese horrible hombre debió quedarse de por vida en esa cárcel —dijo exasperada, apartándose un poco para analizar cada detalle de mí, posó sus manos a lado y lado de mi rostro, acongojada con el desastre en el que me veía convertido por culpa de Arthur—. Lucy, lo siento tanto.

—Mamá estoy bien, no te pongas así, no es bueno que tus emociones sean fuertes.  

—Te quiero tanto, querida —confesó con su voz quebradiza, avergonzada con que la viese llorando. Ocultó su rostro en mi pecho, abrazándome con más fuerza entre tanto, yo acariciaba su cabello—. Te amo con toda mi alma.

—Estaba tan asustada, mamá —cuchicheé temblando, con solo recordar lo que había vivido en ese apartamento—. Pensé que no podría volver a verte, creí que no volvería jugar con mis hermanos, estaba convencida de que definitivamente me iría sin recordarle a Jack cuánto lo quiero, sin decirte a ti cuanto te amo… —mis palabras se perdieron en el aire, dado que comencé a sollozar, apretándola con mucha más fuerza contra mí.

Su calor me brindaba una quietud inexplicable, sus cariños maternales eran suficientes para hacerme olvidar las cosas tan atroces que había vivenciado durante toda mi vida. Ella era una de las pocas razones por las que agradecía seguir allí, respirando pausadamente, con mi corazón aún latiendo a pesar del suplicio. 

—Yo casi lo asesino mamá, Arthur se está muriendo por mis impulsos.

—Te defendiste, es lo más natural, Lucy. Ya todo pasó, yo estoy contigo — musitó sin separarse ni un centímetro de mí, sin tomarse ni por un segundo la molestia de juzgar mis descabelladas acciones.

Mi madre entendía aquel sufrimiento más que nadie en el mundo, era quien me había salvado de este cuando era una niña y ahora al tenerme tanto afecto, compartía mi profundo dolor. 

Acarició mi espalda delicadamente una y otra vez, con la esperanza de que en algún momento lograra recomponerme, lo cual estaba segura, tardaría un buen tiempo. 

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Mi Jefe y Yo