Probablemente la expresión de Matt Vanderwood y la de Heilyn Payne eran exactamente la misma: entre azorada y sorprendida. Pero mientras que Matt estaba a punto de esgrimir una justificación, ella pareció recobrar de inmediato el dominio de su rol de mamá.
—¡Sian Payne! ¿Qué es eso de estar interrogando a los adultos? —preguntó con firmeza—. Papá vino y eso es importante, así que ve a darte un baño que vamos a cenar, ¿y qué no hacemos en esta casa?
El niño apretó los labios pero terminó respondiendo.
—No cenamos sucios, mami.
—Exacto, no cenamos sucios. Al baño, ya, ¡y recuerda lavar bien tu cabello!
El pequeño hizo un puchero, pero a diferencia de lo que Matt esperaba, sus ojos no se dirigieron a él esperando una sentencia diferente, sino que tomó su robot y se apresuró a obedecer a su mamá.
Y apenas Sian se perdió tras la puerta de la habitación, Matt sintió que tiraban de su chaqueta con fuerza y un segundo después estaba metido en el reducido espacio de un metro cuadrado de la despensa, mirando hacia abajo a aquella mujer enojada.
—¡Que ni se te ocurra volver a hacer algo como esto de nuevo…! —empezó a amenazarlo Heilyn y Matt levantó una ceja sarcástica.
—¿Qué cosa? ¿Meterme contigo en un espacio reducido? ¡No se me ocurriría ni de broma!
—¡No te hagas el chistoso! —le espetó ella—. ¡Tengo demasiadas ganas de hablarte muy feo y no puedo hacerlo afuera donde Sian nos escuche! ¡Y por si no te has dado cuenta la casa es bastante chiquita…!
—Chiquita y al borde de ser desalojada —replicó Matt recodando el papel pegado en su puerta, y vio cómo el rostro de aquella mujer cambiaba inmediatamente.
Fue capaz de identificar impotencia, frustración, molestia, pero ni una gota de culpa o remordimiento, lo cual significaba claramente que si el dinero no le estaba alcanzando para la renta no era precisamente porque le estuviera dando un mal uso.
—¿Cómo lo sabías? —preguntó de repente cambiando la conversación y ella lo miró sin comprender—. ¿Cómo sabías que mis ojos eran iguales a los de Sian?
—No lo sabía —respondió ella con un suspiro de cansancio mientras se restregaba la frente—. Pero Sian me preguntó muchas veces por qué sus ojos no se parecían a los míos y no se me ocurrió una mejor explicación que decirle que sus ojos eran como los de su padre.
—Y le dijiste que su padre lo amaba y que volvería por él… le compraste regalos en mi nombre…
—¡Es mi hijo! —gruñó ella con fiereza—. ¿Qué iba a decirle? ¿Que no tenia ni idea sobre su padre porque su madre lo abandonó en un orfanato? ¡Claro que no! ¡Jamás le diría nada que lo lastimara, aunque eso incluya contarle que su papá lo ama más que a nada en el mundo y que es un buen hombre!
Matt tomó una larga inspiración y luego terminó asintiendo.
—En tu defensa, soy un buen hombre y sí amo a mi hijo más que a nada en el mundo, así que gracias por no hablarle mal de mí —murmuró con voz ronca y Heilyn carraspeó nerviosa, porque aquel tono le erizaba la piel y la hacía sentir cosas extrañas.
Los labios de la muchacha se convirtieron en una fina línea de preocupación pero terminó asintiendo.
—Vamos a tener que ponernos de acuerdo entonces sobre demasiadas cosas… pero este no es el momento para hablar de eso —aseguró y solo unos pocos segundos después Sian entró corriendo a la habitación.
—¡Mami! ¿Papi se va a quedar a comer con nosotros? —preguntó y la muchacha no tuvo más remedio que asentir.
No estaba muy sobrada de comida, pero un plato más sí que podía poner en la mesa, al menos ese día. Así que trató de estirar un poco aquel guiso mientras Sian le contaba a su papá todas las aventuras que recordaba en sus escasos seis añitos y luego se quedaba dormido sobre él.
La muchacha le hizo un gesto de que la siguiera y Matt lo acomodó en la pequeña cama, dándose cuenta de que no había otra y de que Sian estaba acostumbrado a dormir con su mamá.
—Vendré mañana temprano para llevarlo a la escuela —dijo Matt llegando al umbral de la puerta—. Luego podremos hablar.
—Mañana puedes venir y acompañarnos a la escuela —replicó Heilyn—. Pero no daré autorización para que lo recojas tú solo. Luego tengo que trabajar, pero cuando termine… puedo hacer un espacio en la tarde para que hablemos.
Cerró la puerta con suavidad sin despedirse, y Matt arrancó aquel papel con el aviso de desalojo antes de hacer una llamada.
—¿Ranger…? Sí, sí soy Matt… Oye, necesito un favor con urgencia. Necesito un buen detective en Reino Unido y sé que tienes tus amigos. ¿Puedes ponerme en contacto con alguno?
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: BEBÉ POR ENCARGO