Matt tenía que reconocerlo: era linda aquella fiera cuando se sonrojaba, pero apenas la vio a punto de protestar, levantó una botella de agua helada y la pegó a sus labios.
—¡Sht, sht, sht! Calladita hasta que se te pase…
—¡¿Qué calladita ni qué ocho cuartos, Matthew!? ¡¿Te quieres vestir?! —escandalizó ella y Matt apretó los dientes señalando a la habitación donde estaba su hijo.
—¿Quieres despertar a Sian? —la regañó.
—¡Claro que no quie…! —respiró profundamente y habló más bajo, entre dientes, como si estuviera a punto de saltarle encima y no precisamente para hacerle cosas buenas—. ¡Claro que no quiero despertar a Sian! ¡¿Pero te mataría no andar medio desnudo!?
—No ando medio desnudo, solo olvidé ponerme una playera porque no sabía que ibas a estar aquí como una lechuza resentida lista para enojarte por cualquier tontería.
Matt se cruzó de brazos ¡a propósito! mientras aquel gesto realzaba la tensión de sus pectorales y hacía que Heilyn lo mirara con cara de asesina en serie.
—¡Eso, tú provócame que vas por buen camino! —rezongó agarrando lo que quedaba de su taza de té y llevándosela mientras Matt la miraba marcharse en aquel pijama excesivamente grande.
Si era honesto aquella mujer tenía algo que lo hacía querer ponerla de los nervios. Quizás porque hasta ese momento era la emoción que la hacía ver sexy y lo prefería mil veces a verla llorar de nuevo.
Matt frunció el ceño encajando aquel pensamiento y carraspeó un poco nervioso, rascándose la nunca antes de agarrar la botella de agua que había ido a buscar y marcharse a su habitación. Durmió mal el resto de la noche, de cuando en cuando se levantaba y se asomaba a la habitación de la muchacha, donde el pequeño la pateaba de cuando en cuando entre sueños y ella lo acomodaba medio dormida.
Finalmente los vio salir perfectamente arreglados al día siguiente y Sian casi saltó sobre el sofá emocionado cuando vio todo el desayuno que habían traído a la habitación. Heilyn apenas miró a Matt por el rabillo del ojo y le dio unos “buenos días” muy ligeros.
Se sentaron a desayunar, pero a pesar de la tensión entre ellos, la alegría de Sian hacía que todo cobrara un nuevo sentido y logró arrancarles una sonrisa.
Salieron del hotel caminando mientras Sian iba entre los dos, saltando y mirándolo todo, y Heilyn se dio cuenta de que a medida que los minutos pasaban, el semblante de Matt iba ensombreciéndose un poco, hasta que llegaron a un parque cercano.
Era un sitio realmente hermoso, abierto y con muchos juegos para niños, y Sian estaba listo para unas auténticas vacaciones en familia.
—¡Me quiero subir a ese tobogán! ¿Te apuntas? —preguntó Matt inclinándose hacia el pequeño y un segundo después los dos corrían sobre la hierba.
—Es un niño muy bueno. Nunca hizo berrinches de bebé, es muy juicioso, muy activo, pero tiene muy buen carácter y es muy cariñoso —aseguró ella.
—Entiendo —sonrió el doctor.
—¿Y entonces? ¿Ha visto algo extraño? —preguntó Matt con inquietud.
—Es cierto que tiene un cierto desbalance. —El médico respiró profundo—. Pero no puedo decir nada más hasta hacerle estudios más profundos, empezando por una resonancia.
Heilyn pasó saliva mientras hacía un esfuerzo para que sus ojos no se llenaran de lágrimas.
—Yo no lo sabía, no sabía que había tenido un accidente o de lo contrario yo hubiera… yo lo hubiera llevado al médico… —Aquel nudo en su garganta no se iba, pero el médico le tomó una mano con un gesto amable.
—Cálmese, esto no es su culpa. Solo vamos a asegurarnos de que esté bien, ¿de acuerdo? —le dijo con paciencia—. Ahora vamos a llevarlo al hospital.
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