—He preparado algunos biberones más tarde, la bebé tendrá hambre en cualquier momento.
—Gracias, abuela.
—De nada, hija. No, no. Así no es.
—¿Qué no es así?
—Dámela, te enseñaré.
No sabía que había hecho mal, así que decido obedecer la y entregarle a Mía. Ella la toma en sus brazos, se coloca una pequeña toalla sobre su hombro y hace que Mía deposite su cabecita sobre su hombro para después dar leves golpes en su espalda.
—Siempre que la alimentes debes sacarle los gases, de esta manera. ¿Lo entiendes?
—Lo entiendo perfectamente.
—Muy bien, cuando llegue el momento de cambiarle sus pañales, te explicaré como se hace y también de cómo debes bañarla.
—De acuerdo, gracias abuela. No sé qué haría sin ti.
—Estamos juntas en esto, jamás te dejaría sola.
—Lo aprecio mucho, en serio lo aprecio mucho.
—No te preocupes mi niña, lograremos sacar adelante a esta bebé. Tú y yo, siempre.
—Siempre.
Me sentía la mujer más afortunada, aunque no contaba con la presencia de mis padres. Contaba con una mujer maravillosa. Mi abuela siempre me ha apoyado en todas mis decisiones, ella me conoce mejor que cualquier otra persona.
Siempre fui de las que personas que es responsable con sus actos. Y todo eso se debe a que ella fue quien me enseñó a tener valores.
Cuando llegó el momento de aprender a colocar un pañal, no fue lo que esperaba. Mía había hecho un desastre en su pañal. Mi abuela no dejaba de reírse por mis caras, según ella, hacia los gestos más graciosos del mundo.
—Muy bien Mía, espero que a la próxima no hagas un desastre.
—Acostúmbrate, serán muchas veces en las que hará un desastre y a veces será peor que esta vez.
Resoplo tras escuchar lo que ha dicho, mientras que ella se ríe de mí.
—Es hora de dormir, ya es muy tarde. Cambia su ropa y ponle un pijama para que se sienta más cómoda.
—Está bien, lo haré.
Cargo a Mía y me voy con ella hasta mi habitación. Tomo un pijama color blanco y la dejo sobre la cama. Le cambió su ropita y una vez que he terminado, la vuelvo a cargar para darle de comer y luego hacer que se duerma.
Por instinto mi cuerpo se balancea con cuidado como una manera de arrullarla. Canto con suavidad aquella canción llamada Lavander's blue que solía cantar mi madre antes de morir.
Al terminal la canción, ella ya se había dormido. La dejo sobre la cama y coloco algunas almohadas a su alrededor y luego le doy un suave beso en su cabecita.
—Dulces sueños, pequeña Mía.
Sonrío como tonta, me sentía realmente feliz de tenerla conmigo.
—Vas a hacer un gran trabajo, estoy segura de ello mi niña.
—¿Tú lo crees?
—Por supuesto que lo creo.
—Tengo miedo de fallar.
—Es de humanos equivocarse, ninguno recibe un libro donde trae todas las instrucciones para cuidar de un bebé. Todo lo aprendes por instinto y también con ayuda de quién tiene experiencia.
—Tienes razón, abuela.
—Vamos a descansar, es tarde y deberás aprovechar siempre que Mía esté durmiendo para descansar. Tus noches ya no serán tan tranquilas como piensas.
—De acuerdo, hasta mañana.
—Hasta mañana mi niña.
Durante toda la noche no pude dormir bien, no dejaba de verificar si Mía seguía respirando. Además, de darle de comer unas cuantas veces y, por supuesto, de cambiar su pañal.
—Señora Clarisa, buenos días. Por favor, pase.
—Buenos días, Zoe.
—Buenos días, muchacha.
—Buenos días, señora.
—Por favor, llámame abuela. Me gusta más.
—Por supuesto, puede llamarme Clarisa.
—Muy bien.
—¿Están listas para registrar a Mía?
—Primero desayunen, he preparado unas ricas tortillas de papa al estilo de mi amada España. Luego nos iremos.
—Gracias abuela.
—Muchas gracias.
Al terminar nuestro desayuno, tomamos nuestras cosas y nos subimos al coche de la señora Clarisa.
Me sentía ansiosa, puesto a que hoy sería el día en que Mía se convierta en mi hija legalmente.
¿Quién no estaría ansioso por eso?
Tendré una hija después de todo.
—Hemos llegado, ¿estás segura de lo que harás Zoe?
—Lo estoy, señora Clarisa. Estoy más que segura.
—Muy bien, entonces vamos.
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