Nate se levantó de la cama y caminó despacio hasta la ventana mientras se restregaba la cara. Detrás de él Blair se envolvió en la sábana y trató de alcanzarlo. Imaginaba que estaría molesto y dolido, y sabía que aún le faltaba mucho para saber toda la verdad, pero antes de que pudiera decirle otra palabra tuvo que ahogar un jadeo de sorpresa cuando aquel hombre se arrodilló frente a ella y se abrazó a su cintura.
—No me lo digas...
—¡Nate!
—¡Maldición Blair, ya no puedo más! ¡Ya no puedo con todo esto! Mi padre casi se me muere, mi madre es una asesina que en este momento está prófuga, ya mi familia sabe toda la horrible verdad de mi pasado, y hace nada casi las pierdo a ustedes también...
—Nate, por favor —murmuró ella con el corazón encogido acariciando su cabello.
—¿Me va a doler? —preguntó él con la cara oculta contra su vientre y Blair suspiró con tristeza porque ahora sí podía responder aquella pregunta.
—Sí, te va a doler.
—Entonces no me lo digas ahora, no me lo adelantes, solo… solo deja que pase. Deja que me duela después. Déjame ser feliz aunque sea un momento.
A Blair se llenaron los ojos de lágrimas pero se las limpió antes de que él pudiera verla y se inclinó para darle un beso en la cabeza.
—Te quiero —le dijo porque ya no quería esconderlo y lo sintió sonreír entre lágrimas.
—Y yo te quiero a ti —murmuró Nate y se encargó de ahogar todos aquellos malos pensamientos con besos.
El día siguiente amaneció más soleado, hermoso, como si lo hubieran diseñado especialmente para los dos. La única nota de tristeza fue cuando Blair terminó de vestirse para su boda y escuchó que tocaban a su puerta. Abrió viendo a Ranger frente a ella con las manos en los bolsillos y se hizo a un lado.
—¿Me dijo Joss que querías hablarme?
—Sí, entra por favor, hay algo que quiero darte —le dijo Blair y Ranger cerró la puerta tras él—. Quiero que sepas que traté de hablar con Nate, pero no quiso escucharme.
—¿Cómo que no quiso? ¡Ese idiota!
—Ranger, óyeme... Nate no quiere saber, solo quiere ser feliz por una vez y la verdad es que yo también quiero serlo. Si tengo solo poco tiempo para ser feliz, entonces lo único que quiero hacer es aprovecharlo. ¿Podrías estar bien con eso, por favor?
—¡Es que no está bien, Blair, entiende! —replicó Ranger con frustración—. No importa lo que Nate diga, él te quiere y...
—Lo sé, me lo dijo, y yo también lo quiero, Ranger, por eso mismo no tiene ningún sentido que pase los últimos meses de mi vida viéndolo sufrir por algo que no puede cambiar.
—¡Pero si él lo sabe, a lo mejor podríamos buscar alguna alternativa…!
—¿Como cuál? No me digas que no eres lo bastante inteligente como para saber que cualquier tratamiento demandaría que terminara con este embarazo. Y sabes que no voy a hacer eso —le respondió Blair—. Esta es mi decisión, Ranger, y también fue la de Nate, así que puedes hacer dos cosas, puedes respetarla o puedes ir y decírselo. Puedes hacer lo que quieras, pero la verdadera razón por la que te pedí que vinieras es esta. —Extendió hacia él aquella carpeta de documentos y Ranger arrugó el ceño.
—¿Esto qué es?
—Son mis... mis disposiciones para cuando las cosas vayan mal. Lo que quiero que se haga conmigo. Por favor, guárdalos, ¿de acuerdo?
Ranger asintió porque por más que le doliera, no tenía derecho a meterse en aquel caos entre Nate y Blair. Sería imposible evitar que su mejor amigo sufriera, así que al final ella tenía razón, quizás solo le estuvieran ahorrando unos cuantos meses de desesperación y dándole mejores recuerdos.
—¡Maldición, creo que me gané el derecho a entregarte en tu boda! —rezongó Ranger y ella le sonrió con cariño.
Cuando por fin llegó la hora y la música comenzó a sonar, Blair no estaba emocionada o nerviosa, solo sentía una paz tan grande como jamás había sentido antes. Caminó por aquella pequeña alfombra entre las flores con una sonrisa dibujada en el rostro, y su corazón se llenó de ternura porque se dio cuenta de que Nate sí que estaba nervioso.
Habían decidido hacer aquello al más tradicional estilo, así que un sacerdote amigo de la familia había ido a oficiarles la boda allí mismo en el rancho.
—¿Quieren decir sus propios votos? —les preguntó y los dos se miraron sorprendidos.
El señor Rufus se veía mucho mejor, pero los gemelos se habían hecho cargo por completo del rancho, y ya solo lo dejaban dar órdenes desde la terraza.
Matt se ocupaba de la empresa en Nueva York, y Elijah iba de una ciudad a otra, tratando de matar en el camino su desesperación hasta que Joss regresara de su siguiente despliegue en el ejército.
Nada se había sabido de Adaline o de cómo estaba sobreviviendo ni una sola vez, pero sí se habían enterado de que Paloma y Sienna habían tenido que mudarse a una casa más pequeña en un barrio bastante feo de la ciudad. Sin embargo, nadie agobió a Blair y a Nate con esa información. El viaje fue únicamente para pasarlo en familia y rodeados de amor y buenas noticias.
El problema era, por desgracia, que había cosas contra las que no se podía luchar, y el tiempo era una de ellas.
El embarazo de Blair avanzaba bien, el bebé estaba en perfecto estado de salud, pero cada semana que pasaba, ella tenía que disimular su cansancio con maquillaje. A menudo tenía que esconderse en el baño para limpiar la sangre que le salía de la nariz, o ponerse blusas de manga larga, porque hasta el más mínimo apretón de Nate le dejaba marcas oscuras por todos los brazos.
Hasta que finalmente pasó.
Su cuerpo se lo dijo.
Y esa tarde, cuando Nate regresó de aquel paseo con Nathalie por la playa, la expresión de Blair le dijo que algo no iba bien.
Hasta ese momento había asumido que todo aquel cansancio era por el embarazo, porque cada vez estaba más grande, pero hacía suficiente tiempo que ella no le permitía levantarla en brazos como para que se diera cuenta de que “más grande” no significaba “más pesada”.
—Ya tenemos que volver a casa —le dijo Blair.
—Cariño, ¿estás bien? ¿Qué es lo que pasa? —preguntó Nate mientras su corazón se disparaba.
—El bebé ya va a venir pronto —susurró ella—. Y tenemos que estar en casa cuando eso pase. Tenemos que irnos ya.
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