BEBÉ POR ENCARGO romance Capítulo 65

Quizás era el instinto, o quizás fuera simplemente que Blair ya no tenías fuerzas para seguir escondiendo la verdad, y en cuestión de horas había dejado de ser fuerte y Nate era perfectamente capaz de percibir la debilidad a la que se estaba abandonando.

—¡Nena, tienes que decirme qué pasa! —la increpó asustado mientras las horas en aquel avión se le hacían eternas—. ¿Por qué estás así? ¿Qué es lo que está pasando? ¿Esto es por el bebé? ¿Es normal que te pongas así porque el bebé se acerca? ¡Por favor, dime!

Blair apretó su mano con cansancio, pero en ese momento lo único que quería hacer era dormir. El momento de las explicaciones, la negación y la desesperación ya no era ese; ahora lo que necesitaba era poder aguantar hasta llegar a Nueva York.

—Ahora no, cariño —murmuró con cansancio—. Solo abrázame, ¿sí? Abrázame un rato; vamos a llegar a casa.

Pero aquel desasosiego de Nate no iba a terminar cuando llegaran a Nueva York, al contrario. Las primeras palabras que salieron de la boca de Blair cuando estuvieron en su casa y fueron aún peores.

—Necesito que llames a Ranger. Dile que venga, por favor; él ya sabe qué hacer, él nos tiene que ayudar —le pidió la muchacha y él obedeció aunque no entendía nada.

Parecía como si segundo a segundo todo en Blair se debilitara, pero no quería moverse de allí o ir a ningún hospital hasta ver a Ranger.

Para el momento en que su mejor amigo atravesó la puerta y lo abrazó, ya Nate había perdido completamente la paciencia.

—¿Qué es lo que está pasando, Ranger? ¿Por qué dice Blair que nos tienes que ayudar?

Él respiró profundo y palmeó su hombro mientras le hacía un gesto para que lo siguiera la habitación de Blair.

—Hola linda, ¿cómo estamos? —preguntó abrazándola y dándole un beso en la frente mientras los ojos de la muchacha se cristalizaban.

—Ya es hora —susurró ella.

—¿Estás segura? —preguntó Ranger con el corazón encogido mientras sujetaba una de sus manos, y algo le dijo a Nate que se había perdido todo el contexto de la escena que estaba presenciando.

—Ya no puedo más —respondió ella—. Es ahora o nunca. Tenemos que poner a este bebé a salvo, ¿de acuerdo?

—Claro que sí. Vamos a poner a tu bebé a salvo —le aseguró Ranger—. Te lo prometo.

—Y luego te vas a ocupar de cuidar a Nate.

—Sí, señora, me voy a ocupar —dijo el ex soldado besando el dorso de su mano y sacando su teléfono.

Nate pudo ver las lágrimas de su mejor amigo cuando se giró hacia él y eso acabó de hundirlo todavía más.

—Y esa familia tiene que ser lo primero para ti —dijo ella apretando su mano para llamar su atención—. Quiero que me escuches muy bien. Me prometiste que ibas a cuidar de nuestros hijos, y pase lo que pase, tienes que cumplir esa promesa, Nate. Tienes que amarlos más de lo que amas a nada ni a nadie en el mundo, tienes que protegerlos, y tienes que hacerlos felices. Prométeme que vas a hacer felices a mis hijos, Nate.

Él se llevó las manos a la cabeza y negó con vehemencia.

—¡Maldición, ni siquiera tienes que pedir eso! ¡Nathalie es mi vida entera y ese bebé que viene es lo segundo mejor que nos ha pasado! ¿Pero por qué demonios tienes que irte? ¿Por qué nos tienes que abandonar, por qué...? —Nate se levantó y paseó por la habitación—. ¡No! ¿Sabes qué? ¡no! ¡Estamos casados y no pienso darte el divorcio de ninguna manera! ¿Me oyes? ¡No nos puedes dejar, no...!

Pero en ese punto, parecía más que la muchacha intentaba mantener los ojos abiertos que responderle. Hasta que finalmente fue imposible y Nate se quedaba mirando el momento justo en el que perdía la conciencia.

—¿Blair...? ¿Blair, nena...? ¡Blair! —su corazón se detuvo mientras corría hacia ella y trataba de sacudirla para que despertara, y aquel presentimiento horrible se instaló en su pecho mientras la sirena de la ambulancia retumbaba en el fondo.

Lo siguiente que pasó ante sus ojos fue un caos de paramédicos, gritos, órdenes, y Blair siendo subida a una camilla para llevársela al hospital.

Apenas sintió una mano de Ranger agarrándolo del cuello de la chaqueta y metiéndolo al asiento del copiloto de su auto. Diez minutos después llegaron a la sala de urgencias de ginecología donde comenzaría su infierno.

—Vamos a hacerle una cesárea —dijo su ginecóloga—. En este punto, ya no podemos hacer nada más.

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