My Last Sigh romance Capítulo 2

Escucho el auto de mi papá arrancar y sé que ya se fue a trabajar. Me levanto de la cama y camino hacia el baño algo mareada. Entro en la ducha para darme un baño relajante, al salir me pongo un vestido de flores y unos vans negros. Dejo mi cabello suelto, que cae un poco más debajo de mis hombros (solo un dedo). Tomo lo necesario y bajo las escaleras.

—Buenos días —digo cuando estoy en la planta baja y me siento en una silla del comedor.

—Buenos días y adiós —dice mi hermana, me da un beso y un abrazo —Todo va a salir bien —susurra en mi oído.

Me guiña un ojo y yo le sonrío de vuelta. Sale de la casa, en dirección al trabajo.

—Ya se fue la loca al loquero —dice Isaac cuando mi hermana cierra la puerta y yo me rio.

Mi hermana es psicóloga.

—Isaac, por favor, ya no eres un niño —lo regaña mi mamá.

—Ya lo sé madre, soy un hombre joven muy guapo, si no fueras mi madre estarías loca por mí —dice mientras le dedica un guiño.

Mi mamá rueda los ojos y yo niego con la cabeza divertida.

—Deja la payasada Isaac y termina de comer que nos tienes que llevar al hospital —lo regaña y él hace caso.

Somos tres hermanos, Hazel e Isaac son los mayores. Hazel tiene 26 años, Isaac tiene 22 y yo tengo 20, en pocos días cumplo los 21.

Terminamos de comer y nos subimos al auto.

Y aquí vamos otra vez… Estoy cansada de esto; tengo un tumor en el cerebro, se dieron cuenta a mis 17 años y desde ese día el hospital es como mi segundo hogar. No me quejo mucho y tampoco pienso rendirme tan fácil, porque sé que puedo salir adelante. Al menos eso espero.

En un abrir y cerrar de ojos llegamos al hospital.

—Te llamo si pasa cualquier cosa, que te vaya bien en la universidad, hijo —dice mi madre despidiéndose de Isaac.

—¿Te animas a decirle a Marina que llego un poco tarde? Y de paso le das un beso de mi parte —le guiño un ojo y se sonroja.

Marina es mi mejor amiga, ella y mi hermano están enamorados el uno del otro desde que se conocieron, pero ninguno de los dos es capas de aceptarlo.

—Claro, que te vaya bien Violet, suerte —yo le sonrío, me da un beso en la mejilla y se va.

Él es el único que me dice así por el color de mis ojos; son violetas, sé que suena raro, pero desde siempre los he tenido de ese color, mi mamá dice que cuando nací los tenía grises, luego se me pusieron azul-violeta y después violeta completamente.

Todo se debe a un síndrome, el síndrome de Alejandría, muy pocas personas lo poseen, son contadas las que lo tienen. Este síndrome es el causante de mi color de ojos, el que nunca haya experimentado la menstruación, que carezca de vello en las partes donde debería tener y que no aparente la edad que tengo.

Mi cabello es castaño claro y lo tengo por los hombros, donde termina la nuca (es un avance, porque con la quimioterapia se me cayó por completo), cejas y pestañas del mismo color del cabello; ojos violetas, labios rosados y piel blanca, tengo unas cuantas pecas alrededor de mi nariz. Soy como la rara de mi familia, además de nacer así, tengo un tumor en la cabeza. Lo único que comparto con mis hermanos es el color de piel y con Hazel el color de mi cabello, Isaac lo tiene rubio y rizado como mi mamá. Nosotras sacamos el cabello de mi padre.

—Ya pueden pasar —dice el doctor sacándome de mis pensamientos.

Acompañada de mi madre entro al pequeño consultorio.

—Buenos días doctor —saluda mi madre formalmente.

Yo sonrío y lo saludo con la mano.

—Buenos días, Alejandro —digo y mi mamá me mira.

—Buenos días, Claire —responde este con una sonrisa que muestra su perfecta dentadura.

Alejandro es mi doctor de cabecera y tiene 35 años, a pesar de eso es muy guapo.

—Siéntense.

Acostumbrada a la rutina, me dirijo hacia la camilla y me siento en esta, mientras mi mamá se sienta frente al escritorio del doctor. Ya me sé el procedimiento de memoria. Me siento y él llega a mi lado, comienza a revisarme.

—¿Cómo te has sentido? —suspiro.

—Estas semanas he tenido muchos dolores de cabeza y no se me quitan, los mareos no cesan y las náuseas tampoco; incluso, hubo dos ocasiones en que mi vista se nubló. Se supone que debería estar mejorando, no empeorando. ¿Qué está pasando, Alejandro? —pregunto y él suspira.

—No se quede callado doctor —dice mi mamá, animándolo a dar su pronóstico.

Se pone el fonendoscopio en el cuello, me señala la silla al lado de mi mamá y se sienta en su silla detrás del escritorio.

—No les voy a mentir, en el resultado de tus últimos exámenes, noté que el tumor está creciendo —dice y mis ojos conectan con los de mi mamá.

Ella tiene los ojos cristalizados, toma mi mano y le da un apretón… No puede ser.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: My Last Sigh