Mi Jefe y Yo romance Capítulo 8

Los días siguientes fueron bastante buenos a decir verdad, dado que era un nuevo año, significaba en pocas palabras un cambio renovador en nuestras vidas.

Así que tras regresar el domingo de la casa hogar –y jurar solemnemente que regresaría al mes siguiente el último fin de semana–, Nia accedió a volver al apartamento sin ningún problema, después de todo, Cody sabiendo que ahora estaría feliz en una relación con Ryan, que mi madre aprobó sin mucho miramiento, la dejó en paz y volvieron a ser los dos amigos normales de siempre. 

Todo parecía ir de maravilla, aún cuando podía notar el corazón de mi viejo amigo destrozado en pedazos, pero sabía que pronto se le pasaría, cuando encontrara algo con lo que distraerse o incluso un nuevo amor. 

Las cosas estaban perfectamente en su lugar, nada trascendental ocurría en mi vida, hasta que llegó el martes.

Caminaba en dirección a la cafetería, en la que solía comprar aquellas mañanas en las que sabía necesitaría energía extra.

Era un grandioso día, el cielo estaba despejado, y a pesar de que caían leves copos de nieve, una gruesa chaqueta me protegía de morir congelada. 

Andaba feliz por las calles, casi sin poder borrar mi sonrisa y me adentre en la acogedora tienda, encontrándome de frente con Jack en la fila, quien me sonrió de forma cínica al verme.

De inmediato retrocedí espantada,  dispuesta a marcharme a comprar en otro local, pero él me tomó del cuello de mi chaqueta y me hizo retroceder contra mi voluntad.

—¿A dónde crees que vas? —me preguntó con su seductora voz, muy cerca de mi oído, erizándome la piel cuando su cálido aliento rozó mi cuello.

—¿Lejos de aquí? —susurré, intentando liberarme de su agarre con todas mis fuerzas.

Lastimosamente no tuve éxito alguno, como era de esperarse de Jack.

—Necesito hablar contigo.

—¿Sobre qué exactamente?

Antes de que pudiera siquiera responderme, una señorita lo atendió tras la caja registradora, hizo su pedido conmigo a su lado, un tanto incómoda porque no me soltara, incluso se había tomado la molestia de acercarme mucho más a su cuerpo, aún cuando había dicho que le producía asco que lo tocara días atrás.

—Sentémonos. —me ordenó fríamente, tomando la bandeja con dos cafés y un trozo de torta de chocolate.

Me trajo a la cabeza cierto recuerdo del pasado con respecto a ese sabor, sonreí sin poderlo evitar,  mientras le pisaba los talones en dirección a la mesa más alejada de la gente. 

Tomamos asiento el uno frente al otro, él bebió un sorbo de su pocillo fresco como una lechuga, y al notar mi mirada expectante sobre su rostro inexpresivo, me extendió el pastel para que me lo comiera

—Es tuyo.

—¿Qué es lo que quieres? —refunfuñé, dándole un bocado sin pensármelo dos veces, complaciéndome de inmediato con el exquisito sabor que invadió mi paladar.

—¿Sabes?, he estado investigándote. —comentó finalmente, dejándome petrificada en mi cómoda silla, no estaba muy segura de que decirle exactamente, y el al verme anonadada con la noticia, prosiguió—: Te he seguido durante años, sé todo de ti, mucho más de lo que me gustaría.

—¿A dónde quieres llegar? —inquirí, dedicándole una mirada cargada de irritación que le hizo mucha gracia, dado que sonrió levemente.

—Sé tus debilidades, Lucy Wolfang —masculló con mofa en su tono de voz—. Puedo usarlas solo para divertirme.

Aquel chico delante de mí no era a quien yo había amado tanto tiempo, no estaba ni de cerca de la persona que valía tanto para mí, ni menos por quien había sufrido día tras día. 

Jack era un demonio vestido de civil, que vivía solo para hacer mi vida cuadritos sólo porque así se le antojaba.

—Así que tú eras el de las notas… —deduje con mi boca entreabierta por la sorpresa, de que cayera tan bajo, que jugara con algo tan delicado como lo era el asunto de mi padre. 

Él levantó una de sus cejas, como si estuviera perdido con mis palabras y rompió a reír ante mi expresión bañada en la rabia. 

—¿Te pareció gracioso asustarme?

—No sé de qué hablas —farfulló, conteniendo las ganas de carcajearse más en mi cara.

Reposó su cabeza en una de sus manos y me sonrió de forma perversa, provocando que por mis venas corriera la furia, fusionada con los deseos desenfrenados de asesinarlo.

—Olvídalo, aún si te trajera las pruebas de tus tonterías me lo negarás.

Fruncí el ceño, realmente enfadada con haber caído en picada como un imbécil en sus juegos, pero al menos ahora había descubierto que la fuente de aquellas cartas no era nada más que él, así que podía relajarme un poco con la idea de que mi padre me buscara para hacerme daño tras salir libre. 

Me devoré aquel postre sin molestarme en continuar charlando, quería beberme todo el café de un sopetón y marcharme lejos de su compañía, sin embargo él, tras un prolongado silencio, volvió a hablar.

—Sé que conozco muchas cosas de ti, pero aún no logro comprender, ¿por qué me abandonaste cuando más te necesitaba? 

En el momento en que escuché su voz disgustada con aquel hecho inexistente, levanté mi mirada lentamente, estupefacta con lo que salía de sus labios.

Debía admitir que en el interior estaba devastada, con el corazón hecho trizas, pero debía seguir adelante con mi actuación.

—Vives ahora a costillas del dinero de un ladrón, estudiaste una carrera con el dinero que le pediste a mi madre y aparte, te tomas la molestia de meterte a trabajar en mi hospital. ¿No te sientes satisfecha todavía? —murmuró, con su rostro desfigurado en la cólera—. Tuve que aguantar tres años, viéndote todos los santos días y que tú siguieras de largo o te hicieras la idiota cada vez que me veías. ¿Acaso no eras capaz de dar la cara, después de todo el daño que hiciste?

—¡No tienes ni idea! —grité exasperada con ello, sin poderlo soportar más. Sintiendo la mirada de todos sobre mi cara roja como un tomate—. ¡No sabes absolutamente nada! Y créeme que cualquiera se hubiera hartado de un imbécil como tú, me cansé de ti. ¿Acaso creías que de verdad podría llegar a quererte? Sólo te usé, Jack, eras mi salida fácil para lograr un futuro prometedor, y tu madre accedió a ello, ya que te quería lejos de mí, entonces fue pan comido.

Sentí el sudor frío recorrer mi espalda cuando sus ojos se posaron sobre mi expresión, analizó cada uno de mis movimientos, incluso el ritmo de mi respiración, le mantuve la mirada sin temor alguno, haciendo como si no me importara que descubriera mi teatro. 

Se inclinó sobre sí, apoyando sus codos sobre sus rodillas, dejando caer su barbilla entre sus dedos entrelazados erizándome la piel por la manera en que me investigaba en silencio.

—Me estas mintiendo.

—¿Por qué habría de mentirte?

—Dímelo tú —suspiró, demasiado serio para mi gusto—. Tú eres la que está diciendo puros embustes.

—Vive tu vida feliz y déjame vivir la mía, ¿quieres? Muérete, púdrete, haz lo que se te dé la gana, ya no es mi problema, Jack.

Me puse en pie de un salto, no deseaba continuar con aquello, ya que sabía que tarde o temprano terminaría desfalleciendo ante él.

Caminé a zancadas con la cabeza gacha, empujé la puerta de vidrio poniendo un pie en el exterior, corrí apresurada, con la esperanza de que no me siguiera, pero cuando estaba a mitad de cuadra, con violencia me tomó del brazo. 

Me observó fijamente, acercó su rostro a centímetros del mío crispándome con su respiración, y con sus ojos acaramelados inyectados en el rencor, soltó su amenaza:

—Voy a hacer que te arrepientas todos los días de tu vida por haberme hecho esto. Por haberme dejado, te haré sentir todo lo que sentí durante siete malditos años.

—Quiero ver que lo intentes —sonreí, para acto seguido, presenciar cómo sus manos me dejaban en libertad.

Contuve mi semblante inexpresivo cuando pasó junto a mí, golpeándome con su hombro a propósito.

Sentí mi cuerpo temblar al quedar sola en medio de la calle y mi respiración convertirse en un jadeo, mientras las lágrimas caían una a una por mis mejillas. 

¿Había hecho lo correcto?

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