(COMPLETO) EL CALOR DEL ORIENTE romance Capítulo 30

Zabdiel. . .

Mis ojos se abren enormes cuando Isabella se desvanece entre mis brazos.

-¡Ayúdame Zahir!- es lo primero que grito. Mi hermano obedece y está junto a mí en un instante. Me siento sobre la arena, y la acuno en mi regazo.

-Debe tener una insolación, además debe estar deshidratada. Es necesario resguardarla, ya comienza a caer la noche.

-Si- le respondo con un sabor agridulce en la boca. Al fin encontré a mi amada, pero no sé cuál sea su verdadero estado de salud. El Príncipe da la órden y todos se preparan para cabalgar en busca de un refugio. Subo al caballo y Zahir, me ayuda a colocar a Isabella, frente a mí, cabalgo despacio mientras mantengo su delicado cuerpo inerte, recargado en el mío.

Después de unos diez minutos, llegamos a un lugar con algunas formaciones rocosas no muy altas, nos cubrimos del viento con ella, eso servirá para la noche. Doy órdenes y todos se mueven con rapidez. Pronto tenemos fuego y lugar dónde descansar. Pero sigo preocupado, Isabella no despierta, no se queja, lo único que me indica que está viva es que respira.

-Tranquilízate hermano- me dice Zahir, poniendo una mano en mi hombro- pronto despertará, solo debe descansar un poco.

Cenaron en silencio, yo no pude probar bocado, lo único que deseo es que Isabella, me mire con sus hermosos ojos verdes. Lo único que deseo es que esté bien.

La mayoría se va a dormir, y otros hacen la primera guardia. Yo decido quedarme junto a mi amada. La veo dormir mientras respira pausadamente. He refrescado su rostro con paños húmedos, espero que le hayan hecho bien.

No sé qué hora es cuando Isabella, se remueve inquieta. La observo en silencio, esperando lo que acontezca. Ella abre sus ojos con lentitud, como si le pesaran mucho, me mira y vuelve a cerrarlos, de pronto los abre con más firmeza.

-Zabdiel. . . – susurra y en aquel momento respiro, no me había dado cuenta de que sostenía la respiración.

-Isabella, mi amor- quisiera abrazarla, pero sé que necesita atenciones, es por ello que me levanto y busco agua y también un poco de infusión. La ayudo a beber mucha de la primera y luego bebe sólo un poco del té.

-Zabdiel, mi amor- coloca una mano en mi mejilla- creí que jamás volvería a verte- se forma un nudo enorme en mi garganta, no puedo hacer más que abrazarla a mí con fuerza, mientras que mis ojos dejan derramar algunas lágrimas.

-¡Isabella!- gimo- han sido los días más dolorosos de mi vida, creí que moriría de pena, no soportaría perderte.

-Ssshhh, ahora estamos juntos mi amor- me responde acariciando mi espalda. Y solo le pido a Dios, jamás volver a separarnos, porque vivir sin ti es igual de difícil que me arrebataran el aire, Zabdiel.- tomo su rostro entre mis manos y la miro a la cara.

-¿Estás bien?- indago.

-Ahora lo estoy- dice con una tímida sonrisa.

-¿Dónde has estado, mi amor?

-No lo sé, solo sé que ahora estoy justo donde he deseado, en los brazos del Jeque- me responde y sin más me ofrece su dulce boca, no me hago de rogar y la beso, cuándo nuestros labios entran en contacto tengo la sensación de haber encontrado mi hogar, mi lugar en el mundo, un escalofrío me recorre completamente y siento que un fuerte calor emana de mis labios y me recorre con parsimonia placentera. La estrecho con más fuerza, queriendo fundirme con ella en un solo ser, sintiendo que jamás he amado como lo hago en este momento, que nada podría causarme más dicha que tener a Isabella, junto a mi cada instante por lo que me reste de mi vida.

Cuando culmino el beso, uno mi frente a la de ella y cierro los ojos.

Permanecemos a sí por mucho tiempo.

-Te amo, Zabdiel- susurra.

-Yo te amo Isabella, te amo más de lo decible, más de lo que puedas imaginar, te amo tan infinito como las estrellas del cielo, o la arena del desierto. Te amo.

Abro los ojos y ella se separa un poco, me mira con ojos acuosos y siento tanta dicha al ver que sus ojos brillan de felicidad.

-Quiero estar a tu lado siempre, no quiero volver a separarme de ti- me abraza y esconde su hermoso rostro en mi cuello.

-No tendrás que hacerlo, amada mía. Estaremos juntos, te llevaré a casa.

Esquizbel. . .

-¡¿ESCAPÓ?!- gritó furioso, mirando con odio a Maishelah.

-Lo siento señor. . .

-¿LO SIENTES?, ¿ LO SIENTES?-descargó su odio en gritos- ¡CON SENTIRLO NO ES SUFICIENTE!, TE ENCARGUÉ LA MISIÓN MÁS IMPORTANTE DE TU VIDA, LA MUJER ESCAPA Y TU LO SIENTES. . . ¡DEBERÍA MATARTE!- el hombre guardó silencio, no queriendo provocar más ira de parte de aquel hombre- ¡ES UNA MUJER!, ¿ CÓMO UNA SIMPLE MUJER, EXTRANJERA ADEMÁS, QUE NO CONOCE EL DESIERTO, PUDO ESCAPARSE?

-No lo sé señor, mis hombres. . .

-¡ALÉJATE MISHELAH, POR TU BIEN ALÉJATE!

No podía creer que aquello le estuviese ocurriendo. Isabella, había escapado, no podía comprender cómo, la preocupación era que solo tenía tres opciones.

Una, morir en el desierto.

Dos, que la encontrara otro clan.

Tres, y la que menos le agradaba, que la encontrara el imbécil de Zabdiel.

No soportaba la idea de que sus planes se viniesen abajo y que su estúpido primo volviese a estar con Isabella.

-Es una chica muy dulce- le dijo con una sonrisa- me ayudó muchísimo poder contar con ella.

-Lamento que no haya querido volver con su familia.

-Su esposo es un buen hombre; trabajador, y la respeta. Ella asegura estar bien y aunque sé que no son las mejores condiciones, sé que estará bien. Quizás en el futuro podamos hacer algo, no solo por ella mi amor, sino por todas las mujeres que viven como ella.

-Eso sería muy bueno. Siempre pensé que vivíamos de la mejor manera, pero tú- le acaricia la mejilla- me has mostrado que algunas cosas deben cambiar. Norusakistan debe cambiar, debe mejorar y creo que su Reina hará mucho por este país.

-Yo también lo creo- le responde ella con una tierna sonrisa- Dime algo Zabdiel. . . ¿si no hubiese escapado, sino que tú me hubieses encontrado y. . . descubrieras que alguno de esos hombre. . . ya sabes- se sonroja un poco- me hubieses repudiado?

-No sería capaz de tal cosa, mi amor. No siempre y cuando tú quisieras volver a mi lado. Pero puedo jurar que hubiese matado a ese hombre con mis propias manos y nadie hubiese podido salvarlo de mi irá al saber que te hubiese lastimado. Pero jamás te alejaría si quisieras estar conmigo.

-Es tan duro que las familias y los hombres repudien así a esas chicas, como si tuviesen la culpa de las malas jugadas del destino.

-Lo es- le responde a la vez que deja un tierno beso en sus labios.

-Isabella, mi amor- empieza El Jeque- antes de lo sucedido quedamos en anunciar nuestro compromiso, yo quisiera hacerlo mañana durante el desayuno, eso lo haría de manera formal ante la familia real, por la tarde podría dar un anunció al pueblo.

-Eso es fantástico, mi amor. Ya quiero ser tu esposa- le dice con ojos brillantes que se llenan de lágrimas al ver como él sacaba un hermoso estuche de terciopelo rojo. Lo abrió y dio paso a un hermoso y brillante anillo de compromiso.

-¡Dios mío!- gime Isabella- es hermoso, mi amor.

-Concédeme la dicha de que portes en tu dedo el anillo que selle nuestro compromiso de vivir solo para amarnos. ¿te casarías conmigo?

Ella no respondió con palabras, sino que se lanzó a sus brazos y comenzó a besarlo con desesperación mientras lágrimas de felicidad resbalaban por sus mejillas. Se sentó en su regazo y le rodeó el cuello con ambas manos.

-Te amo más que a la vida misma. Nada me haría más feliz que ser tu esposa- volvió a besarlo, y cuando los besos terminaron, él le tomó la mano y con delicadez, deslizó la hermosa joya en su dedo.

-Soy tuyo, Isabella- susurró junto a su boca.

-Y yo soy tuya, mi amor. . .

Isabella, no podría estar más feliz. ¿Quién podría imaginar que al llegar a Norusakistan, le esperaban tantas aventuras y le esperaba el amor, ese al que no le había dado tanta importancia durante toda su vida?, ahora lo comprendía, su corazón sabía que no había encontrado al hombre indicado, por eso se había negado a sentir por alguien más. Su corazón sabía que ella estaría en Norusakistan, bajo el calor del oriente, disfrutando de estar en los brazos del Jeque.

Por alrededor de una hora, siguen la conversación, los besos y las caricias. Hasta que de forma renuente El Jeque, se despide llenando su femenino rostro de besos y prometiéndole que no dejaría a una doncella en la puerta, sino que se quedarían dos soldados para protegerla, no estaba dispuesto a arriesgarla por nada del mundo.

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