Había estado viviendo de las joyas que llevaba puestas el día de la boda frustrada. Era lo único que le había quedado porque ni siquiera le había dado tiempo a usar ninguna de sus tarjetas. En el mismo momento en que Adaline las había metido en un cajero, se había encontrado con la sorpresa de que estaban todas canceladas.
También había intentado ir a sacar dinero de la cuenta conjunta que tenía con su marido, pero el gerente del banco se había negado a entregarle ni un céntimo sin autorización del señor Vanderwood y por supuesto Adaline no podía correr el riesgo de que lo llamaran y averiguaran su paradero.
Así que no le había quedado más opción que empeñar las joyas que llevaba puestas y tratar de sobrevivir algunos meses con ese dinero, que por supuesto que se había ido acabando porque aunque se habían mudado de residencia, Paloma y su hija seguían drenándola como sanguijuelas. Finalmente, no le había quedado más remedio que mudarse a su sótano, donde se escondía porque no podía darse el lujo de que nadie la viera.
—¿Viuda de Vanderwood? —murmuró Paloma arrugando el entrecejo—. ¿Estás planeando matar a Rufus?
—¿Tienes una idea mejor? —refunfuñó Adaline con frustración—. El papel de Rufus Vanderwood en mi vida ya terminó, el único beneficio que puede darme ahora es el de su herencia, que por ley corresponde completamente a su esposa, o sea, a mí.
Paloma pasó saliva mirando a otro lado. Había sido una mujer calculadora y fría toda su vida, pero jamás había llegado al extremo de matar a alguien, porque si hubiera sido capaz de tanto habría matado a Adaline desde hacía muchos años para recuperar lo que le había quitado.
—Ese es muy arriesgado. —La voz de Sienna interrumpió sus pensamientos—. ¿Crees que te dejarán acercarte lo suficiente como para matar a tu marido?
—No, claro que no, pero la verdad es que no necesito acercarme —aseguró Adaline—. Escuché que Rufus tuvo un infarto hace meses, cuando todo pasó, así que bastará con cambiar sus medicamentos en la farmacia. Tengo mis métodos y todavía me queda algo de dinero, puedo hacerlo.
Paloma y Sienna se miraron y esta última negó con una expresión de duda.
—No lo sé… Tus hijos pueden acusarte cuando vayas a reclamar la herencia.
—Es su palabra contra la mía, y el dinero lo cambia todo. No puede acusarme de lo de los disparos porque no tienen pruebas —sentenció Adaline y Sienna se acercó a ella con determinación.
—Muy bien, en ese caso te ayudaremos —replicó—. Pero recuerda que un buen porcentaje de esa herencia nos pertenece.
Y tan decidida estaba que esperó los siguientes dos días, al momento oportuno cuando ya Adaline había hecho su jugada con uno de los asistentes de la farmacia. Entonces nadie la vio arreglarse con la mayor sencillez, como si todavía fuera una tímida e inocente chica de veinte años, para ir a tocar a la puerta de aquella oficina.
—¡Por favor, por favor esto es urgente, de verdad necesito hablar con Matthew Vanderwood! —suplicaba a la secretaria de una de las oficinas de la sede de Houston, que se negaba rotundamente a dejarla entrar.
Desde dentro Matt levantó la cabeza porque la conversación había subido lo suficiente de tono como para que las voces llegaran hasta él.
—¡Lo lamento pero ya le dije que no puede pasar! —decía su secretaria—. ¡Sin una cita previa y autorización del señor Vanderwood no puedo…!
—¡Pero es que es un asunto de vida o muerte! —exclamó Sienna y Matt se envaró en un segundo—. ¡Se trata de la vida de su padre!
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: BEBÉ POR ENCARGO