Nadie era siquiera capaz de describir la preocupación y la incertidumbre que se hacían una maraña en el cerebro de Nate Vanderwood; pero lo único que lograba darle cierta paz era estar en aquel lugar: sentado junto a Blair, en la alfombra frente a la chimenea, jugando con su hija.
Faltaba una semana para Navidad, y él había preferido lanzar su teléfono en medio de la nieve para que nadie pudiera localizarlo, que irse de allí.
Ranger estaba más vigilante que de costumbre, pero por suerte él se había asegurado muy bien de que no lo siguieran; y el resto de la tropa, que también eran bastante inteligentes, habían llegado sin mayor percance.
Por suerte las cabañas eran suficientes para todos, aunque muy pronto se dieron cuenta de que los chicos tenían planeado celebrar una Navidad anticipada, y la señora Margo estuvo feliz por hacerse cargo de aquellas seis bestias hambrientas.
Blair y Nathalie pasaron por el abrazo de todos los hermanos Vanderwood y Asher fue el último, que se inclinó frente a Nathalie y sacó aquel cachorrito de San Bernardo de su abrigo.
—¿Viste, mi amor? ¡Te dije que te iba a encantar el regalo de papi! —exclamó Nate dándole un beso a la pequeña y viéndola abrazar al animalito.
—¡Oye, el que lo compró fui yo! —rezongó Asher.
—¡Sí, pero yo te lo encargué! ¡Así que sigue siendo regalo de su padre, dije!
Pasaron esa primera cena entre risas y bromas, hasta que la señora Margo por fin se armó de valor para decirles que se buscaran la vida solos, porque ella ya se iba a dormir, y los chicos tuvieron el buen tino de hacerse útiles fregando la losa y luego se largaron con su escándalo a sus cabañas.
—¿Me puedo quedar aquí? —preguntó Nate mientras mecía a Nathalie en la mitad de su pecho y al cachorro en la otra mitad.
—¿No te pusiste cómodo ya? —replicó Blair y lo vio hacer un puchero.
—¡Es que a ellos les encanta dormir encima de mí!
—¡Sí, sí, claro, tú justifícate! ¡Ahora quiero ver cómo los vas a llevar a los dos a la cuna!
Y Nate no se dio cuenta de lo difícil que era hasta que intentó levantarse con las dos criaturas encima. Escuchó el sonido apagado de la ducha y suspiró sabiendo que Blair estaba dentro y que no lo había invitado.
Pero la verdad era que ya no había nada que pudiera justificar un baño juntos, ¡ni un baño ni todo lo que quería hacerle después! Ya no había calendario, ni días en que tocaba, ni todos esos intentos y Plus y contratos firmados en servilletas.
—Oye ¿estás bien? —La voz de Blair desde la puerta lo sobresaltó, y Nate tapó mejor a la bebé y al cachorro, que por suerte todavía cabían en la misma cuna juntos.
—Sí, sí, solo estaba... Estaba mirando a la beba. Se ve tan feliz cuando duerme que te hace querer tener esa edad de nuevo. Honestamente ¿para qué carajo era que queríamos crecer? — gruñó y Blair se acercó notando la frustración en su tono.
—Bueno... con todo lo que falta por hacer hasta la Navidad, quizás consigamos que te sientas un poquito niño de nuevo —rio tirando de su mano y le mostró el salón, que estaba lleno de bolsas de decoración y un árbol aún sin arreglar—. Podemos esperar a mañana y hacerlo todos juntos, o podemos ir desempacando algo ahora ¿qué quieres?
Y la única verdad era que Nate solo quería hacer cosa mientras fuera con ella.
—¡Tú prepara el chocolate que yo voy arrancando etiquetas! —aseguró y poco después estaban acomodados en la alfombra, al calorcito de la chimenea, peleándose entre susurros por las decoraciones.
—¡Eso no lo toques! ¡Ese es un regalo para ti, no lo puedes abrir ahora! —intentó alcanzarla él, y por más que Blair intentara alejar aquella cajita, la realidad era que Nate tenía brazos más grandes, cuerpo más grande… ¡y todo más grande!
Así que enseguida logró quitársela, a costa del más inútil de los forcejeos y de casi aplastarla con su peso.
—¡Oye, oye, no te entusiasmes que soy una chica embarazada pequeñita y me aplastas! —se quejó ella muerta de risa, una que definitivamente desaparecería cuando la de Nate se fue apagando, mientras sentía la forma de su pequeño cuerpo debajo de él.
Había extrañado eso, había extrañado demasiado su calor, su roce, sus labios...
Se inclinó y alcanzó su boca con un beso suave que fue subiendo en intensidad sin que ninguno de los dos pudiera evitarlo. Había una chispa allí que simplemente no desaparecía, había una complicidad que se afianzaba poco a poco en la confianza y en la decisión de estar el uno para el otro pasara lo que pasara.
Nate invadió sus labios como una lengua traviesa y un instante después simplemente la devoraba, porque no había una sola parte de ella que no quisiera besar… hasta que aquel gemido de la muchacha lo devolvió a la realidad.
—¡Lo siento, lo siento! —se disculpó, jadeando y echándose hacia atrás mientras carraspeaba, pasaba saliva y tosía, todo a la vez—. No debí haber hecho eso… Sé que... ¡Demonios, sé que ya no hay calendario! Y que ya no puedo... Que no debería...
Blair tragó en seco mientras intentaba que todas aquellas emociones se diluyeran, pero la verdad era que ninguna se iba.
—Bueno… tenemos un contrato —sentenció ella y Nate asintió sin mirarla, rojo de vergüenza porque le recordara eso.
—¡Tienes razón, disculpa, tenemos un contrato!
Nate hizo un puchero de gusto cuando sintió sus labios recorriendo la piel de su pecho y sus uñas aferrándose al cabello de su nuca. Una de sus manos fue a romper las pequeñas bragas de encaje, y sintió la caricia sobre su clítoris, provocando aquella humedad que estaba a punto de desbordarse.
—¡Por favor…! —suplicó porque cada vez era más difícil esperar por él, y Nate apartó sus bragas, sujetando sus caderas y haciéndola bajar sobre su miembro con una penetración larga y suave que la hizo ronronear.
—Eso, nena, despacio... —susurró Nate sobre su boca, sintiendo los espasmos de su sexo contra su miembro—. Despacio... déjame entrar...
Estaba tan mojada que él se deslizó en su interior con una facilidad impresionante, y después de unos minutos solo pudo rodar sobre ella para reclamar cada centímetro mientras Blair acomodaba sus caderas para recibirlo mejor. Su respiración se agolpaba y se intensificaba con cada estocada mientras intentaba tragarse aquellos gemidos.
—¡Por favor no pares! —gruñó ella cerrando los ojos cuando aquella deliciosa sensación se expandió hacia sus caderas y sintió cada milímetro que rozaba con sus paredes.
—¡Ni siquiera tienes que pedirlo, eso no va a pasar! —siseó él buscando su boca y dejando que por fin todo se descontrolara.
Blair sentía como si se fuera a derretir; el intenso placer que recorría su piel y el calor de Nate eran insoportables. Nadie le había hecho sentir tan bien en toda su vida.
Su respiración entrecortada se mezclaba la suya mientras Nate la embestía con fuerza, acariciando sus pechos y besándola como si no existiera nadie más.
—¡Más… por favor! —la escuchó susurrar y Nate aumentó el ritmo.
Sus labios lo buscaban incansables, y cuando aquella mano de Nate recorrió su sexo, masturbándola con fiereza, a Blair no le quedó más remedio que ahogar todos los gritos contra su mano, porque sentía que estaba a punto de romperse.
—¡Eso, nena! ¿Todavía quieres más…? —la provocó Nate sintiendo cómo su cuerpo se deshacía en desesperados espasmos que lo devoraban—. Eso, nena, déjame escucharte gritar...
Y tuvo que hacerlo, porque aquel placer desmesurado la hacía escalar un clímax perfecto mientras lo escuchaba jadear en su oído con sensualidad.
Se rompía con cada embestida, su cuerpo se tensaba y aquel dolor mezclado con éxtasis la hizo estallar por fin en un orgasmo que arrastró a aquel hombre con ella como la mejor de las tormentas.
Lo sintió caliente dentro de su cuerpo y pocos instantes después todo lo que había era una pareja acurrucada y completamente dormida frente a la chimenea. Una pareja que al menos de momento, era feliz.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: BEBÉ POR ENCARGO