BEBÉ POR ENCARGO romance Capítulo 21

“Caldo de pollo”, fue el primer pensamiento que cruzó la mente de Matt antes de lanzarse de la cama y correr hacia la habitación de Sian. Heilyn seguía acurrucada entre las mantas, pero apenas puso una mano sobre su frente notó lo alta que tenía la temperatura.

—¡Diablos…!

—Mami está enferma ¿verdad? —preguntó Sian acercándose y Matt hizo un acopio de entereza para no asustar a su hijo.

Lo rodeó con un abrazo suave y le revolvió el cabello.

—Un poquito, mami está un poquito enfermita, pero solo es resfriado, como el tuyo, se le va a pasar pronto —intentó tranquilizarlo.

—Lo sé, mami siempre se enferma igual que yo —suspiró el niño—. Pero yo no la sé cuidar y ella sonríe y dice que no hace falta… pero ahora no está sonriendo.

Matt pasó saliva y vio a la mujer acurrucada en aquella cama con la frente perlada de sudor. Quizás la entendía un poco: tenía que sonreír porque en todos aquellos años no había nadie para cuidar de ella, así que aunque estuviera enferma tenía que levantarse y seguir cuidando de su hijo.

“Pero ya no es así”, pensó antes de dirigirle a Sian una sonrisa llena de seguridad.

—Bueno, ¿Qué te parece si hoy tú y yo cuidamos a mami?

—¡Y hacemos desayuno de pollo! —exclamó el niño levantando las manitos a modo de victoria.

—Exacto, hacemos caldito de pollo… o lo encargamos —murmuró Matt para sí mismo porque la verdad era que la cocina para enfermos no era lo suyo—. Por lo pronto vamos a empezar con wafles.

Wafles con mermelada, jugo de naranja, un chocolate y un par de pastillas para la fiebre, era el mejor desayuno que Matt podía preparar, así que dejó a Sian comiendo frente a la tele con Batman, y fue a intentar que Heilyn se levantara.

Sin embargo aquella bandejita quedó sin tocar, porque la muchacha apenas podía abrir los ojos. Matt respiró pesadamente cuando tuvo que hacer fuerza para sentarla en la cama y entregarle aquellas dos pastillas y un poco de jugo.

—Así está bien, de verdad… ya no quiero más —susurró ella después de unos sorbos.

—Vamos Mujer Maravilla, tienes que comer algo —insistió Matt.

—No tengo hambre, de verdad… —susurró ella—. ¿Cómo está Sian?

—Sian está bien, ya desayunó, está viendo una película y no tiene fiebre, la que tiene fiebre eres tú —replicó Matt con ansiedad.

—Solo estoy cansada, pero duermo una hora y se me pasa, te lo prometo. ¿Puedes…? —Sus ojos se cerraban y él acarició su espalda con suavidad—. ¿Puedes cuidarlo un rato?

—Claro que puedo, Heilyn, solo quiero que estés bien, ¿sí?

—¡Entonces me voy!

Matt respiró profundo porque lo último que quería era que Sian viera a su mamá enferma, pero desde el mismo momento en que la sacudió y no la vio reaccionar de inmediato, supo que aquella mujer se sentía realmente mal.

Corrió a la bañera de su propia habitación y la llenó con agua tibia, y un instante después levantaba a Heilyn en brazos y la llevaba allí. La sintió revolverse, intentar protestar, abrir los ojos, pero no miraba a ningún lado, como si estuviera soñando despierta o desenfocada.

—Vamos, nena, vamos…—susurró intentando calmarla, pero no le tomó mucho darse cuenta de que no lo conseguiría y acabó metiéndose a la tina con ella, acurrucándola mientras la sentía temblar de frío—. Ya sé, ya sé, pero esto te va a bajar la fiebre, aguanta un poquito, ¿sí? Solo un poquito…

Ni siquiera sabía lo que sentía teniéndola así, sin dramas de por medio, sin peleas, solo un hombre cuidando de una mujer. El problema era que esa mujer era ella, y cuando media hora después Matt tuvo que sacarla de allí, entendió que no sería capaz de cambiarse ella misma.

—Bueno, vamos a hacer esto al estilo antiguo —dijo cerrando los ojos antes secarla y empezar a quitarle la ropa mojada.

Alcanzó la ropa limpia y suave que había llevado para ponerle, pero con los ojos cerrados era un poquito difícil saber qué estaba poniendo y por dónde, hasta que sintió aquella areola suave y tensa a la vez contra la palma de su mano y ahogó un jadeo de sorpresa.

—Abre los ojos —oyó el susurro adormecido de Heilyn—. Da lo mismo que me veas si ya me estás toqueteando.

Bueno… ¡ese era un muy, muy mal consejo!

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