Aquel baño era hermoso. Los mármoles claros, probablemente importados, tenían formas extrañas que invitaban a cualquier mente torturada a perderse en ellos, y en aquel momento la de Blair definitivamente lo estaba.
Ni siquiera supo en qué momento dejó de llorar, acurrucada en una esquina de la habitación mientras veía la pared blanca frente a ella y luchaba contra el hecho de que no podía hacer nada.
No podía irse, no tenía la fuerza necesaria para pelear contra Nate, lo único que podía hacer era un escándalo, decirles la verdad a todos... Pero ¿cómo iba a terminar eso para ella y para su hija? ¿De verdad podía confiar en que Rufus Vanderwood se pusiera de su parte? Nate era un hombre demasiado poderoso, lo mismo que aquella familia. Ni siquiera imaginaba lo que serían capaz de hacerle.
¿Qué otras opciones tenía? ¿Escapar de él? ¿De un hombre que podía encontrarla en cualquier lugar donde se metiera? Nunca, ni siquiera en el momento en que había sabido que estaba enferma, Blair había tenido tan pocas esperanzas y las manos tan atadas.
Para cuando por fin amaneció, Blair estaba debajo del agua de la ducha y luego intentaba maquillar frente al espejo las marcas de toda una noche llorando. Puso su mejor cara en el desayuno porque sabía que no tenía otra opción, pero apenas salió con Nathalie a dar un paseo por los jardines mojados por la lluvia, cuando frente a ellas apareció la persona que menos había esperado.
—Matthew… buenos días —saludó intentando forzar una sonrisa pero él se notaba demasiado incómodo.
—¿Qué haces aquí todavía Blair? —la increpó y la muchacha tragó en seco, nerviosa.
—¿Qué...? ¿Qué quieres decir? —murmuró.
—¿Por qué sigues aquí? ¿Por qué sigues con Nate? ¿O me vas a decir que esos acuerdos entre él y tú son suficientes para que le perdonaras tan rápido la basura que te hizo ayer?
Blair se envaró de inmediato mientras su corazón latía apresuradamente. ¿Cómo sabía Matthew de los acuerdos? ¿Cómo lo había averiguado? ¿O solo estaba tratando de sacarle información?
—No sé de qué estás hablando... —intentó retroceder pero él le dio la vuelta al cochecito para enfrentarla.
—Solo estoy preocupado por ti, ¿entiendes eso? Me importa poco lo que tengan tú y mi hermano, solo estoy preocupado por ti.
—Y te lo agradezco de verdad, Matthew, pero no sé de qué acuerdos estás hablando —declaró Blair con tono neutro.
Si no confiaba en Nate, mucho menos confiaba en Matthew. La verdad que ya no creía en nadie de aquella familia. Tanto secretos, tantas mentiras, podían parecer muy hermosos desde fuera, pero a cada minuto parecía que aquello solamente eran las apariencias de cara al mundo.
—Lamento mucho haberte preocupado, pero Nate y yo estamos bien —le dijo antes de despedirse con la cordialidad justa.
Desde un rincón de la terraza y sin que pudieran verlo, Nate intentaba controlar aquella punzada de celos que sentía al ver a su hermano cerca de Blair. Ni siquiera sabía si era por el pasado o por el presente. Pero más que cualquier mala emoción que pudiera albergar, lo que crecía era la culpa de verla retraída y tratando de estar sola con Nathalie a toda hora.
Tenía una habilidad especial para forzar la sonrisa, al punto de que la gente creyera que todo estaba bien. Quizás eran años de práctica, o quizás lo hacía para no estresar a la bebé, lo único de lo que Nate estaba completamente seguro era de que odiaba verla así. Odiaba lo que le había hecho, y se odiaba a sí mismo por haberla lastimado.
—¡Dios, tengo que solucionar esto, pero ¿cómo?! ¿¡Cómo, Dios mío!? —murmuró con desesperación sabiendo que no había palabras ni actos que pudieran redimirlo.
Pasó el resto del día intentando no incomodarla y no la tocó en ninguna de las dos comidas, no hubo ni besos, ni abrazos, ni cariño, solo la cordialidad inicial, y ni siquiera sabía por qué pero aquello lo estaba matando.
—Hijo, por favor, ¿puedes preguntarle a Blair en qué parte de la despensa dejó la masa para mañana? ¡Es que no la encuentro! —le pidió a su madre viéndolo sentado frente a la chimenea del salón y Nate asintió en silencio, sabiendo que estaba usando aquello solo como una excusa para poder ir a hablarle.
Tocó a la puerta y le empujó despacio, viendo a la muchacha sentada en el alféizar de la ventana mirando la noche lluviosa.
—¿Nathalie? —preguntó él viendo que la puerta hacia el cuarto de la bebé estaba cerrada.
—Dormida —respondió ella levantándose.
—Bueno, mi madre quiere saber dón...
Sin embargo aquella palabra murió en su boca y Nate contuvo el aliento cuando la vio sacarse el suave camisón por la cabeza, quedándose en ropa interior frente a él.
—¿Qué... qué haces? —preguntó Nate clavando la mirada en el suelo a sus pies, pero su vista periférica podía captar perfectamente la forma en que ella terminaba de desnudarse en silencio.
Cada gesto era mecánico, sin emoción y sin vida, como el de la persona que solo se quita la ropa y la lanza el cesto sucio para ir a bañarse.
Pero cuando aquella mujer le dio la espalda y apoyó las dos manos en el tocador, Nate no pudo evitar que su pecho exhalara un jadeo de punzante dolor.
—Blair ¿qué haces...? —murmuró con los dientes apretados mientras sentía aquel nudo que se apretaba y se retorcía dentro de él—. ¡Blair... Blair mírame...!
Nate respiró pesadamente mientras se levantaba también de la mesa y se alejaba de allí.
—Pasé por la cocina y vi que la fórmula que trajimos para Nathalie ya se está terminando —dijo acercándose a la muchacha que se afanaba entre recortes de colores—. ¿Podrías acompañarme a la ciudad a comprarle más?
—Yo te anoto el nombre, no hay problema... —intentó negarse Blair pero él sostuvo su muñeca con un gesto rápido antes de que agarrara la pluma.
—Ven conmigo, Blair, vamos a salir de aquí un rato.
Y como ya no sabía si era una orden o una petición, simplemente se puso de pie y lo acompañó hasta el auto.
Nate dio algunas vueltas por la ciudad hasta estacionarse en un enorme supermercado donde además de la fórmula de Nathalie, también le compró algunos juguetes y una mantita esponjosa para el frío.
—¿Necesitas algo para ti? O solo... ¿quieres llevar algo?
Ella apretó los labios por un segundo y lo miró.
—¿Crees que comprándome cosas vas a hacer que esto desaparezca?
—¡No estoy haciendo eso, yo solo solo...! ¡Maldición solo pídeme lo que quieras, cualquier cosa! ¡Lo que sea! —exclamó con impotencia.
—Quiero irme —sentenció ella—. ¿Puedes darme eso? —Y le sonrió con amargura cuando vio su negativa.
Sin embargo cuando estaba a punto de darse la vuelta para salir de allí, sus ojos tropezaron con algo y una idea triste pero certera se asentó en su cabeza.
—Dijiste “cualquier cosa”, ¿verdad?
"Cualquier cosa menos irte", pensó él mientras seguía los ojos de Blair y frunció el ceño sin entender qué era lo que estaba pidiendo.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: BEBÉ POR ENCARGO