Isabella sintió un gran nudo en su garganta. No podía negar los sentimientos que generaba aquel ardiente hombre en ella, no tenía a nadie en casa que la esperaba, estaba terriblemente sola, sin contar a sus fieles amigos. Ansiaba desesperadamente pertenecer a algún lugar, sentirse parte de algo, asentarse en su lugar en el mundo, y su corazón le gritaba que ese lugar estaba allí; en Norusakistan, junto a ese hombre que le pedía ser suya.
-¿Tan terrible es la idea de ser mi esposa?- le preguntó burlón, pero sintiendo miedo a su respuesta.
-Para nada, Majestad. De hecho es terriblemente tentador- le acarició el contorno de los labios- pero me aterra que luego sienta que se está equivocando, que pudo haber escogido a cualquier otra. . . - sus ojos se desviaron. Nunca había sido tímida, nunca había sufrido de baja autoestima pero, lo cierto era que sentía que él era más de lo que podía optar. Sus sueños estuvieron llenos de él, desde el mismo instante en que lo conoció, se había metido en cada rincón de su cuerpo y su alma, pero. . . tenía miedo, esa era la verdad. Tenía miedo a no ser suficiente para él, pensó que a lo más que podría aspirar sería a una noche de pasión, pero ahora él le daba la oportunidad de compartir su vida- quiero creer que le merezco.
-Lo haces, mi corazón es tuyo Isabella, nada ni nadie podría cambiar eso en lo que me resta de vida- la abrazó con fuerza- mi corazón es tuyo. . . yo soy tuyo, Isabella Stone- le besó la frente con ternura y ella lo abrazó por el dorso, como queriendo pegarse a él como una segunda piel. Sus ojos se llenaron de lágrimas de felicidad.
-Quiero ser tu esposa, Zabdiel- dijo dispuesta a arriesgar la cordura y el corazón- quiero ser su esposa, Majestad- él la abrazó aspirando su aroma.
-Al parecer si te tendré en los aposentos nupciales- le dijo con un tono jocoso y una enorme sonrisa.
-Así parece- le respondió con una gran sonrisa.
-Isabella Stone Mubarack Maramara, suena bastante bien- le dijo con una gran sonrisa.
-Es más de lo que puedo pronunciar- respondió estallando en carcajadas- no podría acostumbrarme a que me llamen así- reconoció.
-Los demás deberán hacerlo, te llamaran; Soberana, Excelencia, Majestad, y de algunas formas más. Pero yo te llamaré; Mi dueña, Mi señora, Mi reina, Mi amor, Mi amada, Mi Isabella. . . - su voz era tan roncamente sensual que la hizo estremecer, ella lo miró a través de una cortina de lágrimas y le sonrió con ternura, antes de reclamar su boca en un dulce beso.
Sus labios eran como dos tiernos amantes que se reencontraban tas una larga ausencia. Ansiosos, anhelantes, pero tiernos y dulces sin dejar de demostrar los profundos sentimientos que compartían.
-Me ha robado usted el corazón, Excelencia.
-El destino le ha vengado, señorita Stone- la miró directamente a los ojos- usted es dueña de mi alma, y no sólo porque la haya robado de forma sigilosa, sino porque he decidido entregársela sin reserva alguna.
-Nunca me imaginé que detrás de esos profundos ojos y ese severo semblante, se escondiera un romántico empedernido- le besó rápidamente los labios.
-Es inevitable. Cuando te veo siento que puedo ser todo aquello que nunca imaginé- declaró siendo plenamente sincero.
-Gracias. . . - su voz tembló un poco.
-¿Por qué? - preguntó frunciendo el ceño.
-Por ser quién eres, por quererme así.
-Gracias a ti por mostrarme que, puedo cumplir con mi país, sin negar mi corazón, gracias por enseñarme que el deber siempre debe ir acompañado de amor y que puedo ser un buen Soberano no solo para Norusakistan, sino también para ti. Antes de conocerte, me negaba a casarme, pensé que sólo lo haría por cumplir con un deber que me lo exigía, no creía en el amor porque no lo había experimentado de esta manera. Pero desde que tu llegaste todo cambió Isabella, verte dormir cada noche, tu rostro reposado y tranquilo, tus palabras, tus acciones. . . No querría estar con nadie más.
-Ni yo, Majestad- lo abrazó con fuerza.
Guardaron silencio por algunos minutos, hasta que Zabdiel, fue el primero en hablar.
-¿Te parecería bien si dentro de dos días pido una velada especial y anunciamos a la familia nuestro compromiso?, a la mañana siguiente podríamos anunciarlo al país.
-Me parece bien- le respondió sincera- ¿crees que me aceptarán?- preguntó algo nerviosa.
-Mi madre y mi hermano te adoran, no hay motivos para que no te acepten.
-Me refiero al pueblo- lo miró con ojos inquietos- ¿crees que me aceptarán?, ¿ a una extranjera?
-Te adorarán, te lo aseguro- le besó la frente tranquilizándolo.
-Eso quiero creer.
-Así será, amada mía, así será- su corazón se agitó violentamente ante esa muestra de cariño.
-Hay algunas cosas que quisiera discutir, Excelencia.
-Lo que desees- le aseguró.
-Son algunas negociaciones, algunos acuerdos bilaterales- lo miró con una media sonrisa dibujada en los labios.
-Tendrá lo que usted quiera, mi señora. Hasta la mitad de mi reino pongo a tus pies- ella lo miró admirando su capacidad de amar, su capacidad de entrega.
-Tampoco deseo tanto- le dijo.
-Será mejor que me marche a mis aposentos.
-¿No podría quedarse, Majestad?- pidió ella sintiéndose entristecida de tener que separarse de él.
-Podría- le aseguró- pero no pondré tu honra en entredicho frente al servicio. Además, Nazir y Haimir, morirían si no amanezco en mis aposentos, pensaría que me ocurrió algo.
-Comprendo- lo estrechó entre sus brazos y lo besó- que tenga buenas noches, Majestad.
-Buenas noches, señorita Stone, futura Isabella Mubarack Maramara- rieron juntos y después de compartir otro beso, él se marchó a sus habitaciones.
Isabella, cayó sobre el colchón, aún sin poder creer lo afortunada que era.
¡Sería su esposa!, ¡su amor, su señora, su reina, su esposa!
Durmió plácidamente, sintiéndose flotar en las nubes.
Por la mañana, le costó algo de trabajo despertarse, pero Naiara. Había venido a informarle que el desayuno se serviría en veinte minutos.
Cuando llegó al salón se encontraban Hayffa y El Príncipe, quienes le aseguraron que pronto El Jeque llegaría. Un par de minutos después Zabdiel, entraba a la habitación y le dedicaba una enorme sonrisa, sonrisa que obviamente correspondió.
Él se acercó a ellos en silencio. No llegaron a cruzar palabras, cuando la puerta se abrió de pronto y entraban Naiara y Haimir, detrás de una preciosa joven que llegaba envuelta en una hermosa túnica dorada.
-¡Majestad!- exclamó arrojándose a los brazos del Jeque.
-¡Zahra!- respondió Zabdiel, con el ceño fruncido.
¿Zahra?. . . ¿y quién diablos era Zahra?
Se preguntaba Isabella, sintiendo como los celos viajaban a través de su torrente sanguíneo, haciendo que su sangre comenzara a calentarse.
¿Por qué lo abrazaba así?, guindada a su cuello intentando pegarse a él cada vez más.
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