Un café para el Duque. (Saga familia Duque Libro 1) romance Capítulo 6

La jovencita enrojeció al recordar que le mintió, y más por lo que su hermano mencionó, miró como el semblante de Joaquín se iluminó, y una amplia sonrisa apareció en los labios del joven.

—¡Vaya! —exclamó—, así que vos querés casarte con un Duque —mencionó divertido—, debo aclararte que yo, no estoy disponible. —Elevó una de sus cejas mirándola a los ojos.

María Paz lo observó de pies a cabeza.

—Con un Duque de verdad, no con una imitación barata —expresó avistándolo con desdén.

—Ya quisieras que este Duque se fijara en vos —mencionó él.

—Dios te agarre confesado Joaquín —intervino Santy riendo. María Paz golpeó con su puño a su hermano.

—¡Son un par de idiotas! —recriminó a ambos la jovencita. 

Los dos chicos soltaron una carcajada y luego el joven colombiano se dirigió a su amigo: Santiago. 

—¿Tu hermana menor no se llama Isabella? —inquirió observando a Santiago, y luego la miró a ella.

—No, creo que te confundiste Isabella es la mayor —explicó, y se acercó a la jovencita y la rodeó con su brazo—, ella es María Paz.

Joaquín la miró a los ojos y con discreción la observó de pies a cabeza, se talló la frente.

—Bonito nombre, pero no tenés cara de llamarte así —mencionó él, arqueando una ceja.

—¿Por qué estás lleno de grasa y hueles a gasolina Santiago? —preguntó la chica, desviando el tema de conversación, enseguida olfateó su ropa, que por abrazar a su hermano se le había impregnado el olor al combustible.

—Es que se le dañó el auto a mi amigo, pensamos que era algo sencillo de arreglar.

María Paz se soltó a reír con una risa contagiosa, que se escuchaba en toda la casa.

—¿Y desde cuándo eres mecánico hermanito? —preguntó la joven observando de reojo al amigo de Santy.

—Pensamos que era una cosa sencilla, nos equivocamos —respondió Santiago, sonriendo a su hermana menor—. Voy a la cocina por algo de beber. ¿Qué deseas? —preguntó a Joaquín.

—Un whisky —contestó el joven.

—Un café —rebatió María Paz—. En esta casa no se bebe licor —enfatizó.

Santiago arrugó el ceño, pensativo, no comprendió la actitud de su hermana.

—Un café para este Duque —expresó Joaquín sonriendo.

Santiago dio vuelta y se dirigió a la cocina, entonces él se acercó a la joven.

—Parece que vos y yo estamos predestinados a encontrarnos —mencionó—, y por cierto no sabía que la hermana de mi parcero, decía mentiras.

María Paz frunció los labios, y luego bufó ante el cinismo de él.

—Soy una mujer precavida que es distinto, y no le iba a dar mi nombre real a un tipo que se presenta como el Duque de Manizales —bufó—. Qué tal eras un acosador.

Joaquín elevó una de sus cejas, esbozó su particular sonrisa.

—¿Tengo cara de serlo? —cuestionó.

—Caras vemos, corazones no sabemos —mencionó ella—, además se dicen tantas cosas de ti.

—Imagino que hablan cosas buenas de mí —aseveró él.

—Mujeres, trago, fiestas, derroche. —Enumeró con sus dedos la jovencita.

—Divino, atractivo, alegre, muy bueno para el baile —prosiguió él—, además muchas mujeres dicen que soy como el café de mi tierra: un elixir, irresistible, y ardiente —susurró.

María Paz abrió sus labios y sus mejillas se sonrojaron al escucharlo, parpadeó un par de veces, tomando aire.

—¡Qué atrevido! —recriminó.

Justo cuando Joaquín iba a replicar los padres de María Paz ingresaron a la sala, venían de una reunión en casa de sus amigos los García.

—¿Cómo está el hombre más guapo del planeta? —preguntó María Paz acercándose a su padre, quien le sonrió y abrazo a su hija.

—¿Qué te pasa María Paz? —se preguntaba así misma—. No te das cuenta de que él es un coqueto, ¿además desde cuando te interesan los amigos de tu hermano? —se cuestionó—. Está bien guapo, y esa mirada…— comentó sintiendo su corazón temblar, entonces se dirigió al cuarto de baño y mojó su rostro, se observó al espejo, y luego tocó su mejilla recordando el beso que le dio. —¡Reacciona María Paz! — se empezó a dar palmadas en su rostro. Para dejar de pensar en Joaquín prefirió darse un baño, encendió su reproductor: «Sweet child on mine by Guns and Roses» empezó a sonar a todo volumen.

****

En el camino al departamento de Joaquín, el joven permanecía callado, recordando la sonrisa tan fresca y natural de la hermana menor de su mejor amigo. Aquella alegría que ella trasmitía, la forma en la que esas personas interactuaban, era todo lo contrario, a la de él. En pocas palabras el joven no tenía familia, su padre lo envió a los doce años al internado al igual que a su hermano Carlos.

—¿Por qué tan callado? —preguntó Santiago.

—Por nada, parce, a veces uno extraña la tierra, la familia, vos sos afortunado al tener cerca a tus seres queridos.

Santiago arrugó el ceño y se dirigió a su amigo.

—Parece que el viaje a tu país, te hizo bien, veo que extrañas tu tierra, y tu familia.

Joaquín desvió esa pregunta con otra.

—Vos creés que para mañana me entreguen mi auto... ¡Qué vaina! —Se rascó con las dos manos la cabeza en señal de desesperación.

—No sabemos qué daño tiene —respondió Santiago, ambos continuaron conversando sobre autos, la universidad y no volvieron a tratar el tema de la familia.

Cuando Joaquín llegó a su edificio e ingresó a su departamento sus ojos se desviaron a la fotografía que tenía sobre el buró. Tomó en sus manos el portarretrato que contenía la foto de Luisa Fernanda, su madre, quien aparecía con su característica sonrisa, y su dulce mirada. Su mamá era una persona muy buena y querida en Manizales, los empleados de la hacienda, recolectores, vecinos, lloraron su muerte.

Joaquín ingresó a su habitación no estaba acostumbrado a la soledad, por eso es que cada noche pasaba en fiestas, con distintas mujeres, porque cuando se hallaba solo en casa le atormentaba el hecho de que él pensaba que su madre tuvo aquel fatal accidente por su culpa. El joven cerró los ojos y rememoró ese fatídico día.

—¡Perdóname mamá! —susurró sollozando. —Yo no debí llamarte, todo fue mi culpa, si yo no te hubiera dado quejas... tú estarías conmigo y mi vida no sería la porquería que hoy en día es —expresó llorando sin consuelo, abrazado a la fotografía de su madre.

Luisa Fernanda lo observaba, intentaba cobijarlo con su aura, pero le era imposible.

—Espero que ella pueda rescatarte de las sombras, yo solo abrí el camino para que ustedes se conocieran, lo demás depende de vos, mi niño —expresó—, no dejes pasar la oportunidad que se te presenta en el camino, ella es la luz que necesitas.

Joaquín arrugó el ceño, y parpadeó, por primera vez alcanzó a escuchar esa dulce voz, se estremeció y su piel se erizó, pero tan solo logró identificar la última parte, luego colocó la fotografía de su madre en la mesa de noche, y cuando cerró sus ojos, la imagen de María Paz Vidal se vino a su memoria, enseguida abrió sus ojos y se pasó la mano por la frente.

—¿Qué me pasa con vos? —Se cuestionó monologando—, porque no te puedo sacar de mi cabeza —expresó inquieto, era la primera vez en su vida que no se podía sacar de la mente a una mujer, y lo más grave era que con ella ni siquiera había tenido contacto físico, como con las otras a las que frecuentaba, para él María Paz era tan distinta, y sobre todo esa manera de mirarlo, lo desarmaba por completo, dejándolo vulnerable, y eso era señal de peligro, él sabía que no podía amar a nadie, tenía miedo de las palabras de Luz Aída, y su famosa maldición.

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