—Cesárea… ¿cómo cesárea? ¿La van a meter al quirófano? —La mente de Nate era una madeja de cosas que no entendía—. Espere, espere... ¡Nuestro bebé todavía no tiene nueve meses!
—Soy consciente de eso, señor Vanderwood, pero ya tenemos que sacar al bebé —le dijo la doctora como un gesto preocupado—. El cuerpo de Blair ya se ha desgastado demasiado con el embarazo, y ahora mismo están en riesgo. Tenemos que hacer esta operación con urgencia, ya no podemos esperar más.
Los ojos del hombre frente a ella se llenaron de lágrimas mientras aquella opresión en su pecho apenas lo dejaba respirar.
—No, no, esto no puede ser. Ellos... ¡Ellos estaban bien! ¡Ellos estaban bien!, ¡¿cómo puede estar pasando esto?! —gritó Nate desesperado, pero en el fondo era como si Blair siempre lo hubiera sabido—. ¡Dígame que esto es mentira, esto no puede ser!
—Lo siento, solo le estamos informando de lo que va a pasar, tenemos que intervenir ahora o corren peligro de morir los dos.
Nate sintió como si el mundo se estuviera rompiendo debajo de sus pies y ni siquiera se molestó en evitar las lágrimas.
—Tiene que... tiene que salvarla. Tiene que salvar a Blair, prométame que va a salvar a mi esposa.
Y lo último que esperaba recibir de parte de la doctora era una negativa.
—Lo siento, señor Vanderwood, pero por disposición de la misma madre, la operación que vamos a realizar será para salvar al bebé.
Aquello fue como un balde de agua fría en el rostro de Nate, que negó con vehemencia mientras intentaba discutir aquella decisión.
—¡Es que eso no puede ser! ¡Esa basura del privilegio médico—paciente déjela para otro momento! ¡Ella no está siendo racional! —exclamó Nate—. No se puede sacrificar por nuestro hijo. No puede tomar una decisión así porque está siendo emocional, ¿entiende? ¡Entonces tiene que escucharme a mí, yo soy su esposo y le estoy diciendo que tiene que salvarla a ella!
La doctora lo miró con tristeza y aquellos documentos temblaron en sus manos antes de extenderlos hacia él.
—Lo siento de verdad, señor Vanderwood, usted puede ser su esposo, pero Blair dejó una Declaración de Voluntad, donde se especifica todo lo que debe hacerse en caso de que ella no pueda comunicarse, y su voluntad está en manos del señor Ranger Wallis. Él es el único que puede decidir.
Nate se quedó petrificado mientras se giraba lentamente y miraba a su amigo.
—¿Qué... qué quiere decir, como que tú...?
—Señor Wallis necesitamos una decisión, ya tenemos que operar, vamos contra el tiempo —lo apremió la doctora y a Ranger le temblaron los labios antes de pronunciar aquella sentencia.
—Salven al bebé.
La mujer salió de allí a toda prisa porque no quería ver lo que estaba a punto de pasar. Y aunque Ranger lo sabía, aun así se aguantó el puñetazo de Nate, que esta vez lo mandó al suelo sin contemplaciones. Se levantó y aguantó el siguiente, y luego sus brazos se cerraron como una prensa alrededor de él, conteniéndolo.
—¡¿Cómo puedes hacer esto, maldición?! ¡¿Qué carajo es lo que está pasando?! ¡¿Cómo puedes decidir esto tú...?!
—¡Porque ya no puedes hacer nada por ella! —exclamó Ranger mientras sus ojos se llenaban de lágrimas, porque siempre había sabido que aquello al final iba a acabar lastimando a su mejor amigo—. ¡Porque a ella no puedes salvarla, Nate, a ella ya no!
Lo sintió dejar de forcejear y mirarlo como si le estuviera hablando en un idioma extraño.
Su corazón estaba destrozado, absolutamente todo en él estado destrozado y Ranger lo abrazó intentando ser la persona fuerte en aquella historia.
—Lo siento mucho, amigo, te juro que lo siento mucho.
—¡¿Porque no me lo dijeron, maldición, porque no me dijeron?!
—Porque no había nada que hacer... Porque no hay nada que hacer, Nate, lo siento.
Pero no había palabras para reparar la herida tan grande que había en el corazón de Nate en aquel momento. Lloró, maldijo, gritó, y Ranger trató de controlarlo y de conseguir toda la ayuda posible mientras aquella fatídica hora por fin pasaba.
Elijah no fue suficiente. Matt no fue suficiente. Nadie fue suficiente para contenerle esa desesperación mezclada con impotencia hasta que la doctora salió con aquella pequeña incubadora móvil con su bebé dentro.
—Es un niño fuerte —le dijo con tristeza—. Va a estar bien, se lo prometo.
Nate temblaba mientras se acercaba y veía a su pequeño hijo intentando acostumbrarse al nuevo mundo. Bastaba con verlo para que ya lo amara.
—Blair, como... Dios, ¿cómo está Blair? —sollozó Nate y la expresión de la doctora se lo dijo todo.
—Lo siento mucho, señor Vanderwood. De verdad, lo siento.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: BEBÉ POR ENCARGO