El paisaje era definitivamente hermoso, y a medida que subían por la falda de la montaña, los árboles estaban aún más nevados y el ambiente más invernal.
Aunque Ranger decía que era una casa, la realidad era que se trataba de varias cabañas pequeñas.
—Sé que no parecen la gran cosa, pero te juro que cuando encendamos las chimeneas esto realmente se va a poner muy cálido y agradable —le sonrió a Blair con una expresión reconfortante.
Aún no le habían dicho a la señora Margo nada de lo que estaba pasando, pero al final era mejor así, dejarlo como unas lindas vacaciones de Navidad para todos, mientras se alejaban del mundo hacia un lugar en el que la muchacha pudiera descansar el resto de su embarazo.
—¿Esto es tuyo? Realmente es muy bonito —murmuró Blair mirando el conjunto de cabañas.
—Mi padre solía tener un coto de caza en estas tierras, él y sus amigos las construyeron para poder venir en temporadas de cacería —le contó Ranger—. No vengo mucho aquí desde que mi padre murió, pero te garantizo que en la última redecoración no dejé cuernos, ni dientes, ni pieles por ningún lado.
Los dos rieron y Ranger tenía razón, en cuanto encendieron las chimeneas las cabañas se convirtieron en un lindo conjunto que parecía sacado de una postal navideña.
—Gracias por esto —dijo la muchacha mientras Ranger acomodaba una maleta para ella y otra para Nathalie en la cabaña principal.
—No te preocupes, aquí van a estar bien. Tenemos un pueblo muy cerca, así que ¿por qué no se cambian y nos vamos todos de compras? Necesitamos libros, música y mucha comida.
La señora Margo estaba entusiasmada, y Blair no tuvo más remedio que ceder porque sabía que debía ser fuerte.
Pero mientras ellos intentaban arreglar un hermoso hogar para Navidad, a menos de cien millas de allí, en el corazón de Nueva York, Nate casi destruía su propia casa, porque regresar solo para verla tan vacía era un golpe aún más grande del que había esperado.
Durante muchos años se había acostumbrado a estar solo, pero en los últimos meses Blair realmente había iluminado aquel lugar, y no solo ella sino también Nathalie. La risa de la pequeña era lo que faltaba en aquella casa… el calor de Blair, aquel remedio de familia que había logrado hacerlo feliz incluso aunque no se daba cuenta de cuánto.
La primera semana fue un verdadero suplicio. La segunda fue un completo desastre. Y a la tercera lo mismo él que Nate ya no medían ni lo que bebían ni lo que compraban.
—¡Vacaciones para todos desde hoy! —anunció Nate subiéndose encima de una silla en medio de la empresa y gritándolo para todos los empleados.
La gente se quedó mirándolo como si se hubiera vuelto loco, porque para eso había toda clase de protocolos, memorandos, anuncios, pero ciertamente no habían esperado que el CEO de la empresa subiera a un mueble y lo gritara a viva voz.
—¿Qué pasa? ¿No se entendió o no tienen ganas de irse de vacaciones? —vociferó él con incomodidad—. ¡Dije vacaciones para todos hasta el día cuatro! ¡No quiero a nadie aquí! ¡Vamos, largándose todos a sus casas! ¡Al que vea aquí dentro de quince minutos se tendrá que quedar a trabajar en fin de año! ¡Largo!
Y ciertamente nadie se hizo repetir la orden.
En cinco minutos todas las oficinas del imperio Vanderwood estaban vacías, y Matt se sentaba frente a él en su despacho.
—Tienes que calmarte...
—¡No me jodas! ¡Dímelo de nuevo a ver si lo logro! —gruñó Nate con frustración.
—Pues esto fue lo que tú decidiste, hermano. Ahora tienes que soportarlo.
—¡Y un cuerno! —escupió Nate furioso y salió de allí.
Si había creído que años de culpa podían martirizarlo, era porque no tenía idea de lo que sería extrañar tanto a su familia que sentía que apenas podía respirar.
Salió del edificio de oficinas cuando estaba anocheciendo, y caminó sin rumbo durante un largo rato, hasta que finalmente se metió en un bar cualquiera. A esas alturas no le importaba si era bueno, malo o peor, lo único importante era que tuviera whisky, y que nadie lo iba a molestar.
Sacó su teléfono para hacer una llamada rápida, y como obviamente estaba pagando muy bien, la respondieron enseguida.
—Necesito un auto en la esquina de Madison y 7ma —siseó molesta y pocos minutos después una camioneta se detenía frente a ellos.
Un par de hombres se bajaron y le ayudaron a subir a Nate, y luego atravesaron el tráfico de la ciudad hasta uno de los hoteles más lujosos del Upper East Side de Manhattan.
Siena metió la mano en el bolsillo de Nate y sacó una de sus tarjetas, que usó para pagar la mejor habitación que tenían, y luego se giró hacia los hombres que la estaban ayudando.
—Habitación veintidós cero uno —les dijo—. Súbanlo al ascensor. ¡Ya!
Por supuesto que ver a un hombre pasado de tragos no era muy normal en un hotel de aquella categoría, sin embargo todos los que lo vieron pasar hicieron ojos ciegos porque el punto de pagar lo suficiente en aquel sitio era saber que había privacidad.
Nate apenas sintió cómo lo descargaban sobre una cama. Su mente estaba embotada y cada uno de sus pensamientos era doloroso y torturado. Ojalá hubiera comprendido las palabras de Siena cuando llegó unos minutos después, pero la verdad era ya se sentía incapaz de eso.
—¿Por qué las cosas siempre tienen que ser tan difíciles contigo, cariño? —preguntó Sienna cerrando la puerta después de despedir a los hombres que trabajaban para ella—. Lo que yo quiero es muy simple, asegurarme de que estés conmigo para siempre, quiero tener un hijo tuyo para que no puedas dejarme nunca, y quiero ser la heredera de todo el maldito imperio Vanderwood... aunque para eso todavía me falta sacar del camino a los otros cuatro imbéciles que tienes como hermanos...
Nate parpadeó desorientado y trató de sacarse las manos de aquella mujer de encima, pero la droga que le había metido en el whisky mientras él iba al baño, había hecho efecto demasiado rápido.
—Ya, cielo, ya no te resistas —sonrió Sienna abriéndole la camisa y besando su pecho sin ninguna vergüenza— ...Finalmente, tú y yo sabemos que también quieres esto, ¿no es cierto?
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: BEBÉ POR ENCARGO