Beatriz
El hombre que está cortando las manzanas, sentado frente a la encimera, justo del otro lado donde yo estoy, me tiene completamente minorizada. Realmente no puedo creer que sea tan servicial.
Mis ojos también se fijan inexplicablemente en venas que se han hecho más notables cuando empuña con fuerza el cuchillo. Carraspeo sintiendo que es del todo inapropiado mirarlo de este modo. Peino hacia atrás el mechón de mi cabello que se ha soltado de mi peinado diciéndome que debería haberme vestido de otra forma.
Este vestido de pijama que llega hasta mis rodillas cubierta en los hombros con la bata de dormir a juego no es apropiado en lo absoluto, pero tampoco esperaba que él viniese aquí. Corto cuidadosamente las verduras que voy a preparar como ensalada. El hombre a unos metros de mí comienza a hablar.
—Realmente no quiero forzarte o que pienses que me debes algo, pero necesito tu ayuda — suspira — no quiero lastimar a mi madre y solo quiero que sea feliz.
—Comprendo — digo sin dejar de cortar las verduras — pero no sé si mentir de esta forma es la correcta — niego — en especial porque las mentiras siempre traen consecuencias — la tristeza se apodera de mí — míreme, le mentí a mis padres sobre no ir a otro sitio que la iglesia o que pasaba el día con mis amigas y terminé así—limpio mis ojos con el dorso de mi mano — dije tantas mentiras que cuando traté de desmentir al padre de mi bebé nadie me creyó.
—No creo que eso sea la misma situación — responde en él — además, ese hombre que te mintió es el verdadero culpable y tus padres no debieron dejarte sola.
—Es muy fácil decirlo, pero quizás sí que tuve la culpa por mentir y dejar que ese hombre me engatusara.
—Eso no es verdad — responde él — créeme, esto es la vida y a pesar de todo tus padres debían apoyarte, así que no te sientas culpable, ¿vale?
Me siento tan agradecida con escucharlo decir eso que mi corazón se desboca, mis ojos dejan caer las lágrimas. El cuchillo se mueve y un gemido escape de mí cuando corto uno de mis dedos. Bajo la vista sintiéndome como una tonta, pero ni siquiera tengo tiempo de mirar realmente mi herida porque Lucas corre llevando mis manos bajo el agua del grifo.
—¿Estás bien?
—¡No! — lloro agotada — me siento sola, me siento culpable de todo esto y estoy tan aterrada de no ser lo suficientemente buena para cuidar a mi bebé después de todo esto.
—No tienes que sentirte así — dice él envolviendo mi mano en un paño de cocina — eres una chica capaz de todo y si aceptas mi propuesta te prometo que te ayudaré hasta que estés lista para seguir tu camino por ti misma.
Pienso en sus palabras, lo miro una vez más y puedo ver la sinceridad en sus ojos, soy llevada hasta la habitación, veo al chico entrar al baño para regresar después de unos minutos con un botiquín de primeros auxilios que ni siquiera sabía que estaba en casa.
El doctor me hace sentarme en la cama, desenvuelve mi mano que ahora está sangrando menos. Lo ceo rebuscar algo de ungüento en la herida. Hago una mueca cuando ese producto escuece ligeramente y no puedo evitar sentirme aún más agradecida de él.
—Debes tener mucho cuidado a la hora de cortar las verduras — me dice — llorar durante el embarazo es bastante común, pero debes tener mucho más cuidado — me mira — incluso podría suceder algo peor si el cuchillo cayera al suelo así que por favor prométame que tendrá más cuidado.
—Lo prometo.
Susurro viéndolo colocar la curita alrededor de mi dedo, organiza las cosas una vez más en el botiquín y me guiña un ojo ligeramente antes de ponerse en pie para regresar el botiquín a su lugar. Miro la curita en mis dedos. Siento la tristeza una vez más consumir mi cuerpo y cuando mi doctor sale del baño me pongo en pie.
—¡Dije que no llamaras a esta casa! — me grita — dije que no quería saber nada de ti, acaso no entendiste.
—Mamá quería pedirte una vez más que me escucharas, que me creas que yo realmente pensé que me casaría con…
—Cierra la boca, no puedo escuchar a una mentirosa, pecadora que ha manchado el honor de nuestra familia y que nos ha puesto en vergüenza ante dios por libidinosa.
—¡Mamá, por favor yo…!
—No soy tu madre ya, no llames más, mi hija murió y tú no eres más que una pecadora, pero trataré de rezar por ti para que no vayas al infierno junto a ese pobre niño que vas a traer al mundo siendo fruto del pecado.
La llamada es finalizada, mi respiración está entrecortada y siento que la tristeza va a acabar conmigo. Camino rápidamente hasta el bolso donde dejé el número del doctor. Marco con dedos temblorosos el número, pero ni siquiera tengo que esperar mucho antes de que conteste.
—¿Estás bien?, ¿sucedió algo?
—Haré lo que me propuso — le digo — me haré pasar por su novia.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: ¡Papá compró una mamá psicóloga!