Podía decirse que la vida de Heilyn Payne no tenía nada de interesante. Sus padres habían muerto cuando ella no llegaba a los diez años y se había criado en un orfanato de Cardiff, uno del que había escapado antes de cumplir la mayoría de edad.
Sin multas de tráfico porque no tenía auto, ni muchos estudios ni pocos, lo suficiente como para desempeñar un oficio y solicitar un puesto como secretaria en el orfanato de Cardigan.
Lo más excepcional en aquel expediente que el amigo de Ranger había reunido en una sola noche, era un matrimonio que solo había durado seis meses y una deuda por cuarenta mil libras con el Royal Bank of Scotland que cada día solo sumaba y sumaba intereses, pero no había ni un solo indicio de para qué había sido usado ese dinero.
Matt releyó aquel expediente unas cuantas veces antes de terminar de arreglarse, y para cuando la muchacha abrió la puerta en la mañana, él ya los estaba esperando.
—¡Papi! —exclamó Sian corriendo hacia sus brazos, como si hubiera dudado realmente de que fuera a verlo otra vez—. ¿Vas a llevarme a la escuela?
—¡Pues claro que sí! —le sonrió Matt y un segundo después lo levantaba por encima de su cabeza para sentarlo sobre sus hombros—. ¡Agárrate fuerte que nos vamos!
Le hizo un gesto de saludo a Heilyn y la muchacha cerró la puerta y caminó junto a ellos hasta la escuela del pequeño. Sobra decir que Sian presumió a su papá con todos sus compañeros y cuando veía alguna cara de duda, tiraba de la gabardina de Matt para que se agachara y poder mostrarles a todos que tenían los mismos ojos.
—¡Jesús, tienes que haber sido muy mojigata para haber perdido un hombre así, Heilyn! —rio una voz a sus espaldas y ella se dio la vuelta para ver a la venenosa de Colleen, la madre de uno de los compañeros de su hijo cuyo único oficio parecía ser meterse en las vidas de los demás.
—Pues ya ves que de ninguna manera se gana, porque estoy segura de que tú eres bien fácil y aun así tu marido se “pierde” con su asistente de vez en cuando —replicó Heilyn y un segundo después solo había silencio y la espalda de una mujer muy ofendida alejándose de allí.
—Tú no eres de las que te callas, ¿verdad? —susurró aquella voz ronca muy cerca de su oído y ella casi dio un respingo asustado—. ¡Lo gracioso es lo dulce que te ves… hasta que abres la boca!
La muchacha se giró lentamente para mirar a Matt a los ojos y forzó una sonrisa mientras le decía adiós a Sian para que este entrara a la escuela.
—Soy dulce con quien se lo merece, y soy odiosa con quien se lo busca —le respondió—. Quizás puedo parecer la clase de mujer que pone la otra mejilla, pero créeme cuando te digo que no pongo ni la primera… ya no.
Se dio la vuelta para marcharse y Matt se quedó con aquellas palabras revoloteando en su cerebro hasta que se le perdió de vista al doblar una esquina y entones echó a correr tras ella.
La muchacha apretó los labios y le hizo una señal para que la siguiera. Bordearon el castillo, que era enorme y precioso, y Matt se apoyó en una de las terrazas traseras mientras Heilyn daba vueltas frente a él.
—Quiero un examen de ADN —murmuró y él asintió sin dudarlo.
—Yo no lo necesito, pero si eso te tranquiliza estoy dispuesto —sentenció—. ¿Algo más?
Ella pareció dudarlo, pero finalmente tenía que asegurarse.
—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó por fin—. ¿Por qué la desgraciada esa que lo parió dejó a mi hijo en el orfanato? ¿Por qué te dijeron qué estaba muerto? —Matt hizo una mueca de impotencia pero Heilyn se acercó al verla—. No te equivoques, soy una chica de pueblo pero no soy una ingenua. Cuando esa mujer vino a dejarlo se veía muy… muy fina, de dinero, igual que tú. Así que échame toda la mala historia porque sé que la hay, y solo yo voy a decir si dejo que mi hijo vuelva a ella.
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