Elena se burló.
-Es una ingrata. Papá la trató bien durante estos últimos años para nada.
—¡Cállate! —Carlos le lanzó una mirada antes de voltear a verme con impotencia—. Es tarde. El funeral de tu abuelo ya terminó. Ve a casa.
-Gracias, tío.
Tanto Elena como Carlos tenían 50 años y no tenían hijos, pero vivían muy cómodos con las acciones del Corporativo Ayala. Elena podía ser charlatana, pero no era una mala persona. Eran una linda pareja que muchos envidiaban. Mientras se retiraban, me paré enfrente de la tumba de Jorge, pensando. Mi relación con Alvaro podría terminar ahora que el abuelo falleció.
«Después de todo, voy a perderlo»
-Abuelo, cuídate. Vendré a visitarte. -Di una reverencia
antes de dar la vuelta e irme. A pesar de eso, me quedé sorprendida por un momento al ver a la persona enfrente de mí.
«¿Cuándo llegó Alvaro?»
Estaba vestido de negro con una expresión estruendosa, parado cerca y observando la tumba de Jorge con firmeza. Fui incapaz de saber en qué pensaba y al verme, dijo:
-Vámonos.
«¿Vino a recogerme?»
-No la empujé. -Enfrenté su mirada y contuve la amargura en mi corazón—, Alvaro, no tengo ¡dea de lo que hay en la caja. No la iba a usar para amenazarte a quedarte casado conmigo. ¿Quieres el divorcio? Bien, mañana mismo lo haremos.
El cielo estaba oscuro y se podía escuchar la lluvia caer por afuera de la ventana mientras un silencio profundo colgaba en el aire. Alvaro se asombró de que acepté a divorciarme de él y luego de una pausa, replicó:
-Rebeca sigue en el hospital. ¿Planeas divorciarte para poder salir ¡lesa?
-¿Qué quieres que haga? -Como su querida novia estaba en el hospital, era evidente que no me iba a dejar ir tan fácil.
-Vas a tener que cuidarla empezando mañana -anunció y enderezó su espalda con los dedos tocando el volante de forma casual.
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