La casa hogar no había cambiado absolutamente nada, incluso los columpios y el patio de juegos seguían en perfecto estado, a pesar de que nunca los usaban.
Los chicos los cuidaban en caso de que llegaran nuevos niños, cosa que no había ocurrido desde que yo me había marchado al cumplir la mayoría de edad, quizás porque nuestra madre ya estaba muy mayor como para poder lidiar con niños revoltosos, después de todo, cuidar de nueve adolescentes no era algo tan fácil.
Para mi sorpresa aquella villa estaba llena de nieve, hacía un frío espeluznante, tanto, que mi piel se puso de gallina al bajarme del auto.
Gracias al cielo se me había ocurrido llevar un poco de ropa gruesa en caso de emergencia. Diminutos copos de nieve cayeron sobre mi cabello, obligándome a sacudirlo para quitármelos de encima.
Si allí el clima estaba tan helado, era probable que al regresar a Atalanta, ya hubiera caído la primera nevada del año.
Mis hermanos menores, quienes al poner un pie en el interior de la casa salieron corriendo a abrazarme como si aún fuesen pequeños y frágiles, habían cambiado demasiado con el paso del tiempo.
A pesar de ser ya unos jóvenes a solo uno pasó de ser adultos, seguían siendo los mismos niños que había cuidado con tanto esmero por años, solo su aspecto físico había cambiado.
Tras saludarme encantados con mi llegada, se arremolinaron emocionados a platicar con Cody y Nia, a quienes adoraban tanto como a mí, en especial Ryan con la última, la cual se reía con sus bromas como si estas fuesen muy divertidas.
Busqué a mi madre por toda la casa, y cuando la encontré preparando el almuerzo en la cocina, me tire a abrazarla, estrujándola entre mis brazos.
—Me asustaste, querida —se rió, acariciando mi cabeza con una de sus manos, para acto seguido, continuar picando las verduras.
—Te quiero tanto, mamá —susurré, recostando mi cabeza en su hombro, encantada con el aroma que emanaba su piel.
—¿Te ocurre algo, Lucy? —preguntó, preocupada con mi comportamiento.
Lentamente y conteniendo mis ganas de llorar, le conté lo que había vivenciado los últimos días.
Ella, anonadada, detuvo sus acciones para darse la vuelta y observarme con atención, mientras le decía que Jack estaba vivo.
Mi madre quedó estupefacta al escucharme, me condujo hasta el comedor donde nos sentamos, mientras yo lloraba desconsolada, sin saber muy bien cómo continuar con mi vida después de descubrir eso.
—No sé muy bien cómo hacer las cosas ahora, mamá.
—Sigue con tu vida como si él no estuviera en esta tierra, después de todo, no es la misma persona de hace años, es el presidente de un imperio, y parece que no te quiere, Lucy —murmuró, acariciando mis mejillas con sus delicadas manos—. Ahora que sabes que no murió por tu culpa, que durante siete años ha estado vivo, lo mejor es que tú busques tu propia felicidad.
—¿Y si aún lo amo? —insistí, sintiéndome una completa idiota por decir aquello.
—Si aún lo quieres, sé que tú harás lo correcto para él, para los dos. Te conozco, Lucy —dijo mirándome fijamente a los ojos, y de inmediato me rodeó con sus brazos, llenándome de esa fuerza que me faltaba—. Además, entre cielo y tierra no hay ningún secreto oculto, tarde que temprano se enterará de la verdad, así no sea de tu boca, y en ese momento él será quien decida qué hacer con ello.
—Gracias, mamá.
En ese momento, mientras nos fusionábamos cariñosamente el uno con el otro, sintiendo en mi interior el apoyo que sabía, sólo mi madre me podría brincar; apareció un sonriente Paul, seguido por Carl y Katia.
—¿Sabes que a veces siento que nuestra madre te quiere más a ti? —farfulló el pelilargo, palmeando mi espalda al detenerse junto a nosotros.
—Por su puesto, soy la mayor —canturree, riéndome con su comentario.
—Qué engreída te has vuelto, Lucy —se carcajeó Carl, fingiendo sorpresa en su expresión, ante la forma veloz de defenderme de las pullas del menor.
—¿Quieres jugar a la lleva? —propuso finalmente Katia con una sonrisa, ya que esa era el verdadero motivo de que estuvieran allí.
—Dale.
Pasamos gran parte de la mañana jugueteando en el claro, como si no nos importara en absoluto que ya estábamos viejos.
My madre nos observaba desde el pie de la casa con su chal sobre los hombros, protegiéndose del frío, sin borrar esa amplia sonrisa de su rostro.
Se reía con nuestras discusiones, y la forma brusca en que nos trabamos, estábamos todos en un mismo grupo, excepto por Ryan quien era el que había perdido al piedra, papel o tijera, con Cody, convirtiéndose en el único oponente nuestro, el cual corría desesperado de un lado a otro por tocar a alguien más para convertirlo en el malo, y poder liberarse de aquella tortura.
No obstante, era algo muy complicado, dado que éramos muchos, corriendo de un lado a otro sin cansancio.
Entonces, mientras todos nos reíamos porque no lograba alcanzarnos, vislumbre cómo Nia se hacía más lenta de lo normal, dejándose agarrar por el más alto llegando a caer al suelo abrazados, debido a la velocidad en la que Ryan iba tras ella.
Cody los observó con sus labios fruncidos en una fina línea, y ella se levantó entre risas para empezar a correr tras nosotros.
Algo no estaba bien, algo realmente extraño ocurría con Nia, y no entendía aún qué cosa era.
Almorzamos bien entrada la tarde, casi cuando estaba el sol ocultándose tras las montañas, charlamos de cosas triviales soltando carcajadas de vez en cuando, y cuando todos se calmaron, decidimos repartir los regalos que entre todos habíamos preparado.
El de nuestra madre fue el primero que todos dieron, algunos le regalaban ropa, cremas para su delicada piel, y obviamente, sus galletas de fresa favoritas.
Por mi lado, le regalé un bonito collar que había visto varios días atrás en una preciosa tienda. Los chicos como ya no se conformaban con gran cosa, les regalaban lo que realmente necesitaban, para Ryan materiales para la universidad, los gemelos una camisa de Superman, que probablemente no se quitarían nunca, a Paul un cd con su música estruendosa de Rock, a Carl un libro de fotografía.
Lauren, maquillaje y ropa que le cubriera más la piel, Katia accesorios que usaría por lo menos una vez al año, a Blake un kit especial para cuando se le antojara irse de acampada, y Brooke recibió un montón de libros de romance, ya que le encantaban. Cody y Nia también recibieron unos cuántos, al igual que yo, aún cuando sabían que no me gustaban.
Cuando el cielo comenzó a oscurecerse, mi madre se despidió con una cordial sonrisa en dirección a su habitación diciendo que estaba muy cansada, Cody y el resto de los chicos se tiraron en la sala a ver películas de terror, mientras que Ryan y Nia desaparecieron de mi vista, prometiendo que traerían palomitas y un poco de snacks para picar.
Al ver que se estaban tardando demasiado, me puse en pie en total silencio dispuesto a seguirlos, tenía una extraña sospecha en mi interior.
Caminé por el pasillo de puntitas, deteniéndome antes de entrar en el comedor, donde Ryan y Nia estaban sentados, observándose en silencio, mientras Ryan intentaba decir algo; pero las palabras no le salían.
—Hermana Nia…
—Puedes llamarme solamente Nia.
—Nia… —repitió el chico, dejando escapar unas risitas nerviosas—. Esto lo hice especialmente para ti, lo que te prometí.
El moreno saco algo del bolsillo de su chaqueta y lo puso sobre la mesa permitiéndome vislumbrar, que se trataba de una figura de madera, era el rostro de mi amiga tallado perfectamente.
—Dos años… —respondió en un hilo de voz, ganándose la mirada asombrada del susodicho—. Me gusta desde hace dos años.
—¿También te gustaba? —rió Ryan, maravillado con la noticia.
—Tal vez un poco —asintió Nia, poniéndose roja como un tomate.
—¡Lucy! —chilló Cody, a la espera de que armara un show peor; pero me limité a encogerme de hombros indiferente con el asunto.
—No me metas en esto —suspiré, pasándome una mano por el cabello, despeinándolo en el acto— Ya están grades como para que yo opine en su vida, Cody.
—¿Por qué no me lo dijiste durante todo este tiempo, Nia?
—No quería que te escandalizaras, ni menos que me odiaras o se lo dijeras a Lucy —confesó, con sus ojos apunto de derramar las lágrimas que se arremolinaban en sus ojos grises, ella me observó por unos segundos, avergonzada de ello y rompió a llorar—. Lo siento, Lucy.
—No te preocupes, Nia. Está bien.
—¡No lo está!
—Cory, por favor… —supliqué, tomándolo suavemente de su brazo, pensado que así por lo menos se calmaría un poco, pero no sucedió.
—Hermano Cody, yo lo lamento, pero quiero estar con Nia —dijo Ryan finalmente, con una expresión circunspecta que me hizo sonreír orgullosa sin poderlo evitar—. Y espero que lo puedas aceptar.
Cody, al escucharlo tan seguro de esa decisión, terminó por tranquilizarse un tanto, pero podía sentir en su mirada que estaba realmente destrozado por dentro, que solo se mantenía en pie porque no quería pasar una pena frente a ellos, no quería mostrar su debilidad.
Respiró profundamente, y botó todo el aire, para de inmediato sonreí dulcemente a la chica que había querido por un año entero sin cansancio, quizás más tiempo, no estaba del todo seguro de ello.
—Supongo, que puedo conformarme con tu amistad.
—¡Gracias, Cody! —gritó fascinada la más baja, y no dudó ni un instante cuando lo rodeó con sus brazos, estrechándolo con una gran sonrisa de felicidad—. ¡Gracias, Gracias!
—Si le haces daño, te las verás conmigo —le advirtió el pelinegro a mi hermano menor, con una mirada fiera que sólo me hizo reír.
—Sí, señor.
La pareja se marchó dichosos de tener mi bendición y la aprobación de Cody, pero este al estar completamente solos, se sentó en una de las sillas del comedor dándome la espalda, se cubrió el rostro con sus manos y empezó a llorar desconsolado.
Me planté tras él y como alguna vez hizo cuando estaba igual de devastada, lo abracé con fuerza, recordándole entre susurros que yo siempre estaría para él.
—Siempre he admirado de ti esa forma de lidiar perfectamente con las cosas, evitando lastimar a los demás —le dije, meciéndonos de un lado a otro, después de que se había quedado con los labios sellados, escuchando todo lo que le decía para animarlo—. Y estoy segura de que alguien te querrá tanto como tú a esa persona y serás muy feliz, quizás no hoy, ni mañana, pero algún día sé que el verdadero amor llegara a ti sin necesidad de buscarlo, y te amará tanto en todas tus facetas, que no lo dejaras ir jamás, serás incluso peor que con Nia.
—Gracias, Lucy.
Nos quedamos juntos en aquella habitación levemente iluminada, no decíamos gran cosa, solo estábamos allí, yo consolándolo con todo el amor que tenía para darle, y el recibiéndolo, satisfecho de saber cuánto me importaba.
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