No sabía lo que planeaba y solo asentí.
«A veces, uno puede sentirse inferior en una relación sin razón alguna»
Estaba acostumbrada a seguir las instrucciones de Alvaro y siempre lo obedecía a pesar de odiarlo. Mientras el vehículo se acercaba a la ciudad, pensé que me iba a dejar en el chalé y para mi sorpresa, se fue directo al hospital. El aroma de antiséptico flotaba por el aire, penetrando cada esquina del lugar. No me gustaba, pero seguí a Alvaro hasta el cuarto de Rebeca sin decir nada. Rebeca estaba atada a un suero acostada en la cama con una apariencia más frágil y pequeña. Cuando nos vio entrar, su expresión se puso seria y luego de un largo silencio, habló:
—No quiero verla, Alvaro.
Su bebé había muerto y ya no tenía su aura maternal. Se convirtió en una persona frívola y rencorosa. Alvaro se acercó a ella y la abrazó apoyando la barbilla en su frente tratando de consolarla, murmurando:
-Vino a cuidarte. Es lo menos que puede hacer. -La forma en que se adoraban y eran tan íntimos era como una daga en mi corazón. Rebeca apartó sus labios para decir algo, pero decidió no hacerlo y le lanzó una sonrisa a Alvaro.
-De acuerdo, tienes la última palabra. —Estaban hablando de mí, pero no logré entrar en la conversación y fui obligada a obedecer sus instrucciones. Alvaro era un hombre ocupado; era un Ayala, pero no fue al funeral de Jorge. Debía encargarse de los negocios familiares y no tenía tiempo de acompañar a Rebeca durante su estancia en el hospital. Al parecer la única persona que estaba libre para cuidarla era yo. A las dos de la mañana, Rebeca seguía despierta porque había dormido mucho durante el día. No había camas extras en el hospital y tuve que recurrir a sentarme en una silla al lado de su cama. Al sentir que yo seguía despierta, Rebeca pronto volteó a verme.
-Samara, eres demasiado inferior.
No supe qué responder y solo me quedé viendo mi anillo de compromiso por un largo tiempo antes de mirar hacia
arriba.
-¿No se supone que el amor es así?
Rebeca no entendió lo que quise decir y luego de una pausa, sonrió.
Tomó el vaso y de pronto me agarró. Yo traté de alejarme de manera instintiva, pero se me quedó viendo intensamente.
-Hagamos una apuesta, ¿quieres? ¿Se preocupará por ti? -Asombrada, me di cuenta de que Alvaro estaba
parado enfrente de la puerta y no lo vi llegar. Rebeca me miró y con calma, me preguntó- ¿Quieres apostar? -No dije nada y la dejé verterme el agua sobre mi mano. Un instante dolor agonizante atravesó mis sentidos y acepté la apuesta con mi silencio. Rebeca bajó el vaso y de manera inocente, dijo-. Lo siento, no lo hice a propósito. El vaso estaba muy caliente y se me cayó. ¿Estás bien?
«¡Es una hipócrita!»
Retiré mi mano, mordiéndola del dolor.
-Estoy bien -respondí, sacudiendo mi mano.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Amor arrepentido contigo