Mi Jefe y Yo romance Capítulo 44

Me mantuve en la acogedora estancia con mi madre, charlando y de vez en cuando lloriqueando como una niña pequeña entre sus brazos, no obstante, de alguna forma con sus palabras cariñosas y llenas de un ánimo inigualable, terminaban sacándome una que otra sonrisa en ese horrible momento cargado de sufrimiento. 

Victoria y Cody, junto con Lucila, habían aparecido minutos después en la habitación de mi madre, sólo para asegurarse de mi estado, ya que según entendía en su atropellada explicación, Nia y Ryan les habían indicado que yo había despertado. 

Al verme un poco malherida e internamente destrozada pero en una sola pieza por así decirse, su inquietante preocupación se llenó de alivio, y el pelinegro entre lágrimas, había saltado a abrazarme con tal fuerza, que el poco aliento que me quedaba se había ido por completo de mi cuerpo, sin embargo, no solté ni un solo quejido; ya que en gran medida me sentía a gusto, y profundamente agradecida de saber que tenía personas que se preocupaban realmente por mí. 

Personas a las que yo les importaba demasiado.

—Me alegra tanto que estés bien, Lucy —dijo Victoria, con una pequeña sonrisa tímida.

Cuando la noche cayó sin que siquiera me percatara de ello, dejando a su paso una brillante luna, acompañada de diminutas estrellas que adornaban el firmamento a la perfección; me despedí de mi madre con un efusivo beso en la mejilla, para dirigirme de inmediato a visitar a la única persona que me faltaba por ver antes de que acabase ese día, el que probablemente estaría más afectado que todos, quien se merecía una pequeña disculpa de mi parte al ser una idiota egoísta. 

Necesitaba con urgencia a Jack, recordarle cuánto lo amaba, besarlo hasta que me agotara, acariciar cada centímetro de su piel, escuchar su voz y su risa, lo necesitaba todo de él, ya que era mi única medicina para sanar los horrendos males. 

Anduve por los pasillos del hospital en busca de esa habitación en la cual rara vez había entrado, más por rabia de tener que verlo de esa forma tan deprimente, que porque no sintiera los deseos de estar a su lado.

Mordiéndome el labio inferior y ansiosa como nunca antes, me detuve frente a la puerta entreabierta de la habitación 7007, donde por ahora Jack estaba viviendo, empujé el portillo lentamente, intentando no hacer mucho ruido por si el castaño dormía a esa horas, sin embargo, este estaba andando por todo el cuarto de un lado a otro con su celular pegado a la oreja, escuchando pacientemente lo que le decían al otro lado de la línea. 

Con la poca luz que proporcionaba una lámpara en la mesa de noche junto a su cama, pude percibir que su esbelto cuerpo estaba muchísimo más delgado, unas intensas orejas se le marcaban bajo sus ojos, y su rostro estaba casi sin color, sentía angustia al verlo pasearse tan furioso, como si en algún momento llegaría al punto de colapsar a mis pies. 

Contuve con todas mis energías las ganas de romper a llorar, la congoja que recorría mi cuerpo no se comparaba en lo más mínimo al calvario con Arthur, verlo de esa manera me rompía el corazón en miles de pedazos, y para mi fortuna, él no había logrado notar mi presencia; porque lo único con lo que se encontraría al levantar su vista, sería con una cara bañada en la tristeza.

—Necesito que te encargues de mandarlo de nuevo a esa maldita cárcel, Black —gruñó, echando chispas por sus ojos, obligándome a detenerme dado que estaba dispuesta a regresar por donde había venido, no sería capaz de afrontar la situación, aquello era demasiado para mí—. ¡Son todos unos ineptos! ¿Cómo le permitieron la libertad condicional? ¡Es un psicópata! ¡No me importa si van a juicio! ¡Dale cadena perpetua! ¡Pena de muerte! ¡Lo que se te ocurra, Black! ¡Pero lo quiero lo más lejos posible de Lucy Wolfang! —cuchicheó histérico.

Sin poderlo evitar, solté unas risitas tontas por su semblante tan enfadado, de alguna manera, el verlo tan enfurruñado llegaba a parecerme un poco tierno, me removía cada centímetro de mi alma. 

El más alto se me quedó viendo atontado, mientras obtenía una respuesta del abogado, a la cual ni se molestó en prestarle atención, a duras penas podía concentrarse en el hecho de tenerme a solo unos pasos, sana y salva. 

—Hola —saludé tímida. 

—Hablamos luego, Black —colgó bruscamente, para acto seguido, lanzar su celular a la cama.

Le mantuve la mirada con dulzura e involuntariamente, al verlo tan devastado, sonreí sin necesidad de fingir, con él las cosas eran más llevaderas, casi naturales.

Me quede estática,ya que él fue quien dio el primer paso en mi dirección, con suavidad tomó mi rostro entre sus manos y analizó cada parte de mí, asegurándose de que me encontraba bien, lo cual sería decir una mentira, dado que estaba hecho un rotundo asco, gracias a esas heridas que me sacarían canas verdes, al hacer el esfuerzo de que no me quedaran cicatrices horripilantes.

Pero no se comparaba en nada a mi herida emocional, esa nunca se borraría por mucho que lo intentara, estaría muy en el fondo de mi ser atormentándome cuando a esta se le antojara. 

Sin previo aviso, me plantó un dulce beso en la frente que me hizo sonrojar, vi sus ojos empaparse por las lágrimas que no derramó, llevábamos días sin hablarnos, a duras penas nos mirábamos, porque yo había vuelto a poner ese inmenso muro que ahora él había quebrado de nuevo, con solo una caricia.

Paseó sus labios suaves por el puente de mi nariz, y rodeé su cintura con mis brazos, para poder ponerme de puntitas con la intención latente de devorar con vehemencia su boca, no tenía apuro en acabar aquel contacto que tardamos días en ofrecernos.

Con delicadeza me tomó del cabello, acariciando con sus uñas cada centímetro sacándome un suspiro, me pegué más a su cuerpo, embriagándome con ese calor desgarrador que me profesaba.

No tenía intenciones de apartarme, quería continuar fusionando nuestras húmedas lenguas hasta detenernos en lo inimaginable, no obstante, ninguno de lo los dos estaba en condiciones para mantener relaciones, y además, nuestros pulmones a falta de oxígeno. comenzaban a pasarnos factura.

—¿Estás bien? —me preguntó, invadiendo mis fosas nasales con su exquisito aliento a caramelo.

—Lo suficiente —contesté en un hilo de voz.

—¿Por qué lo dices como si fuera una despedida? —refunfuñó, haciendo un lindo puchero que me recordó lo infantil que a veces podía llegar a ser.

—No es una despedida, sólo deseo que realmente mientras estés en la sala de cirugía, pienses en cuánto yo te he amado, en lo mucho que te amo y en todo lo que te amaré en un futuro… y eso te permita volver a mí.

—Saldrá bien, Lucy —me garantizó, encantado con todo el cariño que le profesaba con mi simple expresión, incluso con esa tonta sonrisa que no podía borrar—. Regresaré sin lugar a dudas y me quedaré contigo como prometí, así que no te preocupes más por ese asunto, ¿sí? —asentí, conteniendo mis ganas de llorar de nuevo, pero esta vez era más por la descomunal alegría que por la tristeza.

Confiaba en él, y en el destino, él no se iría para siempre, volvería sin ningún problema y seríamos lo que siempre quisimos, una afortunada familia.

—Te amo, Jack. No importa que suceda, siempre será así, siempre estarás en mi corazón —suspiré, estrechándolo con más fuerza contra mí.

Deseaba no separarme de él ni un segundo más, deseaba quedarme a su lado de esa forma hasta que se acabase el mundo, ya que adoraba sobre todas las cosas su compañía.

—Yo también te amo, Lucy. Te amo desde el primer momento y te amaré hasta el último instante.

Antes de que pudiese responderle, me silenció con un apasionado beso, acarició cada extremo de mi piel con lentitud, disfrutando de ello, grabando en su cerebro la manera en que me estremecía con su tacto.

Sin importarle que alguien llegase y nos viera, me llevó a la cama, donde me recostó con delicadeza de no hacerme daño, para de esta manera profundizar aquel contacto, que lastimosamente tuve que interrumpir, porque no era exactamente una gran idea lastimarnos con ejercicio. 

Sin embargo, como era de esperarse del malcriado jefe del imperio Jackson, me obligó, por así decirlo, a pasar esa noche con él bajo las cobijas, charlando y consintiéndonos sin segundas intenciones.

Simplemente admirábamos cada trozo del otro, cada sonrisa, cada mirada, mientras nos besábamos con locura, hasta que caímos rendidos en las manos de Morfeo. 

El uno junto al otro. 

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