La señora Clarisa conduce hasta unos almacenes cercanos donde podíamos conseguir las cosas básicas que requeríamos para la bebé Mía, la cual estaba envuelta en una de mis blusas.
Las tres nos bajamos del auto y entramos a uno de los almacenes que allí había. Observamos varias de la ropa que ahí tenían y escogemos algunos conjuntos que eran muy hermosos y, sobre todo, económicos.
Me había enamorado de un conjunto color rosa pastel. Traía su blusita, pantaloncito, medias, guantes y un gorrito, todo en rosa pastel con algunos detalles en blanco.
Una de las vendedoras nos permite vestir a la bebé en uno de los vestidores, se veía hermosa con ese conjunto. Beso, su cabecita y sonrío.
—Mía, soy Zoe, tu nueva mamá. Te prometo que te cuidaré y haré que te conviertas en una niña muy fuerte.
No sabía si era normal el sentir aquel sentimiento que estaba experimentando. Pero me sentía completa con la pequeña Mía, era como si de verdad fuera mi hija y a quien había comenzado a amar con sinceridad.
Salgo con ella en mis brazos, cuando mi abuela y la señora Clarisa la ven vestida, se dejan llevar por su instinto maternal y comienzan a expresar lo bella que se ve. Incluso las vendedoras del almacén se emocionaron al verla.
—Hemos escogido varias cosas para Mía, espero que te guste.
Observo a la señora Clarisa, quien estaba enseñando varios conjuntos. Al igual que cobijas y pañales, todo lo necesario. Me sorprendo mucho al ver la montaña de ropa que habían formado.
—¿No creen que es mucho?
—Para nada.
—Tu abuela tiene razón, esto no es nada comparado con lo que Mía va a necesitar a medida que crezca. Tranquila, podrás hacerlo. Además, nos tienes a nosotras.
—Gracias.
—Vamos, debemos pagar esto e ir a casa. Esta anciana está exhausta por tanto trabajo por hoy.
—De acuerdo abuela.
Intento pagar por todo lo que se ha escogido, pero mi abuela y la señora Clarisa se niegan. Ellas proponen pagar por todas las cosas, sonrío y sollozo un poco, me sentía afortunada de tenerlas en mi vida.
Aunque llevaba poco de conocer a la señora Clarisa, me estaba encariñando con ella y por momentos la sentía como a una madre.
—Por favor, esperen.
Me giro para mirar a la vendedora que nos había atendido, esta viene junto a una señora que aparentaba unos cincuenta años.
—Hola, es un placer. Soy la señora Gómez, dueña de esta tienda. Aquí tiene.
La miro extrañada cuando me extiende una bolsa, la recibo y miro por encima lo que en ella contenía. Estaba segura de que llevábamos todo lo que compramos.
—Lo siento, señora Gómez. Creo que se ha equivocado, llevamos todo lo que hemos comprado.
—Lo sé, es un obsequio de nuestra tienda. Su hija nos ha maravillado a todas con su belleza, así que, por favor, acepten este obsequio.
—Siendo así, se lo agradezco mucho.
—Muchas gracias, señora.
—Esta anciana se lo agradece mucho.
—Descuiden, espero que vuelvan pronto.
—Lo haré.
Despido a la señora Clarisa, una vez que ella se va, regreso a donde estaba mi abuela con Mía.
Las observo un rato y luego regreso a la sala por las cosas de Mía. Llevo todo a mi habitación y comienzo a sacar todo para guardar sus cosas en mi armario.
Apenas termino de guardar todo, escucho a Mía llorar. Corro hasta donde estaba ella, mi abuela me mira y me dice.
—Debes ir a comprar la fórmula para su biberón. Tiene hambre y tú no produces leche, y menos yo. Ve a la farmacia y compra todo, ¡corre!
Obedezco a mi abuela, tomo mi cartera y voy hasta la farmacia más cercana. Compro la fórmula, dos biberones y algunas cremas que me recomiendan para que su cuerpito no se quemará al usar los pañales, también compro shampoo, jabón y perfume para bebé.
Regreso a casa y le enseño todo lo que compré a mi abuela. Ella me enseña cómo preparar el biberón de Mía, ella no dejaba de llorar por el hambre que tenía. Mi abuela la calma, mientras yo corro en hacerle su biberón.
Apenas observo que se ha enfriado, se lo iba a entregar a mi abuela, pero ella me lo quita y me entrega a Mía.
—Sostenla así, cuidado con su cabeza. Ahora siéntate, tú la alimentarás, a partir de ahora es tu hija y debes aprender como alimentarla y todo lo demás. Yo te enseñaré.
—Gracias, abuela.
—No hay de qué mi niña.
Sigo las indicaciones de mi abuela y Mía comienza a beber su biberón de inmediato.
Ella comía con mucha tranquilidad. No podía dejar de observarla y cuando por fin retiro mi mirada de ella, me doy cuenta de que mi abuela ha preparado otro biberón.
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