EL EROR PERFECTO romance Capítulo 15

Debía de decirle lo que había pasado.

—Yo rompí mi compromiso con él; al encontrarlo en su apartamento con Amanda —suspiró—, pero luego decidí mandarlo a la mierda cuando me enteré de que me había sido infiel con ella durante siete meses.

—¿Tanto tiempo? —preguntó un poco sorprendido, porque ni él lo sabía.

—Sabes que él no maneja bien el hecho que le nieguen las cosas. Una noche fue a mi casa y como no le abrí la puerta para dejarlo entrar. — Pensaba muy bien lo que iba a decir conocía del carácter de Ian —lo hizo a la fuerza rompiendo la puerta y destrozó todo el lugar.

Ahora fue Ian quien le apartó un poco, para que ambos quedaran sentados en la cama y pudiese contarle mejor lo sucedido.

—¿Por qué no me habías contado antes? —preguntó de nuevo tomando su barbilla sutilmente.

—Creí que no era importante —contestó mirando a sus ojos —. También se lo comenté a Daren y le dije que si Andrew seguía con ese comportamiento. Tomaría acciones legales y él me prometió que se encargaría. —Se relamió los labios. —Unos días después tu y yo nos encontramos... —sonrió y puso la mano en su vientre— lo demás ya lo sabes...

Él suspiró y la atrajo a su cuerpo en un abrazo. —¡Ay Diana! Fui un tonto al mantenerme tanto tiempo alejado de ti.

Ella colocó una mano en su mejilla y lo acarició. —Creo que ha sido culpa de ambos.

Ian inclinó la cabeza y le cubrió los labios con los suyos. Era un beso dulce, suave. Ella rompió el beso.

—No voy a permitir que se acerque a ti ni a mi hijo —puso la mano en el vientre.

—Eso lo sé —colocó su mano encima de la de él.

Él volvió a besarla, pero esta vez el beso era más demandante, más posesivo —No sabes cómo me gusta verte en mis camisetas —habló entre besos.

Ella rompió el beso de nuevo —La verdad es que me encantan porque huelen a ti —lo abrazó y se movió para ponerse a horcajadas sobre él.

—No juegues de esta manera conmigo, Diana. No soy tan fuerte como piensas.

Ella negó con la cabeza pero rozando sus labios. —Nunca ha sido un juego. —Se inclinó para besarlo apasionadamente.

—Espera… —la frenó. Diana frunció el ceño— Si lo comenzamos... debemos terminarlo... esta vez...

—Estoy de acuerdo contigo.

Se sumergieron esta vez en un beso intenso. Lleno de hambre, mucho tiempo había pasado para ellos. Ninguno quería dejar la boca del otro. Diana lo acercaba a su cuerpo, mientras que Ian se deshacía de la camiseta que la cubría y ella quedaba solo en bragas, de color celeste y encaje, que resaltaban en el contraste de su piel.

—Eres tan hermosa… —dijo mirándola a los ojos.

Ella cubrió sus pechos. Ahora estaban más grandes y pesados por el embarazo. Ian negó con la cabeza.

—No —quitó sus manos—. No te ocultes de mí.

—Mi cuerpo no es igual a de tres meses atrás —susurró con timidez.

—Lo sé... —la besó al punto que ella no se dio cuenta en qué momento estaba de espaldas sobre el colchón.

Sintió como sus pezones rozaban con la tela de la camiseta, mientras le acariciaba la espalda trataba de quitársela.

—Déjame ayudarte —sin parar de besarla se deshizo de su ropa, no llevaba nada debajo. Así que quedó ahora más desnudo que ella.

—No quiero que esto sea un error, Ian.

Él colocó su frente sobre la de ella —Nuestro único error ha sido... callar nuestros sentimientos.

Con esas palabras y un beso el mundo dejó de existir para ellos. Sus lenguas se fundieron en sus gargantas. Ella se aferró a su cabello para acercarlo más no quería que el beso terminara, cada caricia hacía que la sangre se calentara y corriera por sus venas al punto de ebullición.

—¿Tendremos tiempo para enmendar nuestro error? —preguntó Diana rompiendo el beso.

—Sí —contestó sonriendo—. Voy a encargarme personalmente de eso.

Volvió a besarla más demandante que las veces anteriores. Aquel calor de aquel gran cuerpo hizo que Diana se arqueara hacia él ofreciendo no solo su cuerpo. También su alma y su corazón. Ian dejó un momento sus labios para acariciar su cuello con la punta de la nariz, para luego mordisquear y lamer sutilmente.

De la boca de Diana salían gemidos que le decían a Ian que iba por un muy buen camino. Descendió lentamente hasta llegar a sus pechos. Los cuales agarró uno en cada mano y acarició.

—Si antes tenías unas buenas tetas —sonrió con picardía—, ahora son perfectas.

Con esas palabras metió a su caliente boca uno de su pezones que estaban duros como botones. Mordisqueó y lamió. El sonido de placer que él hacía cada vez que succionaba el pezón se escuchaba en toda la habitación.

Lo que hacía que Diana se desesperara por más de aquella sensación que se apoderaba de sus sentidos y comenzara a frotar su cuerpo en contra de él. Ian seguía amamantándose de sus pechos, mientras disfrutaba de la fricción de sus cuerpos.

Comenzó a frotarse con ella imitando sus movimientos y pudo notar como el sexo de Diana estaba empapado. Colocó una mano en medio de sus muslos para separarlos un poco y luego coloco una de sus manos en una de sus caderas y siguió con el movimiento que estaba volviendo loca de placer a Diana.

Levantó su pierna un poco, para alinear su sexo con el de él y de manera lenta entrar en ella. Estaba tan húmeda, lista, preparada y envuelta en sensaciones que nunca había sentido. A pesar de que ya había estado con él anteriormente. Lo que estaba sintiendo en ese momento era totalmente diferente. Sentía que era arrastrada por un mar de emociones.

Esta vez Ian quería algo más que sexo. Quería hacerle el amor. Quería adorarla con su cuerpo. Que entendiera que su lugar era con él. No con Andrew o con cualquier otro. Solo él. Él era el único que podía darle todo lo que ella necesitaba.

Diana se estremeció de necesidad cuando sintió como Ian la penetraba con lentos pero profundos envites que hacían que se le cortara la respiración. No había placer como el de estar entre sus brazos. Sintiendo como la llevaba cada vez más al éxtasis de la liberación. Él de pronto detuvo sus movimientos y ella lo miró fijamente a los ojos con el ceño fruncido.

—Me gustaría que este momento nunca terminara, Diana.

Las palabras quedaron grabadas con fuego en su corazón.

—A mi tampoco.

Los dos estaban al límite. No durarían mucho tiempo. Sus cuerpos estaban tan conectados que sabían expresarse sin necesidad de palabras.

Siguió con sus envites profundos, pero esta vez, acelerando los movimientos, estaba seguro de no solo necesitaban placer, necesitaban algo más fuerte la aceptación de que ahora estaban unidos para siempre y que ahora eran un solo ser.

—¡Oh Ian! —exclamó.— ¡Más por favor! —suplicó.

—Tengo más para darte, nena.

Bajo la mano hasta su sexo caliente y resbaladizo por sus jugos, buscando el clítoris, acariciándolo con pulgar.

—Esto es perfecto. —dijo entre jadeos.

—Mmmm Diana... —gimió sintiendo como sus músculos vaginales le apretaban miembro y le hacía que sus testículos se tensaran.

Ella sabía que se estaba acercando aquella explosión de sensaciones que solo Ian era el dueño. Tal vez era egoísta, pero quería más de aquel dulce placer. Ese momento no bastaba. Al igual que aquella noche en que quedó embarazada sabía que iba a necesitar más de él.

Sus cuerpos estaban húmedos del sudor por el esfuerzo de controlar la pasión. Ian quería que esa noche fuese especial para ella. Que sintiera que estaba dispuesto a algo más que solo un momento de placer. Que la quería en su vida. Hasta el momento no importaba de qué forma fuera, siempre y cuando ella se quedara en el lugar al cual pertenecía. Sus brazos.

—Déjate llevar… —fueron las palabras que suavemente escuchó de Ian.

—Voy a correrme... —dijo con voz entrecortada.

—Está bien —volvió a meterse uno de sus pechos a la boca.

—¡Ah Dios, Ian! —arqueó más su cuerpo.

—Eso... es Diana... córrete... hazlo para mí —rozando sus labios le dijo—. Ahora no hay nada que pueda impedir que me corra dentro de ti.

No lo pudo evitar. La verdad que lo que Ian había dicho fue el detonante para que ella llegara a la cumbre del éxtasis. Sentía como se vaciaba completo en su interior y su cuerpo lo recibía de manera satisfactoria.

Aquella noche lo había sentido liberarse, fue una buena sensación, pero esto era maravilloso. Tan íntimo. Tan especial que fue imposible evitar que se estremeciera de placer. Ian derramó dentro de su cuerpo cada gota de su semilla. Dejando también cada parte de su alma.

Esperó a que los espasmos del placer compartido se calmaran colocando la cabeza en el hueco de su cuello. La arrastró con él para cambiar de posición quedando ella encima pero sin salirse aún de su interior.

—¿Te encuentras bien? —preguntó besando por encima de su cabeza, mientras ella descansaba sobre su pecho.

—Sí, —suspiró— lo estoy.

La abrazó fuertemente. —Eso quiere decir que despertaré mañana y te encontraré a mi lado y olvidarás lo de la caminata de la vergüenza. ¿Cierto?

Ella se echó a reír —Sí —contestó.

—Me parece muy bien.

—Estoy agotada —dijo bostezando.

—Espera —la movió para salirse de la cama, —voy a buscar algo para asearnos.

—No hay problema. —Se giró y quedó contemplando el techo.

Minutos después Ian regresó con una toalla húmeda entre sus manos, pero se encontró que ella se había dormido de nuevo. Sentía orgullo y satisfacción masculina. Lentamente le quitó las sábanas. Sintió como ella de pronto temblaba por el frío. Con mucha delicadeza le abrió las piernas para limpiar su sexo.

Saber que estaba llena de su semilla le hizo querer aullar como un lobo y darse golpes en el pecho como si fuese un primate. Lo que vio, reafirmó su decisión. Ella sería suya ante la ley, ante Dios y ante los hombres.

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